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En el transcurso de la vida hay situaciones que implican traiciones, ofensas o agresiones, que suelen provocarnos heridas emocionales graves que adoptan la forma de resentimiento, indignación u odio. Generándonos emociones tan intensas que nos dejan bloqueados, poniendo en serio peligro nuestra salud y nuestro futuro. Atenazando nuestros pensamientos de tal forma que perdemos la perspectiva de nuestra propia existencia. Con demasiada frecuencia oímos: «¿Perdonarle yo? Que venga él a mí si quiere que le perdone». Olvidándonos completamente de aquella sabia enseñanza del pasaje bíblico (Mt 18,21-19.1) en el que Pedro le pregunta a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?», y Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Donde no hay perdón florece el odio, la sociedad retrocede evolutivamente a nivel emocional, pues fundamenta sus acciones en el ojo por ojo y diente por diente, por lo tanto nunca será una sociedad saludable ni solidaria donde se pueda vivir en paz, desde la tolerancia y la fraternidad entre todos. Lo peor es que existan personajes oscuros que están continuamente alimentando el oído entre nosotros para así poder satisfacer sus anhelos de poder, pues saben muy bien que el perdón con el paso del tiempo es mucho más fuerte que el oído y al final gana la partida, por eso tienen que estar recordándonos permanentemente las ofensas pasadas, con el fin de mantener viva la llama del odio que facilita nuestra manipulación. Cuando una sociedad aprende a perdonar consigue evolucionar, generando un mayor estado de bienestar para todos sus ciudadanos. Un claro ejemplo fue el vivido en Sudáfrica, donde una sociedad fragmentada por el odio racial fue capaz de evolucionar gracias a líderes como Nelson Mandela, que tuvo la valentía de ver la fuerza del perdón y guiar a sus conciudadanos a ejercerla, centrándose más en los asuntos que les unían que aquellos que les separaban.
Recientemente la investigación científica en el campo de la Psicología Positiva demuestra que aprender a perdonar es bueno para nuestra salud mental y física, ya que funciona como un bálsamo contra el dolor y el sufrimiento. Diversos estudios dirigidos por el Dr. Luskin en la Universidad de Stanford, han revelado que cuando la gente perdona a su ofensor mejora el funcionamiento de sus sistemas nervioso y cardiovascular. Otros estudios realizados por el Dr. Enright y sus colegas en la Universidad de Wisconsin sostienen que el aprender a perdonar supone abandonar el derecho al resentimiento, los juicios negativos y las actitudes de indiferencia hacia quienes nos han lastimado, posibilitando el desarrollo de sentimientos de compasión hacia ellos. Demostrando que cuando las personas perdonan aumentan su esperanza de vida, sufren menos ansiedad, aumentan su seguridad en sí mismas y aprenden a querer más y mejor a sus seres queridos. En esta línea de investigación e intervención en el perdón creada por el Dr. Enright está trabajando actualmente en España el grupo de Sander Psicólogos.
Tomando esta perspectiva psicológica, perdonar implica liberarse de un apego negativo (pensamientos, emociones o comportamientos negativos) hacia la fuente de la ofensa, ya que cuando perdonamos no podemos hacer que el reloj del tiempo vivido vuelva atrás y deshacer el daño de lo ocurrido, pero sí podemos anular las emociones negativas que se establecen con la persona o personas que nos han hecho daño e incluso a veces hasta con nosotros mismos, pues saber perdonarse a uno mismo es fundamental y supone abandonar la tendencia al auto-resentimiento, aun cuando podamos reconocer el propio error cometido. También es conveniente tener en cuenta que el hecho de perdonar no excluye la opción de reclamar justicia, siempre que la motivación que nos impulsa a tal opción no sea simplemente la venganza. Tampoco implica que si una persona logra desarrollar sentimientos positivos hacia su ofensor tenga la obligación de buscar la reconciliación, ya que desde la perspectiva psicológica se considera que reconciliarse no tiene necesariamente que estar ligado al hecho de perdonar.
En definitiva podemos asegurar que aprender a perdonar nos hará libres del encarcelamiento afectivo producido por la amargura, la venganza y el resentimiento. Además, nos permitirá liberar energía creativa que estaba contenida en nuestro dolor, encontrando una nueva manera de pensar y ver las cosas. Es como dar la orden de liberar emocionalmente a un prisionero y darnos cuenta de que éramos nosotros quienes estábamos en la cárcel. Más aún, en un sentido más trascendental supone tener la seguridad de que cuando vayamos a encontrarnos con nuestros ancestros -aquellos que se fueron antes y nos están esperando- vamos a ser capaces de mostrarles una existencia vivida en plenitud, superando las ofensas y habiendo sabido perdonar.
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