Secciones
Servicios
Destacamos
Algunos contamos historias, está en nuestra naturaleza. Empieza con los cuentos infantiles y las historias de nuestros antepasados, pasa por los cines y bibliotecas y ... acaba en una forma de relacionarnos con los demás basada en contar el mundo con nuestro trabajo. Soy una de las personas más afortunadas que conozco porque mi trabajo me deja contar la historia. Las exposiciones son narraciones, o se deben entender así. Si la hace el artista se está mostrando a través de sus obras, si la hace un comisario está actuando como cronista de un hecho, una ficción, incluso de la historia o de parte de ella.
Una vez levantada esa arquitectura que son las grandes exposiciones, como 'El siglo de Tegeo', hay que contarlas. Una visita guiada, como una clase en la universidad o un instituto, tiene muchas características del teatro, cuando se hace bien. Contar las cosas sin más es lo que a muchos ha alejado del arte, hablo de aquellos profesores que leían en clase mientras pasaban monótonamente las diapositivas del Greco o del Partenón. Fueron más dañinos para la historia del arte que el Estado Islámico destrozando Palmira. Cuando damos clase o guiamos una exposición tenemos que tomar el pulso a los alumnos o visitantes, y entrar en sus silencios, meterlos en nuestro discurso y a través de él, en las obras de arte. Seducir intelectos que, muchas veces, están a miles de kilómetros, evitar que se evadan, hacerles ver que lo que tienen delante es fascinante o doloroso o importante. Tenemos que conseguir que lo que se cuenta en la exposición viaje con el visitante cuando se va. No siempre valoramos la importancia de las visitas guiadas, de la misma forma que hemos olvidado la inmensa mayoría de clases que nos dieron. Algunas, unas pocas sí las recordamos. De jóvenes nos hacen como somos, de mayores nos mejoran. Sirvan estas palabras como homenaje a Cristóbal Abellán, Ana Coronado, Elisabet García y Miguel Ángel Pomares, que con sus visitas intensas e implicadas hicieron mucho mejor esta exposición.
A mí me quedó el honor de contársela a sus majestades los Reyes Felipe y Letizia. He tenido ese privilegio varias veces, y dos han sido en mi querida Caravaca, la ciudad de la que soy sin haber nacido allí. Hace ocho años fue 'Signum. La gloria del Renacimiento en el Reino de Murcia' y hace una semana fue esta gran belleza, también promovida por la Fundación Camino de la Cruz, a la que tanto debe Caravaca y tanto debemos los murcianos.
Los reyes son gente culta y moderna. En todas las ocasiones en que Carolina y yo hemos podido enseñarles exposiciones han mostrado más interés que la mayoría de la gente, incluso en ARCO ante obras de Sonia Navarro. Pero esta vez fue distinto. No conocían a Tegeo. Como le ha pasado a tanta gente, descubrieron allí al maestro secreto del arte español. A lo largo de la visita, más larga de lo programado, preguntaron sin parar, hicieron observaciones oportunas y apuntaron cosas relevantes; el Rey, como militar que es, mostró un sobresaliente conocimiento de la medallística. Incluso plantearon la conveniencia de hacer una nueva gran exposición de Tegeo en Madrid.
Pero hubo un momento mágico.
Tras la nave, con las obras maestras de Tegeo, llegó la sacristía. Allí se trazaba una historia política del siglo XIX, de Fernando VII a Alfonso XII. A nadie escapará que contarle al Rey la historia de sus antepasados es una tarea exigente. Al final, una litografía mostraba a Alfonso XII en el centro de una multitud de huertanos apenados que buscan en el rey un consuelo, una curación. La composición hace pensar en Gros y su Napoleón taumaturgo en la campaña rusa, es una exaltación casi mística del monarca. Esta litografía narra la visita del rey a Alcantarilla tras la Riada de Santa Teresa el 15 de octubre de 1879.
Frente a esa estampa les dije que había visto, como todos los españoles, las imágenes de su visita a Paiporta el 3 de noviembre de 2024.
Esta litografía se colgó unos días antes de aquella visita, de manera que, cuando vimos en directo la imágenes, pensamos en la forma circular en que la historia, a la que atribuimos voluntad propia, se expresaba mediante las imágenes. Dos instantes para enmarcar un siglo y medio. Les pude contar la historia de la Riada de Santa Teresa. Los cerca de mil muertos, la forma en que los huertanos se comunicaban mediante caracolas, les hablé del libro de Jara Carrillo. Les dije que en televisión vivimos la historia en directo, pero que quienes contaron la visita de su antepasado utilizaron dos semanas para construir una impresión en la que el monarca se convertía en protagonista de una historia trágica. No sabemos cómo fue aquel 15 de octubre de 1879, pero sí vimos el aplomo de Felipe y Letizia la mañana sorprendente en que nos quedamos clavados delante de la tele. De Alcantarilla a Paiporta, de un rey a otros, de un tiempo pasado a uno nuevo, todo bajo el manto negro de la muerte en forma de riada.
Y pensé que deberíamos contar más nuestra historia; deberíamos contar al mundo el gran relato de esta tierra cuyo pasado, descomunal, trágico y brillante a la vez, no ha sido todavía contado como debería.
Empezar por los Reyes de España es un buen principio.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.