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El título de este escrito es, como muchos adivinarán, una paráfrasis de 'Noche de guerra en el Museo del Prado', drama de Rafael Alberti. Redactada en su exilio bonaerense, en 1956, reproduce de manera imaginativa un episodio de la defensa del citado museo, cuando las ... bombas de los nacionales estuvieron a punto de destruir la famosa pinacoteca. Se estrenó en Italia en 1973, y no llegó a España hasta 1978, siendo la primera (obsérvese su valor simbólico) que programó el Centro Dramático Nacional. Parece ser que el autor, en un viaje que hizo a Alemania, tuvo un encuentro con Brecht, pues este quería montarla en su Berliner Ensemble.
Esta obra (que, por cierto, fue una de las últimas que estrené en el Aula de Teatro de la Universidad de Murcia) y sus circunstancias, más que el valor literario, ha sido la que me dio la idea de aplicar su motivo dramático a la visita de los altos dirigentes de la OTAN al Museo del Prado, en otro gesto enormemente simbólico, tras los debates en torno a la defensa de Europa. No sé si es coger el rábano por las hojas, pero enseguida pensé qué hubieran dicho los personajes de Alberti en esta ocasión. Recordemos que, en el texto, son figuras de cuadros de Fra Angelico, Tiziano, Velázquez y Goya las que salen de las telas para ayudar a la resistencia de Madrid, sin mezclarse con los personajes reales: milicianos y milicianas. Lo que la otra tarde pasó, quizás fuera algo parecido a lo que sigue.
Los invitados a la reunión de la OTAN posan a un lado y otro de 'Las meninas'. Una de ellas, María Agustina Sarmiento, le dice a Margarita Teresa de Austria: «Fíjate cómo están todos tan serios, viéndonos a nosotras posando ante el pelma de don Diego, que no nos deja movernos». «Chits, calla indiscreta –le contesta la Infanta–, los pobres están cansados de tanto hablar de arreglar el mundo». A la izquierda del cuadro, Velázquez, con su paleta y pincel, muestra su orgullo al estar siendo visitado por tantas y tan ilustres personalidades. Por cierto, que, una vez deshecho el grupo de visitantes, el presidente del Gobierno explica a Stoltenberg, secretario general de la OTAN, pormenores sobre quiénes son los modelos que retrató con tanta destreza el maestro sevillano. «¿Y qué hace ese aquí?» –dice Nicolasito Pertusato, al ver que Sánchez coge del hombro a Viktor Orbán, primer ministro de Hungría– que «ni es de los suyos ni le cae bien, que lo sé yo». «Calla de una vez, indiscreto –reprende la reina Mariana de Austria, desde el reflejo del espejo central–, ¿no sabes que en la política todo es posible?».
Sin embargo, ante la misma pintura, el presidente Biden muestra al primer ministro de Malta, Robert Abela, algo en el móvil. ¿O es que se está haciendo un selfi con Velázquez detrás? En cualquier caso, a la menina Maribárbola le dan ganas de salir y romper el teléfono en la cabeza de alguien.
Más donaire tiene Boris Johnson, embobado ante 'Las tres gracias', de Rubens. Son todas hijas de Zeus. Una de ellas, Aglaya, indica a Talía: «Mira este rubiales, que parece inglés, cómo nos repasa». «Claro –le responde la hermana–, tiene la propia pinta del que le gustaría estar aquí, con nosotras. Pues haz el favor, añade Eufrósine, de taparte el trasero que se le van los ojos». El que se va es el primer ministro inglés, pero hacia el 'Carlos V' de Tiziano en otra sala. El emperador, al verlo llegar, cree que el de la pérfida Albión va a retarlo en duelo. Craso error, monarca, pues lo que intenta es buscar una copa de algo fuerte.
Otro rey al que parece molestar la presencia de un dignatario del siglo XXI es Carlos IV, que desde el lienzo de Goya que retrata su corte, cree que el presidente Macron está diciéndole a su mujer que, cuando puedan, se lo llevan al Louvre.
Ninguno de los apóstoles apilados en la sala a ellos dedicada, y llena de los grandes visitantes en cuestión, puede evitar una mirada compasiva a Mario Draghi. «Míralo –dice Santiago el Mayor–, le están dando el viaje; ahí, hablando con no sé quién, que le pide que se deje de saraos y vaya a Roma a arreglar esto». «Pobre», dice San Pedro con los ojos elevados al cielo, en clara rogatoria para ayudar al estadista italiano.
Esas imágenes darían para mucho más. Pero con estas, basta.
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