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La náusea

A diferencia de otros lugares, en este país admiramos a los que se saltan las normas para lograr sus objetivos. Claro, si no los pillan

Martes, 2 de febrero 2021, 01:10

Los motivos que provocan esta sensación no son similares a los que aparecen en el libro de Sartre que nos acompañó, a muchos, en la adolescencia tardía. Pero el efecto físico está perfectamente descrito con el título. Es un lugar común decir que la especie animal a la que pertenecemos es capaz de realizar desde lo más increíble a lo más abyecto. Somos afortunados al poder contar, por millones, las personas que ponen el bienestar de los demás a años luz de los propios. La historia nos pone miles de ejemplos. Tenemos muy cerca a aquellos que, en la actual pandemia, nos cuidan desde muy diversas áreas, muchos con riesgo de su propia existencia. Pero como el yin y el yang, también están los opuestos. Por desgracia conocemos muchos nombres. Algunos son del dominio público. Otros no tanto. Pero seguro que tenemos nuestras propias listas. De héroes. Pero también de gusanos.

No hace falta ser creyente para recordar ciertas frases religiosas. Algunas son realmente buenas. «Ay de aquel que escandalice: más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar». Hemos terminado por ser una sociedad que piensa que podemos esperar cualquier tipo de comportamiento sin escandalizarnos en demasía. A diferencia de otros lugares, en este país admiramos a los que se saltan las normas para lograr sus objetivos. Claro, si no los pillan. No en vano es el lugar en el que se escribió el 'Lazarillo de Tormes'. El pícaro es, por encima de cualquier otro/a, nuestro ídolo nacional. Más que eso. Está en nuestro ADN. Pero, hasta nosotros parece que tenemos unos límites que quizás no están establecidos por la ética, o la moral, o lo que sea. Probablemente están provocados por el hecho de que, muchos afortunados, tenemos padres y madres de más de ochenta años. O recordamos que los tuvimos. Y hasta ahí podíamos llegar. Mientras no sea cierta la multiplicación de los panes y los peces, por cada vacuna que se ponga un señorito/a hay una menos para los que, realmente, están en riesgo. Aunque no se me pasa por la imaginación, ni remotamente, comparar ambos escenarios, ya hemos empezado a escuchar el argumento de la obediencia debida que tan magistralmente desarrolló Hannah Arendt en 'Eichmann en Jerusalén'.

Como madre, hija, hermana, prima, sobrina, amiga esto me enfurece hasta límites insospechados. Como profesora de Ciencia Política me inquieta sobremanera. Nosotros, pobres mortales, estamos más o menos habituados a las prácticas fraudulentas de muchos políticos/as. No todos/as, que conste. Eran corruptos con el dinero. Y eso ya provocaba efectos negativos en el sistema democrático. También en el nuestro. La disconformidad con el funcionamiento, y las prácticas, de muchos políticos es un factor que explica el crecimiento de los partidos populistas, de derecha e izquierda. Ahora nos muestran que también son corruptos con las vacunas. No tienen respeto por la salud de sus convecinos. Y ese comportamiento tiene efectos sobre la población, no precisamente positivos. Reforzamos, como mínimo, la idea de que los más pícaros se salen con la suya. Que no es necesario respetar nuestros acuerdos, ni las normas. Nos trasladan, con insistencia, que la sociedad se divide entre privilegiados y «los de abajo», como decía Azuela. La desafección y la crítica hacia el sistema se incrementa, exponencialmente, con estos comportamientos.

La palabra cínico se refiere a personas que mienten descaradamente sabiendo que lo están haciendo. Y eso es lo que hemos visto hacer en los últimos días. Y lo curioso es que seguro que se ven a sí mismos/as como personas honestas y sinceras; seguro que lo son en otras cosas. Hace muchos siglos, en Grecia, se desarrolló la escuela cínica que defendía el uso de la ironía, la burla, la risa contra los poderosos, contra una sociedad que se encontraba en una decadencia absoluta. En las últimas décadas lo que nos acompaña, sin embargo, es el comportamiento cínico, despreciativo, soberbio de la clase política hacia los ciudadanos. Es el cinismo político en grado superlativo. Uno de los grandes pensadores de las últimas décadas, Peter Sloterdijk, escribió sobre ese cinismo de la prepotencia, del poder, de los políticos. En una entrevista reciente insistía en que vivíamos en una competición por la inmunidad. En un todos contra todos. Propugnaba por una nueva conciencia de la comunidad y la necesidad de aumentar la coinmunidad. Ojalá tuviese razón. Mientras eso sucede, solo la presión de los medios y los ciudadanos evitará que, como siempre, en España no dimita nadie.

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