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La vida del ser humano se parece a las teclas de un piano. Las negras son los momentos difíciles y tristes, en tanto que las ... blancas se corresponden con los alegres y gratificantes. Todas ellas juntas, conforman las notas musicales de nuestra particular sinfonía vital.
A veces, parece que esas teclas blancas del piano están bloqueadas, de manera que se resisten a sonar, y es que, para la mayoría de la gente, la vida es una continua cuesta arriba, afanándose y luchando para encontrar un trabajo decoroso, un techo digno, alimentar y educar a unos hijos y, en fin, poder alcanzar y hacer realidad los proyectos soñados en nuestra juventud, cosas todas estas que conllevan mucho esfuerzo y sacrificio.
Los miembros de este grupo de Espectadores tenemos en común, entre otras cosas, que ya nos hemos desactivado del mercado laboral, y que casi todos somos abuelos. Y, como la inmensa mayoría de los abuelos, llevamos en nuestro interior una fuerza ignota, que nos empuja a tener con nuestros nietos una relación muy especial.
Dios ha querido que, en el atardecer de nuestras vidas, podamos contar con unas teclas blancas muy queridas y añoradas, que son nuestros nietos. Ellos no solo forman parte de nuestra vida, sino que pueden considerarse una prolongación de nosotros mismos, de alguna manera son nuestro 'alter ego'. Para algunos, es una forma de eternizarse o, al menos de mantener viva su presencia durante varias generaciones.
Nuestros queridos nietos nos permiten resarcirnos en diferido de nuestras pretéritas y prolongadas ausencias del hogar familiar, y del insuficiente tiempo que dedicamos a nuestros hijos mientras duró nuestra etapa laboral activa, compensando ahora aquellas carencias, con el gozoso y generoso acompañamiento temporal a los hijos de nuestros hijos, pagando así la deuda, todavía no cancelada por completo, que contrajimos en su momento con la inmediata generación que nos sucedió. Los pequeños encuentran en sus abuelos un maravilloso, exuberante y bien acogido complemento de afecto y de amor, del que ya tienen en sus padres.
Dado que por naturaleza, salvo excepciones, es casi obligado que los hijos cometan los mismos errores que sus padres, ante el previsible descuido que aquellos tendrán con los que ahora son su prole, los abuelos hemos asumidoel agradable, y al mismo tiempo serio y responsable, compromiso de participar activamente en la educación de los nietos, y aun cuando nos consideramos simples diletantes en materia educativa, lo suplimos con nuestra mayor experiencia. Una educación que, entre otras cosas, supone transmitir las tradiciones familiares, poniendo énfasis en la defensa de la cultura del esfuerzo, de las raíces religiosas en las que cimentó su vida la familia, y de valores tales como la honradez, la decencia y el respeto a los demás, inculcando al nieto que todos somos iguales en dignidad. Del resto de asignaturas ya se encarga el profe del cole.
La nuestra es una relación simbiótica, porque no solo se benefician ellos, sino que el beneficio es recíproco, porque también los abuelos tenemos mucho que aprender de ellos. Nuestros nietos nos recuerdan la aún vigente y real virtud de la inocencia, que ya creíamos perdida por tanta ingratitud y doblez como nos hemos encontrado por el camino. Nos rejuvenecen el espíritu, nos colman el corazón del gozo y de la alegría de vivir, y los que tienen nietos ya más creciditos les ayudan a encontrar la salida del laberinto tecnológico en el que nos han metido a los abuelos, en este tiempo digitalizado que vivimos.
Nuestros nietos son esa maravillosa vacuna que nos inmuniza contra la melancolía, la indiferencia, la soledad y el desamor. Son los que nos proporcionan momentos de encantamiento, en los que hasta nos sentimos capaces de tocar la luna, cumpliendo así con ese sueño infantil que todos hemos tenido de pequeños. Nuestros nietos son los que nos dan a beber esa poción mágica que nos hace sentir útiles, más aún, nos hace sentir niños, devolviéndonos a aquella feliz infancia que la amarga realidad del mundo con el paso del tiempo nos robó.
El amor es una palabra polisémica, es como un poliedro de múltiples caras, en la que cada etapa temporal muestra la suya propia. Pues bien, para el abuelo, una de las caras más hermosas de este amor poliédrico es la de sentir a tu nieto en tus brazos, acariciarlo y llenarlo de besos, y observar, radiante de felicidad, la inocente, fresca y espontánea sonrisa de tu nieto. Es de los diminutos, pero eximios detalles, que te ayudan a dar sentido a tu vida.
El abuelo es para el nieto como el ancla que le permite a este último establecer las bases de su estabilidad emocional, es el faro que te marca el rumbo y hace conducir el barco a puerto seguro, y el nieto es para el abuelo una de las mayores bendiciones, el tesoro más valioso, el elixir que te inunda de ternura el corazón.
Como epítome, benditos abuelos y benditos nietos.
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