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A Pedro Segado Bravo. In memoriam
En la investigación para 'Magna Urbe' –promovida por la Fundación Camino de la Cruz– encontramos un santo jesuita, seguramente san Estanislao Koska, que hoy se presenta en la exposición. Es una talla barroca de entre finales del siglo XVII ... y principios del XVIII, probablemente italiana y guardada durante décadas en los almacenes municipales de Caravaca. Estuvo almacenada en la Soledad y proviene del Colegio de la Compañía, probablemente del retablo mayor. Es una de las tallas más importantes producidas para la ciudad en este periodo y una obra excelente. Y sí, está destrozada, con ojos de cristal reventados, manos y niño perdidos y muchos impactos. Nos enfrentamos a dos cosas, una obra de arte importante y el misterio de su historia.
No tenemos las fechas pero sí los hechos, y los hechos son que la poderosísima Compañía de Jesús la encargó probablemente a finales del siglo XVII para mostrar al pueblo la grandeza de sus santos propios, de sus soldados de Cristo evangelizadores que morían por la fe sin importar la edad. Nos cuenta la historia de las guerras de religión y la estructura cuasi militar de una orden que tenía generales, del poder enorme que llegaron a poseer. Y de las suspicacias y miedos que levantó esta fuerza suya ante la corona. El 3 de abril de 1767, como bien cuenta Melgares en el catálogo de 'Magna Urbe', el padre Manuel Beteta, fabriquero de la compañía en Caravaca, entregaba el patrimonio del colegio a los hombres del gobernador. Carlos III había expulsado a los jesuitas de España y sus indias. Las razones son conocidas: su excesivo poder, su discutida participación en el motín de Esquilache, sus riquezas codiciadas por la Corona y los nobles... Por tercera vez un rey de España expulsaba a un grupo humano por causas más o menos religiosas, y tras la salida de los judíos en 1492 y de los moriscos en 1609-1613, los jesuitas esperaron durante el mes de abril en los puertos españoles. Fue tal la multitud que el Gobierno contrató barcos extranjeros. Una vez llegados a Civitavecchia, el puerto de destino, no se les quiso acoger. Aquellos hombres, que llevaban ya semanas desterrados, tuvieron que cambiar de naves, vivir hacinados como hoy los inmigrantes que no dejan desembarcar en Italia. Finalmente Clemente XIII dio su brazo a torcer y tocaron puerto. En un tiempo en el que compramos novelas históricas de cada vez más baja calidad, es increíble que no hayamos enloquecido por este historión que es nuestro.
Mientras tanto nuestra escultura quedó desprotegida en el antiguo Colegio de la Anunciación, hoy sala de exposiciones.
La hipótesis de partida es que no fue atacada entonces. Pudo haber depredación tras la desamortización de los bienes jesuitas, pero no hay ni razón ni costumbre de destrucción iconoclasta a finales del siglo XVIII. La talla se debió respetar, como se respetó el San Ignacio recuperado en la Concepción y que hoy forma parte de la exposición. Esta escultura simplemente perdió quien le rezara. Luego vino el desinterés que acabó en incomodidad. Nadie destruye algo tan valioso que, además, es sagrado y no se puede fundir como el oro. El tránsito de esta obra de arte por nuestra historia es la del silencioso espectador de nuestro violentísimo siglo XIX, donde hay hechos que pudieron provocar su daño, como la Guerra de la Independencia, pero tampoco tenemos constancia. Al igual que las mejores obras del antiguo Colegio pasaron al Salvador y otras parroquias, esta debió exponerse a un culto en un lugar menor. La hipótesis de que pasara por una de las ermitas viene del apunte a rotulador en una pegatina adherida a la bolsa de plástico que la contenía donde se dice «Escultura en madera. S. Roque». Sin embargo, no hay una ermita con tal nombre en Caravaca. Tal vez fuese una errónea atribución a un santo que suele presentar atributos distintos.
La lógica de la historia nos adelanta una hipótesis que el lector habrá sacado: un ataque iconoclasta durante la Guerra Civil. Podríamos pensar que algo tan grave se mantuvo en la memoria pero no, fue demasiado lo que ocurrió entonces para recordarlo todo. En el intento de expulsión de los Carmelitas durante la ola anticlerical el 14 del mayo de 1931 no tiene razón de ser, no hay motivo para ubicar un santo jesuita en otra orden. Ya en guerra, durante el ataque al titular de la parroquia del Salvador, tampoco tenemos un testimonio concreto ni una referencia de esta obra. Desde la noticia del ataque a una ermita en junio del 36 que publicaba el 'Liberal' hasta la utilización de la parroquia como garaje, la desaparición de la Virgen del Carmen y otras tallas de las que hay memoria, nada: esta se encuentra en un limbo histórico. Son pocas conclusiones para una historia tan fascinante, pero escribir otra cosa sería historia-ficción.
Y llegamos a hoy. Los españoles de 2024 recuperamos esta escultura, la miramos, escrutamos su pasado buscando el nuestro y la mostramos en la iglesia donde una vez estuvo hace dos siglos y medio, hoy convertida en un lugar de arte y cultura. El final de esta historia es que hoy vivimos en paz, que podemos mirar al pasado y asumirlo, que nos interesa recuperar esta escultura como símbolo de nuestra historia. Esta obra nos lo recuerda, a pesar de los pesares, cada día somos mejores.
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