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Antes, en la prehistoria, nos daban a los niños el parte del viaje de los Reyes Magos. Nos decían en qué punto de su trayecto desde Oriente se encontraban a estas alturas para que calculásemos cuánto quedaba para tener nuestros regalos. Al menos eso hacían ... los que creían en los Reyes Magos. Los negacionistas estaban en otra cosa. Sospechaban que había algo bajo cuerda y que de Oriente no venía nadie. Ni camellos ni pajes ni mucho menos reyes. Se perdió la costumbre de dar las coordenadas del mágico viaje. Ahora los niños andarían controlando a los viajeros por Google, con GPS, extrayendo estadísticas de las etapas. Destripando el misterio.
La Navidad requiere del misterio, naturalmente. De lo mágico. Renos que vuelan llevando un carro con un señor obeso, monarcas de Oriente, un Dios alumbrado en un portalucho y cosas así. De modo que el Gobierno se ha sumado al misterio y deja al ciudadano sumido en la incertidumbre con respecto a la situación sanitaria. Pocas guías, escasas directrices para que sea el ciudadano quien eche mano de la cordura, de su brújula personal y se organice las fiestas. Un solo mandamiento. Mascarilla en el exterior, sí, aunque el concepto de exterioridad no quede muy claro y se establezca una polémica metafísica sobre el mismo.
La Navidad es el territorio del cuñado y la suegra. Las reuniones familiares de estas fechas están sometidas a ese campo gravitatorio de dominios y tensiones en el que la familia política aparece como un agujero negro capaz de engullir cualquier cosa además de langostinos y percebes. Son reuniones propensas al canibalismo verbal. El Gobierno también suele formar parte de ese conglomerado de parientes. Ya sea presidiendo la mesa o colgado de la lámpara. En torno a él se manifiestan los cuñados, marcan el territorio. Este año, según Pedro Sánchez, las madres, los hijos, los abuelos y los cuñados podrán volver a la vieja costumbre. Trató de calmar a Pablo Casado sobre ese asunto. No se sabe si Casado se quedó tranquilo, pero quienes no lo están son los abuelos, madres, nietos, etcétera. Los cuñados tal vez sí, tal vez sean optimistas pensando que Ómicron puede cancelar la cena con la familia política, ese pulso indigesto de cada año.
La cuestión ha quedado encomendada a cada hijo de vecino. Si se quiere orientar tiene 17 criterios autónomos para regular una Navidad que se nos había vendido como normal y que lo único que finalmente tiene de normal es la falta de coordinación y de criterio. No sabemos dónde están los Reyes Magos. Tampoco sabemos muy bien en qué punto de la cabalgata está el Gobierno. La Navidad y sus misterios.
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