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Este mes de noviembre que acabamos de inaugurar lo ha hecho sin que don Juan Tenorio se pasee por los escenarios; los de nuestra región y los de toda España. Sin don Juan, pero también sin Semana Santa, sin Fiestas de Primavera, sin viajes de verano o puentes, sin Feria, sin que las familias se puedan reunir más allá de seis miembros, sin abrazos ni besos, sin poder mostrar la cara por la calle, y sin tomar un café o el plato del día en nuestro restaurante preferido a partir de ayer. Son muchas las renuncias que hemos tenido que hacer en este mal hado 2020 que, para más inri, es bisiesto. ¡Qué ganicas tenemos de salir de él! Y eso que las Navidades se prevén de lo más raras y tristes que imaginar pudiéramos. Como hemos oído muchas veces, este virus ha venido para quedarse, pero maldita la necesidad que tenía de hacerlo.
Dije al principio que no veremos al pintoresco don Juan durante este mes de noviembre. Un personaje, dicho burlador, que se relaciona de manera directa con estas fechas, circunstancia que tiene su explicación. La costumbre del Tenorio alrededor de Todos los Santos no nace del estreno del drama de Zorrilla, pues este tuvo lugar el 28 de marzo de 1844. A Zorrilla no le gustó la frialdad con que fue recibido, por lo que la vendió en cuanto pudo, creído de que el único beneficio que iba a sacar de la obra era el de la edición. Torpe opinión, de la que se arrepintió no pocas veces. Llegó hasta parodiar su drama, transformándolo en zarzuela que fue un verdadero fracaso. De cualquier modo, en sus memorias abomina de la obra, aunque parezca mentira, señalando él mismo notorios defectos de construcción. Claro que su reestreno, dieciséis años después, a cargo de un actor que se llamaba Pedro Delgado, sí que significó el éxito que tuvo a partir de entonces. Fue un 2 de noviembre, festividad de las Ánimas.
¿Por qué se hace el Tenorio en Todos los Santos? En el Tercer Acto dice una acotación: «Se oyen dar las ánimas», (se refiere al toque de campanas), y doña Inés añade: «Las ánimas oigo dar». Esta indicación señala la posibilidad de que la Primera Parte se desarrolle precisamente en el contexto de principios de noviembre. Pero es que Zorrilla sabía bien que la obra de Antonio de Zamora 'No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague', del siglo XVIII, que también tiene a don Juan como protagonista, estableció la tradición de representar esta historia precisamente en Todos los Santos. Zorrilla la estrenó en marzo, como hemos dicho, pero Delgado la repuso el 2 de noviembre de 1860, dieciséis años después. Y esta vez con un éxito que dura hasta hoy.
El imaginario popular justifica que el espíritu de doña Inés llegue justamente ese día para salvar a su amado del infierno, la noche que va de Todos los Santos a la festividad de las Ánimas en nuestro calendario religioso. El éxito popular del Tenorio se basa en que el hombre, aunque haya sido un calavera toda su vida, sabe que finalmente su mujer lo perdonará y salvará de las llamas del averno; mientras que la amada tiene la satisfacción de ser ella la redentora del hombre. Curiosa celebración donde las haya la del 1 de noviembre, que instauró el papa Urbano II para recordar a todos los santos anónimos, aquellos que no tienen nombre y apellido, ni hueco en el santoral.
El mismo año del estreno en Madrid se llevó el Tenorio a México, los días 7 y 8 de diciembre en el Teatro Santa Ana. Era muy normal que los éxitos en la corte pasaran pronto al país azteca. Cuando se hizo el 1 de noviembre de 1863 fue para seguir «imitando la costumbre española». Es decir, que ya era tradición aquí y allí. En 1865, se representó la Primera Parte de 'Don Juan Tenorio' en el Palacio Nacional nada menos que ante el Emperador Maximiliano I, dentro de una amplia fiesta escénica. Este contrató a Zorrilla como director de su Teatro Nacional, aunque de él no existieran ni planos. Se cuenta que la emperatriz Carlota se sabía de memoria fragmentos de la obra. En los años sesenta y setenta del pasado siglo, que aquí casi había desaparido de los escenarios, allí seguía vigente. Quizá se explique por el especial encanto mexicano por lo sobrenatural.
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