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Era primavera cuando la doctora me dijo que había que repetir mis análisis. No podía ser bueno. Cuando volví me miró como la profesora de latín de 3º cuando me dijo que tenía un 0,5 y me soltó un torrente de datos incomprensibles como ... el latín de 3º. Acabó con «tiene usted 875 de triglicéridos», a lo que respondí preguntando cuánto era lo normal, para recibir como respuesta un cortante «menos de 150 mg». Así descubrí que mi sangre era lava. Soy uno de esos con los que a la Seguridad Social le sale a devolver, nunca voy al médico y en mis treinta años de vida laboral debo acumular unos diez días de baja, así que mi cuerpo decidió vengarse de mi desidia abruptamente. Carolina me puso a régimen, claro, el amor tiene una parte de dolor. Con mi madre fue distinto: ¿recuerdan la expresión de la Dolorosa de Salzillo? Creo que consiguió ese patetismo diciéndole a su madre que tenía 875 de triglicéridos.
Pastillas, régimen, más gym y menos alcohol. Lo último parecía fácil. Carolina y yo fuimos criaturas nocturnas desde los últimos 80 a los primeros 2000 pero crecimos y dejamos de salir. Con los clubs fueron desapareciendo los destilados y nos quedamos con la cerveza y el vino, para acabar en este último como hábito del viernes noche de sofá y Netflix, los sábados de sobremesa y el domingo de despedida. Los gintonic eran para mi cumpleaños, Nochevieja y alguna noche salvaje en la Yesería. Nos parecía poco beber, nada preocupante. Sin embargo, dejar el alcohol resultó áspero por motivos no previstos, y son los culturales. Uno no se da cuenta del peso de la bebida en las costumbres hasta que en un 'vernissage' pregunta si hay cerveza sin alcohol. Aquí comienza la aventura.
En realidad no estaba obligado a dejarlo pero pensaba, por primera vez, en mi salud. Nunca me preocupó demasiado morirme hasta que nació mi hijo Hugo. Con ellos llegan los miedos y a estas alturas no puedo dejar a dos niños sin padre, yo no tuve y es un inconveniente, así que la primera razón fue conservarme para ellos. Luego estaba el ejemplo, que normalizasen el hábito. Dentro de esta idea de la bebida como hecho cultural hemos asumido la elegancia de entender de vinos, la alegría implícita de la ebriedad y lo atractivo que era Humphrey Bogart trasegando whisky y fumando cigarrillos. No queríamos perpetuar ese estereotipo. Si beben que sea porque ellos lo deciden, no porque lo hayan visto en casa. También me preocupaba sinceramente mi estado físico. Los últimos años he engordado. Sé qué es el sobrepeso, mi abuela Mercedes, a quien tanto quisimos, vivió con obesidad mórbida heredada de su madre y acabó recluida en una casa de la que nunca volvió a salir. Desde niño me duele que se use palabra 'gordo' como insulto y siempre que lo escucho deseo una semana de ese sufrimiento a quien lo profiere.
Así que este verano tomamos la drástica decisión. Primero mi cumpleaños, luego el chupinazo final en la fiesta anual que celebramos en la playa y que acaba con las guitarras tocando al amanecer en la bahía y cortamos. Todo bien, los primeros días trajeron una agradable sensación de bienestar. A las pocas semanas Jose cumplía 55 años, y allí nos fuimos con nuestras botellas de Casera. El secreto es ponerle una rodaja de limón y hielo para que lo demás piensen que es gintonic pero al final alguien ve la botella. Explicaciones: que no, que no quiero cerveza, que no, vino tampoco, que no, que no pongas ron. Conforme avanza la noche ya alguien te dice ¡que bebas, pijo! Lo dicen con la mejor intención porque en España no se entiende una fiesta sin alcohol. Parece una broma pero no lo es. Hay una peli en la que todo esto se entiende y es 'Otra ronda', de Thomas Vinterberg. Queda una realidad del beber social y es cómo se percibe todo en una fiesta sin tomar alcohol. La gente es totalmente distinta conforme pasan las horas y se produce, al final, un distanciamiento, como si los que beben y los que no fuesen círculos diferentes y estos últimos tuvieran que hacer un esfuerzo para adaptarse a conversaciones en las que los chistes no son tan graciosos como recordaban.
La vida sin alcohol es mejor. He adelgazado cinco o seis kilos, no me preocupa decir una inconveniencia en una comida de trabajo, ahorramos en vinos... y mis triglicéridos han bajado a 116 junto al resto de indicadores: estoy mejor que nunca. Estas líneas pueden parecer moralizantes aunque no sea mi intención. Beber está bien si uno decide hacerlo y no le genera problemas de salud o de otro tipo, solo hablo de una opción personal que acarrea ese elemento de incomprensión por parte de una sociedad que bebe masiva, cultural, alegre y despreocupadamente.
Mientras esto se publica viajo con Carolina hacia Madrid como los 'Cowboys de la A3' de Arde Bogotá, porque ser murciano es cabalgar por La Mancha para ganarse el pan en Madrid, aunque esta vez no vamos a trabajar sino a celebrar el cumpleaños de uno de los tipos más grandes que ha dado este último medio siglo: FOD. Vamos escuchando a toda púa a los Strokes y repasando mentalmente las excusas para cuando nos digan: ¡que bebas, pijo!
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