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Un día la historia examinará cómo hemos habitado la tierra. Tal y como nos estamos comportando con el planeta será un juicio severo, si bien esto no lo hemos hecho solo nosotros, es la conclusión de siglos de maltrato, aunque se nos culpará tanto del ... desastre climático por malos como por ignorantes.
La Cruz de las tormentas data del siglo XV y es una Cruz de Caravaca que se abre cuando llueve, como una primitiva estación meteorológica. La apertura es mínima pero visible. Su mecanismo es sencillo y genial: dos láminas son de un metal de baja aleación o de calamina y en medio piel de buey, que absorbe la humedad, hinchándose y separando las dos láminas. Imagino que desde la ingenuidad esto era milagroso cuando los limosneros empezaron a venderlas para sufragar las obras del Santuario de la Vera Cruz, tal y como cuenta el impagable José Antonio Melgares. Se vendían bien ya que llegaron a ser imprescindibles en toda la Región, especialmente en la huerta. En las barracas se ponían en la puerta. Su apertura era buena porque anunciaba lluvia, aunque a veces era la riada. Entonces sonaban unas caracolas que los huertanos soplaban como los vikingos sus cuernos desde altozanos de la llanura aluvial y las familias corrían en mitad de la noche para salvar sus vidas y lo poco que podían subidos a un árbol.
En la memoria está siempre la Riada de Santa Teresa de 1879. Cerca de mil hombres, mujeres y niños murieron cuando el agua entró a presión en sus habitaciones, los estampó en sus camas contra el techo y los ahogó. Se perdieron tantas vidas que, desde entonces, en la huerta se desarrolló la costumbre de dormir con una mano o una pierna colgando de la cama, para que si el agua entraba los despertase con su frío contacto. Aún hay quien duerme así en la Vega Baja.
Hay una lectura interesante en el uso que se hacía de la Cruz de las tormentas. Unos la tenían en la mesilla y, si se despertaban, la miraban a la luz del candil; otros la ponían en la puerta, con lo que, entre ellos y el horror de la riada, ponían su más fuerte escudo. Era también una forma de señalar la casa como el hogar de fieles. Recordemos que los judíos pintaron sus puertas con sangre de cordero para que el ángel exterminador no aniquilase a sus primogénitos en Egipto, la última de las siete plagas que empezaban con una inundación de agua que se convertía en sangre (Exodo). Colocar en la puerta la Cruz de Caravaca era un exorcismo, una forma de alejar la plaga, sea el agua o la venganza divina. Es el prodigio de la relación de la gente con sus símbolos, y la Cruz de Caravaca es un símbolo tan poderoso en el cristianismo que no es casualidad que se uniesen la fe y la precaución en un mismo objeto. Esta cruz nuestra, además, tiene unas connotaciones tan maravillosamente simbólicas que hay que recordar que es el motivo de los Conjuros, la ceremonia celebrada en lo alto del Castillo que alejaría las tormentas cuando el ruido de las aguas avisaba de su proximidad o el Baño, la inmersión de la Vera Cruz para fertilizar el río. El contacto de las aguas con la Vera Cruz fertilizaría las tierras. Es de una riqueza antropológica, histórica, cultural, mística y mistérica insuperable, de una belleza atronadora, como las tormentas.
Hoy es muy difícil que alguien no crea que el calentamiento global ha cambiado el clima, y si quedaba alguien la tragedia de Valencia habrá disipado sus dudas, pero lo que ha pasado en Valencia no es nada nuevo, si lo pensamos, ha llovido aunque de forma mitológica y el agua ha buscado su cauce ancestral, algo que es anterior a nosotros, algo que hemos olvidado.
Mis antepasados huertanos habrían denominado al horror del 29 de octubre Riada de San Narciso. Se les ponía el nombre del santo del día, como en la de Santa Teresa. Pero eso no es lo que más les hubiese preocupado, sino que hayamos perdido la memoria de las tragedias que sufrieron ellos, que no recordemos que el agua tiene unos cauces, unas llanuras y unas caídas que son suyos y que hayamos construido donde ellos no construían porque sabían que eran zonas inundables, y cuando el agua enseña sus escrituras la gente muere. No es que no tuvieran visión inmobiliaria, es que la vida estaba por encima de los beneficios de un promotor normalmente. Lo tenían claro y conocían muy bien cuáles eran las zonas por las que el agua tenía querencia. Tendremos satélites y redes y todo tipo de tecnología pero los huertanos sabían dónde no construir. Nosotros llevamos casi un siglo ignorándolo, y a veces lo descubrimos violentamente, como la noche del 19 de octubre de 1973, cuando un infierno de agua y barro se llevó las casas edificadas en la rambla de Nogalte, en Puerto Lumbreras, con 162 muertos en tres provincias.
Tengo en la mano la vieja Cruz de tormentas que heredé de mi abuela. Ella la heredó de la suya, que ya pensaba que era antigua. Es precioso este símbolo poderosísimo que a la vez es una alarma climática. No me avisará de las tormentas tan bien como la Aemet, pero me recuerda que si olvido el pasado el futuro será peor.
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