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De la misma manera que quien cría un cocodrilo sabe que morirá devorado, yo moriré aplastado por una pila de libros. Se extienden por las casas y despachos como la vegetación roja de la 'Guerra de los mundos' de H.G. Wells. Toman todo y ... exigen más, como Misery a Paul Sheldon. Todo empieza bien con esto de los libros. Te vas sintiendo orgulloso de lo que lees y llenas una leja de tu habitación infantil. Los cómics ocupan cada vez más y entonces llega la adolescencia que deja un mueble lleno. Te dan un aura distinta y atractiva pero hay que controlar eso, por ejemplo: cuando un tío o una tía te entra en un bar y te habla de Hegel es muy guay, pero cuando son las 6 de la mañana y sigue hablando de Hegel se hace evidente que los libros son un problema y que Don Quijote es un profundo drama.
Entonces un día empiezas a escribir tú y, cuando publicas el primero, piensas que tu vida cambiará pero lo único que ha cambiado es el libro que estás escribiendo, porque los que escribimos libros siempre vamos a estar escribiendo uno. Son la roca de Sísifo, el anillo de Frodo o, mejor, el de Smigol. Regalas un ejemplar pensando, como en 'Amanece que no es poco', que a ver si me lo va a leer mal y me lo va a joder. Pero es que, demasiadas veces, ni lo va a leer. Solo va a ir a su estantería con los otros libros que no leerá.
Y entonces llega la edad adulta y tu casa con biblioteca. Al principio está medio vacía, pero es que es muy grande y piensas que ojalá la llenases. En tu deseo está la maldición porque se llena. Y la casa se llena también de niños y cuando los niños entran por la puerta el minimalismo sale por la ventana. Y todo con más libros. Y más niños. Tienes un sillón, tu potro de lectura y le dices a ella que apilar libros en medio del salón es 'trendy' y ella te lanza rayos con los ojos. Pero es que, encima, te haces editor y te llegan las cajas de los libros que editas y entonces decides irte a vivir a la huerta y construyes una biblioteca y llega la felicidad: tus libros están ordenados. El universo funciona. Luego los libros forman una columna en el suelo. Y empieza otra vez.
La vida te va cargando de libros. Una de las cosas buenas de nuestro trabajo es que compramos muchas publicaciones, así que hicimos pública la biblioteca de T20 y recibimos el emocionante espaldarazo de la Fundación Banco Santander que nos donó su monumental biblioteca. Luego Nacho Valle nos regaló el importante y especializado fondo de su galería, Valle Ortí, y, poco a poco, vinieron más. La suma produjo un monstruo. Surge aquí un trabajo en sí, que es el de bibliotecario y archivero, que no se paga pero que conlleva un placer casi lascivo.
Carolina y yo tenemos una biblioteca importante, unos 33.000 volúmenes. Para que nos entendamos, en una reciente mudanza fueron 1.650 cajas en cuatro camiones medianos. Es una de las buenas bibliotecas de arte españolas, bastante mejor que la sección de Arte de la Universidad de Murcia, lo cual es un problema solo temporal porque, si mis hijos no la quieren, cuando nos muramos la donaremos a nuestra querida UMU. Muchos ejemplares vienen de muertos, compramos libro de viejo masivamente en las aceras de los rastros del mundo y no quisiéramos que volviesen a esas aceras. Tenemos una responsabilidad con ellos.
Esta pelea con los libros no solo es nuestra, todos los que tenemos esta enfermedad hacemos cosas raras, como viajar con mucho peso o gastar más de lo que debemos en libros que pasan a una pila que nunca estará a cero. Quien leyese la excelente y afilada entrevista que me hizo Antonio Arco el viernes pasado me imaginará peleándome también con los libros, pero con ellos no te puedes pelear porque son intrínsecamente buenos, somos nosotros los que los jodemos al leerlos mal. Bueno, algunos no se pueden leer bien, como 'Mein Kampf', pero se nos olvida que ser lector no es garantía de ser buena persona, Goebbels suele ser un buen ejemplo de eso. Sí es, a veces, garantía de ser cursi, y los que leemos mucho tenemos ese horrible vicio de citar en contextos relajadamente naturales a autores elevados. Pero no hay que citar: hay que leer, preferiblemente a Miguel Espinosa, porque los murcianos somos tan torpes que a veces no nos damos cuenta de que en él tenemos a uno de los mejores escritores españoles del siglo XX. Si no el mejor.
Hace poco aprendí que hay dos aficiones; una comprar libros y otra leerlos. No lo aprendí en un libro sino en un meme, porque soy un hombre de mi tiempo. Nunca en mi vida he pasado por un aeropuerto sin comprarme uno. Los aciertos han sido pocos pero he tenido fracasos aterradores como cuando, sin saber quién era el autor, me compré 'Los mitos de la Guerra Civil' de Pío Moa con un viaje de 12 horas a Guatemala por delante, todas las pelis vistas y nada más que leer. Inenarrable.
Así que, acabada esta columna, me voy a Libros Traperos a comprarme un libro. Así, a lo loco.
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