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Aprimeros de los 90 los dos, Carolina y yo, llegamos a Atenas. Ella tenía unos 20 y yo tal vez 23. Íbamos de camino a Estambul en Interrail, un billete ilimitado para jóvenes. Después de tres días de andar y levitar subiendo montañas encantadas teníamos ... el tren a las 7 de la mañana. La lógica de esa edad y ese tiempo llevaba a ahorrarnos la pensión y dormir en la misma estación, algo que habíamos hecho muchas veces en Italia y Francia. Pero la Atenas de aquel tiempo estaba entre Sarajevo y Bucarest y no había superado la pandemia de heroína ochentera, así que aquella estación era como un set de 'The Walking Dead'. Nos apropiamos de un banco en el andén, con mucha luz. No lejos dormía otra pareja que hacía el mismo viaje que nosotros. Sobre el papel no era tan raro, pero en la realidad estábamos rodeados de 'junkies' y vagabundos y, muy de cuando en cuando, pasaban dos policías. Yo había llevado en la mochila todo el viaje una navaja automática de las que gastaba el Vaquilla. Carolina se recostó en el banco, yo me quedé sentado vigilando, los dos espalda contra espalda. Cada cierto tiempo, para intimidar, hacía visible la navaja, así como jugueteando con ella. Pretendía proteger nuestras vidas sin darme cuenta de que nada habría más deseable para todos aquellos muertos vivientes que mi reluciente navaja, que no existía un bocado más fácil y sabroso que nosotros dos y nuestras pobres mochilas llenas de ropa sucia, sin móviles ni tarjeta de crédito y con un puñado de dólares enrollados en un agujero de la cintura del pantalón. Cuando cayó la noche el sonido de los trenes no era lo que nos fastidiaba arrebatándonos el sueño, era lo que nos mantenía despiertos y, por lo tanto, seguros.
En los últimos 30 años hemos conocido cinco presidentes de gobierno, una pandemia mundial, decenas de inundaciones y sequías, la muerte de la historia, su resurrección, la muerte del arte, su resurrección y una decena de secuelas de 'Star Wars'. En ese tiempo Carolina y yo hemos creado una empresa, hemos tenido dos hijos y hemos soportado como hemos podido la oxidación del tiempo. El amor es algo que no sabemos definir, como el arte, Dios y las cosas que de verdad importan, pero sí sabemos que es algo que resiste a la corrosión. Nuestro amor ha aguantado toneladas de problemas, tensiones, ciclos políticos, crisis económicas, crisis de los 40, cólicos del lactante, 'haters' y, lo más difícil de sobrellevar, lo que de verdad mata el amor: el día a día, la rutina y el tiempo juntos.
Volvamos a los 90. El agotamiento de los días en Atenas fue castigándonos pero no nos debíamos dormir, así que hablábamos sin parar, del viaje y del futuro. Éramos estudiantes de Historia del Arte, teníamos miedos de todo tipo. Habíamos elegido la carrera que amábamos, pero que parecía llevarnos a la docencia y a un tipo de vida que no estaba en nuestros sueños. Ella me dijo «pero un día dormiremos en buenos hoteles».
Un océano de tiempo después, cuando ya somos señores de 50, entendemos que todo ha sido tan fugaz como un suspiro. Miramos atrás y nos vemos inaugurando T20, algo por lo que muy pocos daban un duro. Vemos los primeros años, la dureza de todo y la única fórmula posible para que las cosas salgan: trabajar, trabajar, trabajar, trabajar y luego seguir trabajando. Después los años buenos, las ferias, las fiestas y los viajes. Y nuestros artistas con nosotros. Y, casi enseguida, Hugo. La felicidad en plenitud durante el oscuro 2009 tras la caída de Lehman Brothers. Ese año los museos españoles dejaron de comprar radicalmente, la mitad de nuestra facturación desapareció. Muy pocos coleccionistas se pudieron mantener, empeorando todo aún más. El sueño se iba por el desagüe y nosotros mirábamos, por las noches, a Hugo dormir en su cuna. Y no dormíamos. Si hay una descripción del amor tal vez sea pasar noches sin dormir pensando en las facturas que te llegarán mañana y en las que le llegarán a tus artistas y, con la luz del alba, dar el biberón a tu hijo y lanzarte a la calle sin que ninguno note que los dos estáis muertos de miedo. Pasados los años sabemos quiénes nos ayudaron y siempre están en nuestro pensamiento. Y con nosotros, siempre, Sonia, Fod y Fructuoso. Y luego llegó Martina, y se fueron Paco y Asun, a la que nunca le escribí un artículo. Y Carolina venciendo al tiempo, haciendo serena su belleza y dominando sobre tempestades.
Porque las tempestades existen y las traigo yo. Cuando dos personas están espalda con espalda uno aguanta siempre parte del peso del otro. Ella aguanta mi peso en los días malos, ella me ayuda a cruzar los ríos y trae la luz a los mundos oscuros que a veces habito porque ella es luz, ella es la leona de aquel artículo. Nada me da miedo estando con ella.
Y se me cayó la navaja al suelo y su ruido metálico me despertó. Seguía siendo de noche pero Atenas rugía y nuestras mochilas seguían allí. Habíamos pasado, espalda contra espalda, la primera noche y el tren a Estambul salía y giraba la rueda mágica de la canción.
Y sí, ahora vamos a hoteles buenos.
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