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En España siempre fueron tiempos difíciles. El 6 y el 7 de octubre de 1841 el Partido Moderado dio un golpe de Estado en Madrid para devolver el poder a la regente María Cristina. Había tanta costumbre que muchos progresistas desayunaron, leyeron el periódico y ... se exiliaron, al menos los que pensaban que los moderados los iban a ahorcar o a meter en la cárcel.
Rafael Tegeo era un pintor caravaqueño que triunfaba en Madrid, aunque anteponía los principios a la conveniencia, la furia de la verdad a la placidez de la adulación. Temperamentalmente era un romántico, aunque su pintura nunca dejase de ser clásica. En tiempos en los que la corbata o el bigote te significaban políticamente aún no existía la 'sociedad política', que es cuando uno del PP cena con otro del PSOE o cuando una de Podemos invita a su boda a otro del PNV. Entonces el odio político no había aprendido aún las reglas de la tolerancia política que durante el pasado medio siglo se consiguió en este país y que hoy estamos volviendo a olvidar. Hoy uno con la camiseta del Che no cena con otro con corbata de Hermés. Hay quien lo verá bien, a mí me parece una cosa preocupante. Aquella España aprendía a ser constitucional y buscaba una democracia que no sabía usar, lidiaba con una reina niña inconsciente, una regente corrupta y voraz y un pretendiente al trono que se echó al monte en el norte y montó tres guerras con más de 200.000 muertos. Nuestro siglo XIX es tan fascinante que duele.
En ese clima, como decía, Diego de León y Manuel de la Concha dieron un golpe de Estado contra Espartero, regente progresista. Todo se movió como en un terremoto y Tegeo pensó que borrarse de ese Madrid que iba a empezar con purgas y 'vendettas' era buena idea.
Y se vino a su Caravaca natal, al pueblo en el que todo iría bien. Con su bigotón, sus patillones, su inveterado carácter contestatario y su prestigio como teniente director de la Academia. Una vez allí tenemos pocos datos pero sabemos que tenía un amigo adinerado en Cehegín. Su 'exilio' conllevaba gastos, así que aceptó el encargo por parte de su amigo Santos Cuenca Abril de que retratase a sus hijos ¿o fue Santos el que aceptó que Tegeo los pintase?
El caso es que preparó dos telas de 85,5x7,5 y 83,5x70,5 y empezó a pintar a los hijos de su amigo. Magdalena era una jovencita bella que el pintor supo embellecer más. La poco más que adolescente posa con un vestido elegantísmo de terciopelo, unas puntillas algo anticuadas, un poco provincianas, y todas las buenas joyas que su padre le podía comprar. La mirada divertida e inteligente, la nariz que debía ser un poco grande y los labios apretados son una definición de carácter de la chica y de afecto por parte de Tegeo.
El hermanito de Magdalena se llamaba Santos, como su padre. Es un bebé vestido con una ropa de seda que no debía ser cómoda, pero que lo hace parecer un angelito rechoncho. A Tegeo le gustaba el niño, tanto que por detrás escribió «D. Santos de Cuenca, de 11 meses de edad, pintado en Cehegín por un apasionado suyo». Quien tiene niños sabe lo que es hacerle una foto a un bebé. Imaginemos sesiones de dibujo con un niño que fluye como un jaguar y se quiere meter en todos lados. Entre cortinones, en un sofá fernandino que he buscado por todas las casas de Caravaca y Cehegín, y que en algún sitio tiene que estar, el niño se queda quieto más de lo previsto porque le capturan un pajarito que él agarra fuertemente con la izquierda mientras en la derecha sostiene el hilo azul que, amarrado a su pata, lo convierte en juguete. El símbolo de la libertad es un entretenimiento para este bebé cuya mirada nos apela en este lienzo pintado en 1841.
Magdalena y Santos tuvieron vidas de las que no sé apenas nada. Sé que murieron y que los retratos quedaron en manos de sus herederos. El de Magdalena pasó hace unos años al MUBAM, donde hoy podemos verlo todos, el de Santos no se volvió a mostrar desde una modesta exposición en 1964. Hoy, con motivo de la exposición 'El siglo de Tegeo' los dos hermanos se preparan para unirse. Dentro de una iglesia que conocieron y que hoy es sala de exposiciones, dentro de sus embalajes, los cuadros volverán a estar juntos en recuerdo de los dos niños. La generosidad del Museo y de la propietaria del Santos, a quien tanto debemos, han hecho esto posible como custodios de este fragmento de la historia de España.
Será la edad pero me emociona esta reunión de hermanos, una unión pictórica que propiciaron las tristes guerras políticas del XIX. Hoy, que estamos acercándonos a aquellos enfrentamientos tan feos, estos dos niños nos mirarán juntos desde una sala de exposiciones para que celebremos algo así como una vieja reunión familiar que hemos esperado un siglo y medio. Y ha llegado.
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