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La vida sin música no merece ser vivida. No la viviríamos, la transitaríamos. Necesitamos ídolos que de críos nos parecen mitológicos, como el feroz Sid Vicious y que, cuando somos mayores, nos parecen imbéciles, como el pobre Sid Vicious. Necesitamos dosis de adrenalina exógenas porque ... nuestras euforias propias siempre parecen pequeñas y las penas demasiado grandes para un adolescente. Qué jodido era todo con 16 años. Nuestros ídolos nos hablan a nosotros como Massiel y la Jurado le hablaban a mi madre y solo a ella porque lo del amor como una ola era ridículo para un feroz teenager de la misma forma que para ella los Ramones eran gritos, cuando en realidad fueron mitos.
Normalmente nos identificamos con bandas y músicos mayores que nosotros. A los 18 enloquecí con los Clash y no fue hasta que tuve casi 40 que me identifiqué con las bandas de mi tiempo, que serían The Strokes o Franz Ferdinand. Es como si necesitásemos que nos guiasen y, una vez desgastadas sus vidas en drogas y accidentes de coches, nos asociemos a los músicos de nuestro tiempo, que también son huérfanos de Hendrix, Scott y Moon. Los mensajes pasan y las revoluciones se quedan en sueños incompletos que, cuando nos llega la edad de la corbata, son vergonzantes recuerdos de nuestra imperfecta juventud. Como si nuestra adultez fuese modélica solo por ponernos traje y decir que los jóvenes de hoy son peores que nosotros. Sí, podemos llegar a ser muy imbéciles.
Fue como en 2008. Los entonces príncipes de Holanda iban a visitar la feria en que Carolina y yo exponíamos en Basilea. La organización nos pidió 'dress code' en medio de una ola de calor, pero solo me pongo corbata cuando recibimos a los Reyes de España o inauguramos algo nuestro en un museo, así que me puse una camiseta de colores y Carolina un vestido divino pero corto. Nos miraron mal, claro. En los estands los galeristas esperaban sudando a que pasasen a saludar unos reyes rubios y guapos que se presentaron con camisa de cuadros –él– y vestido corto escotado –ella– así que eran los únicos que no sudaban en cada saludo. Bueno, ellos y nosotros, así que acabamos tomando gin tónic con dos tipos de nuestra edad simpáticos y sin demasiados protocolos, en la cafetería de la feria, que daba al río. ¿Quién se pondría una corbata por gusto siendo rey?
La vida adulta me ha dejado ko. Tengo que asumir miles de tareas y obligaciones, me exprimo en el trabajo. Puedo trabajar más que nadie, puedo resistir la presión infinita de los deadlines y del público pero cuando acaba la función me piro. Hace ya mucho me curé de la adicción al trabajo y de esas obligaciones que nos imponemos nosotros mismos en esta rueda feroz de la autoexplotación ultracapitalista. Hace ya mucho que los dos huimos de inauguraciones y actos sociales innecesarios, no nos hace falta salir en fotos aguantando el tipo con un vino en la mano. Gratis no. La vida va a durar muy poco y no quiero que irme lamentando el tiempo que le robé a mis hijos sin tener por qué, besando manos o divirtiendo en redes a paranoicos obsesivos. El tiempo es demasiado valioso como para convertirte en el viejo que gritaba a sus hijos y ahora grita a sus nietos.
Hace un año cayó lo más grande en el Warm Up, así que nos refugiamos en un camerino con cuatro chicos muy jóvenes y bebimos cerveza con ellos. Eran un grupo que no conocíamos, Niña Polaca. No dejaba de llover y hablábamos con músicos que podían ser nuestros hijos. Fue una noche increíblemente divertida y al día siguiente empezamos a escucharlos. Se hicieron populares en redes porque, como no pudieron tocar en el festival, cogieron sus trastos e improvisaron un acústico en el parking del Carrefour para cientos de chicos como ellos. A mi edad se espera que lamente que un parking se convierta en el escenario de un concierto clandestino, que diga que dónde van esos críos bebiendo calimocho y bailando en bañador, que los juzque y condene. Se espera que olvide que lo hice tantas veces, que yo fui uno de esos. Carolina y yo bailamos con ellos y una de sus canciones, 'Ivona', se convirtió en mi himno.
Hace una semana tocaron en la sala REM. Quisimos ir con Hugo y Martina, pero Rafa Gómez, uno de los tipos a los que esta ciudad debe un monumento, nos dijo que habría demasiada gente, así que nos invitó a los cuatro a la prueba de sonido. Fue una tarde preciosa y tocaron para nosotros 'La muerte de Mufasa' como cierre. Saltamos como locos. Luego fuimos al concierto y bailé como en mi vida. Todos en el público cantaron cada letra, eran más jóvenes que nosotros y mucho más altos.
No consiste en ser Peter Pan ni disfrazarse, consiste en no ser más viejos de lo que somos. Hablo de no dejarnos aplastar por la presión de la época, de escapar de esa nueva heroína que son los telediarios catastróficos y la inminencia del apocalipsis. Hablo de dejar de juzgar y tirarnos a la pista a bailar, olvidar lo que representamos y actuar como lo que somos o lo que queremos ser.
Que te recuerden bailando y riendo. Que el día que mueras adoren tus huesos.
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