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Los negacionistas (palabra que no encuentro en el Diccionario de la RAE) se obstinan en negar los efectos benéficos de las vacunas en general, y se oponen a aceptar la ni siquiera aún existente, aunque prometida a medio plazo, contra la Covid-19. Curiosamente, entre ellos no solo hay quienes por principios o falsos temores se niegan a asumir lo que sin duda es, y seguirá siendo, una conquista en el mundo sanitario, sino que también los hay que, con argumentos sólidos, intentan convencer a los demás de lo innecesarias que son las vacunas, soliviantando a la sociedad contra ellas. El negacionismo, obviamente, no es un fenómeno social particular de la Región de Murcia, o de España, sino que, como es sabido y hemos podido comprobar en los medios audiovisuales y redes sociales, es un movimiento generalizado en todo el mundo, usado incluso como arma política por grupos de activistas para obtener fines concretos. Como he dicho, no es cosa solo de personas más o menos incultas, poco avezadas en la sanidad, sino que hay incluso médicos afines a estos grupos que se proponen convencer a los demás para que no hagan uso de ellas, y en este momento concreto de la que nos ha de salvar del coronavirus a la humanidad, o al menos nos va a ayudar a soportar la enfermedad con menor virulencia.
Pero el negacionismo militante no es algo que surge cuando se vislumbra la vacuna en el horizonte próximo, sino que hace cien años, en el otoño de 1920, cuando la sociedad murciana comenzaba a recuperarse de la gran epidemia de gripe (la famosa gripe española), que se inició en 1918 y comenzó a dejar vivir a la población a mediados de 1920, también se puso de manifiesto en la ciudad de Murcia con inusitado furor, habiendo de utilizarse la fuerza por parte de las autoridades competentes, en el barrio de San Antolín de la capital.
Como digo, la sociedad murciana, muy sensibilizada aún por la epidemia de gripe, se alarmaba y veía peligro con motivo de cualquier brote contra la salud que se apreciara entre la población, por insignificante que este fuera.
Los medios de comunicación de la época, y también el historiador local José Cano Benavente (en su libro 'Alcaldes de Murcia 1886-1939'), se hacen eco de la epidemia de viruela que se apoderó de la capital en noviembre de 1920 (ahora hace un siglo), con especial incidencia en el citado barrio de San Antolín y en toda la huerta. Se vacunó a los niños de las escuelas públicas sin problema alguno, pero se opusieron a ello las clases más desfavorecidas social y económicamente, instándose desde el diario 'El Liberal' al presidente de la Comisión Municipal de Beneficencia y al médico del distrito (un tal Sr. Cano), para que hicieran uso de las atribuciones que les faculta la ley, pidiéndose desde el citado periódico que quienes se negaran a recibir la vacuna fueran excluidos del 'padrón de pobres' y que la lista de los rebeldes (los negacionistas de entonces), se presentaran a la autoridad gubernativa para que se procediera a su detención. En un duro editorial, el director del citado diario, Pedro Jara Carrillo, afirma textualmente: «Ha llegado el momento de que se combata con firmeza esta enfermedad vergonzosa que azota a Murcia y para ello habrá que emplear los medios coercitivos que la ley ofrece por encima de la resistencia salvaje que se observa. Aplaudimos la entereza del alcalde y requerimos al Sr. Gobernador para que obre en consecuencia si fuera preciso. ¡¡Vacunación forzosa. Ese es el problema!! A la cárcel quien se niegue a recibir este bien humanitario» (concluye el editorial a que me refiero). Era alcalde de la capital Francisco Serrano Soler, quien había tomado posesión de su cargo el día 5 de ese mismo mes.
El negacionismo no es, pues, algo de nuestro tiempo, sino que ya era una realidad en el de nuestros abuelos. Quizás las formas de manifestarse fueran otras, pero no el fondo del asunto. De nuevo viene a cuento el proverbio latino: 'Nihil novum sub sole'.
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