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Agosto es un mes de palabra y se va con los preceptivos días grises y lluvia, promesas de ánimos oscuros en la primera semana de trabajo. El lunes por la mañana, a eso de las 8, sonará una especie de bocina descomunal y el país ... entero mandará correos electrónicos que estaban esperando ansiosos para llegar a su destinatario y decirle que «se te ha acabado el rollo, mándame el informe o ven a arreglarme el grifo o dónde están las pruebas del libro». Además de palabra, agosto tiene la elegancia este año de dejar un fin de semana a modo de bonus track para que vaguemos por playas a las que ya baja menos gente. Amo esa melancolía así como decadente del último fin de semana en el que ya sabes que no acabarás el libro, en el que has vuelto a empezar un coleccionable y has dejado de beber. Un viernes, qué cojonazos me traes.
Ha sido un verano como todos los veranos. He puesto la tele, que no había visto desde las olimpiadas, y si pones el telediario de hoy el año pasado este mismo día nadie hubiera notado la diferencia. Conforme me hago viejo voy teniendo la sensación de que pensamos que todos los días se acaba el mundo y al final va a ser que no. Pero hay algo distinto, ha pasado algo que, en realidad, no es nuevo pero que ha quedado universalmente confirmado.
Los Juegos Olímpicos de París han dejado momentos épicos y grandes fracasos, pero van a pasar a la memoria colectiva y a la cultura contemporánea por dos nombres, el tirador turco Yusuf Dikec y la 'break dancer' australiana Rachel Gunn. El primero disparó con una camiseta blanca de las que te pones para bajar a comprar pan, con una mano en el bolsillo y con las gafas de ver de lejos pero las más corrientes, las que llevas de repuesto en el coche. La imagen se hizo súbitamente global y empezaron los memes, el mejor de ellos el que incluía su imagen entre John Travolta y Samuel L. Jackson en el mítico tiroteo de 'Pulp Fiction'. Proliferaron historias, como que había empezado a disparar como desahogo por el divorcio de una mujer malísima y demás, basura que desmintió en cuanto llegó a Turquía. Y, de repente, se dio el momento: Yusuf tiene gato y aparecieron fotos con él. Ya era lo más cercano a un héroe de la clase obrera porque en este mundo los israelíes pueden reventar un colegio tras otro que lo que miramos en el móvil son videos de gatitos monos.
La segunda ha sido la polémica más violenta de los Juegos. La historia es muy sabida, ella es profesora universitaria y se coló en la competición de break dance, que este año debutaba en unos Juegos que habían dejado fuera el karate. Hizo una actuación bufa y sacó un cero. Relacionado o no, a la semana el COI dijo que, seguramente, el break dance se quedaba fuera de los próximos Juegos. No recuerdo un fenómeno viral así desde los memes de la loca y el gato. El ingenio y el odio, mezclados y cruzados, han producido millones de imágenes y artículos. No sé cómo puede estar ella resistiéndolo, pero a determinadas personas esto las podría matar.
El caso es que las dos personas más célebres del fugaz agosto lo fueron por su capacidad de generar memes. No por récords históricos ni por acciones heroicas o bellas, sino por ser motivo de fotos con chiste, que es la forma en que la cultura actual celebra a sus héroes. No lo veo mal porque nunca me gustaron las estatuas en el parque ni esas cosas tan caras y rancias. La celebridad la provoca un tipo ingenioso con un ordenador o una 'tablet' y una 'app' que pone textos a las fotos.
Mientras asentamos esta nueva forma de celebrar a los grandes nombres de la época, alguien de Mercadona ha lanzado la mejor campaña publicitaria que conozco. En redes se difundió como la pólvora, tan rápida y luminosamente como los memes de nuestros dos héroes, la noticia de que la gente se iba a ligar a esos supermercados a las 19.00. Me conocerás porque llevaré una piña en un carro. Coste cero, difusión masiva, publicidad y clientes entrando a mansalva a última hora. No te vas a ir sin comprar algo, siempre te faltará Fairy. Esto que parece una broma es muy serio e incide en estas nuevas formas de comunicación que nos estamos dando o que nos están dando. Es un nivel más allá de lo líquido de Zygmunt Bauman, todo esto es vaporoso por su inconsistencia, pero también por la forma rápida en que desaparece sin dejar rastro. Dentro de un mes estas tres historias sobre las que bascula este textito serán un pasado irrelevante, apenas nadie recordará estas historias de consumo rápido, como es ya casi todo lo que nos escupe el móvil. Pero no nos equivoquemos. Si tienes hijos adolescentes no es raro que te comuniques con ellos mandándoles vídeos de gatitos o memes graciosos. Son las formas de comunicarnos en este tiempo. Se han propuesto muchos pero aún no ha llegado el que le ponga nombre a la época. Si yo tengo que elegir al que busque ese nombre no llamaré a ningún filósofo, se lo pediré al 'community' de Mercadona.
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