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Playa, agosto. En la mesa contigua una señora exclama, con esa voz proyectada que usamos para que nos escuchen, que antes se vivía mejor, que los 70 fueron magníficos y que todo hoy es horrible. Entonces decido preguntarme si eso es así y para ello ... utilizo lo que conozco, el arte.
La actividad museográfica de Madrid en 1977, más allá del Prado, era más bien raquítica. Hoy, en un fin de semana, se puede visitar El Prado, Reina Sofía, Thyssen, Caixaforum, fundaciones MAPFRE o March, entre otras, los renovados Arqueológico, Cerralbo, Lázaro Galdiano... y la novísima Galería de las Colecciones Reales. Este Madrid y esta España no tienen nada que ver con aquellas. La vida, al menos en mi terreno, es mucho mejor que hace 50 años. No todo es perfecto, por ejemplo el nuevo Madrid absorbe aún más que aquel, que ya era capital de una España centralista, pero eso es para otro artículo.
La apertura de la Galería de las Colecciones Reales es el acontecimiento cultural del siglo en lo que al arte en museos se refiere. Tras 25 años de espera, los reyes inauguraron el pasado 28 de junio este museo (que no se llama museo) en un importante edificio de Tuñón y Mansilla. Partamos de una distinción entre contenido y continente. Este último es potente y efectivo, edificado prácticamente en una pared del promontorio del Palacio, bajo el lateral de la Catedral de la Almudena. El contraste entre el feísimo edificio religioso y la belleza del laico queda compensado con la total visibilidad de aquel y la posición esquinada y prácticamente oculta de este. A la manera de los engaños borrominianos, el visitante espera un lugar raquítico y queda desconcertado por la amplitud. La rampa que articula este edificio tan vertical está llamada a formar parte de las icónicas rampas de grandes museos, como la de Giuseppe Momo en los Museos Vaticanos o la de L. M. Pei bajo la pirámide del Louvre. La arquitectura ha ganado, el continente cubre las expectativas.
Entonces entramos en el discurso museográfico.
En 1931, con la proclamación de la República, el patrimonio de la Casa de Borbón y, por herencia, el de los Austria y los restos de los Trastámara, pasaban a ser de todos bajo la gestión de Patrimonio Nacional, organismos dependientes hoy del Ministerio de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática. El Prado, abierto en 1819 con lo mejor de la colección de pintura y escultura de la Corona, se nacionalizó en 1868 tras la Gloriosa, revolución en la que se expulsó a Isabel II. Esto es importante porque marca una diferencia fundamental con el resto de esquemas museográficos nacionales europeos. En Francia la Revolución dispersó gran parte de los bienes de la Corona, guardando solo lo que se consideró de utilidad pública, fundamentalmente las pinturas y esculturas hoy en el Louvre, pero en Inglaterra fundaron su gran museo, la National Gallery de Londres y el resto de ellas en las capitales de Reino Unido con donaciones privadas y apoyo público. Los Windsor retienen en su propiedad sus vastísimas colecciones. En Italia los Saboya, al ser expulsados en 1945, no dejaron nada parecido al país y el resto de países mantienen esquemas de todo tipo, si bien ninguno como el que en Madrid completa hoy la Galería.
La selección es, para mí, el gran acierto partiendo de que no se ha desnudado un santo para vestir a otro, no se ha traído 'La túnica de José' de Velázquez del Escorial ni se ha despojado de tejidos las Huelgas ni otros tesoros sustantivos de otros reales sitios adscritos a Patrimonio; se ha construido el relato con artefactos principalmente del Palacio Real y, en menor proporción, de palacios, conventos y templos. No hay grandes sorpresas ni hay una sucesión de pinturas despampanantes. Veremos obras maestras, como el Caravaggio o los Juan de Flandes, así como el tan cacareado y, en mi opinión menor, caballo de Velázquez, pero lo que veremos en la más absoluta gloria son los tapices. Esa es la revelación. Estamos tan condicionados por la pintura y sus grandes nombres que, con frecuencia, pasamos los tapices en museos y palacios como si fuesen ventanas o mobiliario. Aquí es imposible, colisionamos con, tal vez, la mejor colección del mundo. El éxito de esta museografía es el protagonismo de la tapicería, sobre todo en la planta de los Austrias. Luego las sorpresas. Para mí la mayor ha sido el Codex Escurialensis, pero hay delicias, como Michel Coxcie o los Durero que justifican el viaje a Madrid.
También hay una debilidad. No es el relato, este museo cuenta la historia de España a través del coleccionismo real, es la línea editorial. Al igual que el Prado esta colección es patrimonio de todos pero si bien en la primera pinacoteca nunca piensas, ni viendo el Carlos V de Tiziano, que se ensalce a la monarquía sino al arte, aquí puedes tener la impresión contraria.
Considero necesario visitar este museo hablando, discutiendo. Leer al salir y aprender. Pocos sitios son tan interesantes en lo positivo y en lo discutible, aparte de ser una experiencia estética importante y una forma de entender que hoy la vida es mejor que en 1977 pero, sobre todo, que en 1931 y que en 1868.
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