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En un tiempo tan difícil, en el que asistimos a diario a la deshumanización de un mundo en el que el mal parece triunfar tantas veces, hay resquicios por los que se cuela la luz que ilumina la fe en el ser humano. Esos resquicios ... los abre la generosidad. Dentro de lo mejor de nosotros hay una tradición que ha dejado cada edificio bello donde está, cada museo que visitamos, cada iglesia llena de tesoros. Esa generosidad en tan alto grado se llama filantropía. Esa necesidad de devolver a la sociedad parte de lo que la sociedad nos da no es general, corresponde a personas con una alta calidad humana y humanística, y de eso hablaré hoy.
Esta es una narración que nos agrupa y nos describe como sociedad y como cultura a través del viaje de un cuadro a lo largo de la historia. Es una pintura al óleo de Manuel Wsell de Guimbarda, nacido en La Habana, de padres y abuelos cartageneros y uno de los grandes maestros de la pintura española en el siglo XIX que, en 1844, se vino a vivir a Cartagena. Hablamos de uno de nuestros más grandes artistas, aunque no haga falta explicar esto.
Se trata de un óleo sobre lienzo pintado a finales del siglo XIX o principios del siglo XX, de 75 x 100 cm, que representa a la Virgen del Carmen. Es una pintura muy importante en un estado de conservación también óptimo, sin restauraciones inoportunas, sin pérdida ni reintegraciones. Casi con seguridad fue pintado en su estudio en la cartagenera calle Caballero, un taller donde aprendieron el oficio Andrés Barceló, Julio Villas Moreno, José Lizana, Alfonso Siles, Elena Briones, Clara Cabanellas, Mª Luisa Vélez, Rosita Figueras, Ángeles Aguirre y el gran Vicente Ros, maestro a su vez de la siguiente generación cartagenera.
Este cuadro, recalco, de primera categoría, ha sido donado a la Comunidad Autónoma de Murcia por la familia Noval Clemente, por expreso deseo de su fallecida madre, Mª del Carmen Clemente Paredes, propietaria del cuadro que heredó de su familia paterna.
Tras su llegada a Cartagena, Wssell debió conocer a Francisco Clemente Astor, bisabuelo de las donantes, dato que ellas han determinado en base a la fecha de nacimiento de su abuelo, Francisco Clemente Miguel, en Cartagena en 1892, lugar de residencia de sus bisabuelos. Doña Mª del Carmen, madre de las donantes, recordaba el nombre de José Lizana, uno de los discípulos de Wsell que después se casaría con su hija.
Don Francisco Clemente, ingeniero de Minas, tenía una tertulia en el Casino de Cartagena, a la que también acudían Wsell y Lizana; fueron amigos y contertulios, de ahí el regalo del cuadro a Clemente, de quien lo heredó su hijo, luego su nieta y hoy sus bisnietas, que me cuentan que su madre decía recordar que la cara de la Virgen del cuadro está inspirada en la de la única hija del artista, que al parecer murió muy joven.
Hablar de Wsell es hablar de la Cartagena de finales del XIX y principios del XX: pintó para el Café Imperial, el Ateneo, el retablo de la iglesia de Santa María de Gracia y en la Basílica de la Caridad, donde decoró la bóveda del camarín y los muros con las imágenes de los Cuatro Santos, San Isidoro, San Leandro, Santa Florentina y San Fulgencio, así como Santa Teresa de Ávila y San Juan de Dios. En Lorca realizó el conjunto de pinturas murales que decoran el Palacio Huerto Ruano, y el Crucificado de la Colegiata de San Patricio. En Alhama de Murcia dejó un Sagrado Corazón de María que se conserva en la parroquia de la Concepción. También se pueden ver cuadros suyos en el MUBAM de Murcia, en la colección Bellver de Sevilla y en el Museo Carmen Thyssen Málaga, pero sobre todo en el Museo Nacional del Prado, lo que corona al maestro entre los imprescindibles de nuestra pintura.
A nadie escapa que la obra tiene un valor de mercado. Hablamos de uno de los pintores favoritos de Tita Thyssen, por ejemplo, que ha atesorado algunos de los mejores en su museo de Málaga. También hablamos de su mejor periodo, ya de madurez y de una obra vinculada estrechamente a Cartagena y a la Región, por lo que muchos coleccionistas hubieran querido poseerla, pero la familia Noval Clemente ha decidido renunciar a todo eso y que sea siempre para Cartagena, donde fue pintado, donde tiene sentido: en el Palacio Aguirre. Y que sea un regalo.
Carolina y yo hemos tenido el honor de acompañarlas en este camino, que tan pocos recorren en esta región, y sabemos que han rechazado otras posibilidades para que la memoria de su madre, abuelo y bisabuelo fuese honrada de la manera apropiada, hablamos de amor a sus antepasados, de estar a la altura que estuvieron nuestros mayores. Para nosotros ha sido, de verdad, muy bello asistir a este camino, que las instituciones debieran propiciar para que nuestro patrimonio artístico creciese para orgullo de todos.
Sabemos que en breve se llevará a cabo el acto de entrega del cuadro a la ciudad y allí estaremos en un momento que será muy emocionante y una lección de vida para todos. Será el día en el que aflore lo mejor de nosotros en un acto de amor y generosidad.
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