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Obsesión

Son muchos los héroes de ficción obsesivos que dan sentido a novelas, obras de teatro y películas

Domingo, 22 de noviembre 2020, 10:44

La derrota de Trump en las pasadas elecciones a la presidencia de los Estados Unidos ha mostrado nuevos perfiles de su personalidad no menos sorprendentes de los que conocíamos. Ese afán por ser el número uno en todo, en el favor popular, en la defensa de intereses patrios, en la demostración continua de ser un eterno campeón, el constante estribillo de soy el mejor, todo se ha ido a tomar viento en unos días. A pesar de sus setenta y dos millones de votos (ha sido seguido sorprendentemente por casi la mitad de los estadounidenses) ha perdido. Si el perder está dentro de la normalidad del ciudadano medio, en él no lo está. Por eso ha reiterado por activa y por pasiva que no ha fracasado, que el otro candidato ha hecho trampas, que él seguirá estando en la Casa Blanca, vamos, que de allí no lo van a sacar ni con agua caliente. Una obsesión.

Eso me lleva a pensar que tampoco es tan raro tener obsesiones; quien más y quien menos las padecemos, aunque no las aireemos por simple pudor. No alcanzan a las del presidente Trump, por su elevadísima importancia social, pero sí que constituyen pequeñas ofuscaciones que nos hacen ver otras realidades que no son las que son. En psiquiatría este fenómeno se define como una perturbación anímica producida por un concepto constante, que agrede nuestra mente con insistencia. Vaya, que nos empeñamos en que lo blanco es negro y tiene que ser negro. Claro que hay diferentes grados de obsesiones. La de Pablo Casado da la cara cuando reitera con profusión manifiesta que el presidente Sánchez se vende al terrorismo (¿) y al separatismo (¿) para conseguir sacar adelante el presupuesto estatal. Ya le gustaría al líder de la derecha verse pactando con quien tenga de pactar, como hiciera su mentor Aznar en otro momento, y no marcando postureo en las Cortes y fuera de las Cortes. Tampoco se quedan cortos en obsesiones muchos tertulianos de radio y televisión que se muestran ofuscados con las ideas políticas de sus adversarios, sin medida alguna para refutarlas por vía del intercambio de ideas.

No pocas veces la obsesión aparece en discrepancia con lo que el mismo individuo siente, pues, aunque reconozca que eso que le ronda es una obsesión, no tiene modo de salir de ella. Lo que le ocasiona una terrible ansiedad. En el cine y la literatura hay numerosos ejemplos en los que el protagonista, o la protagonista, se recrea en ese sentimiento. Recordemos cómo Jack Nicholson evita pisar las líneas de las losas del suelo en 'Mejor imposible', la película de James L. Brooks que muestra el caso de un ser obsesivo-compulsivo, a pesar de ser un reputado escritor. Citamos también a la protagonista de la novela 'Misery', de Annie Wilke, llevada a la pantalla por Rob Reiner, con una interpretación memorable de Kathy Bates, cuyo personaje hace todo lo posible y lo imposible para conquistar el amor de un autor de éxito que jamás se hubiera fijado en ella. El gran Visconti dirigió un filme llamado precisamente 'Obsesión', basado en una novela del americano James M. Cain cuyo título nos suena a todos, pues Hollywood la ha adaptado en más de una ocasión: 'El cartero siempre llama dos veces'. En este caso, la obsesión es de la protagonista, deseosa de salir de su pésimo matrimonio, para lo que busca ayuda de un don nadie que pasaba por allí. Ya con palabras mayores, recordemos también la obsesión de Lady Macbeth en lavarse las manos a cada momento, no para evitar el coronavirus, sino para limpiarlas de una sangre que solo ella ve, porque en su imaginario está la decisiva influencia que tuvo para que el marido matase al rey con el fin de conseguir la corona. Son muchos los héroes de ficción obsesivos que dan sentido a novelas, obras de teatro y películas. Pero por aquel principio clasicista de copiar las buenas costumbres y despreciar las malas, esos personajes, los más obsesivos, no deberían servirnos como modelo en absoluto; sus manías son realmente nocivas.

Así que, cuidado con la obsesión, sobre todo en los señores políticos, y vamos a hacer caso a aquel dicho popular de 'cabeza fría y pies calientes, dan larga vida a la gente'. Quizá por sufrir de eso, el pobre Trump aparece ahora en los medios con tan mal color, él que practica el golf; y hasta esa ensaimada rojiza que tenía sobre la cabeza empieza poco a poco a deshacerse.

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