Secciones
Servicios
Destacamos
Hace casi dos siglos, Hans Christian Andersen se dio un paseo por España. El danés, famoso por sus cuentos infantiles, hizo lo que muchos escritores del XIX: visitar países bien distintos a los suyos, en los que permanecieran vivas costumbres ancestrales. Los contrastes maravillaban a ... los románticos. En su libro 'Un viaje por España', el narrador ofrece una imagen bastante pintoresca de cuanto ve. Entra por Barcelona, visita Valencia para llegar luego a Murcia, con la esperanza de conocer «vestigios árabes». En vez de ello, advierte que nuestros antepasados iban con zaragüelles y montera. No sé si por eso, aún vemos por las calles, en pleno otoño, tíos con pantalón corto, como si fuera puro verano.
Conocí la existencia de este escritor gracias al cine, antes de leer 'La sirenita' o 'El patito feo'. Se me quedó grabada una película de 1953, 'El fabuloso Andersen', dirigida por Charles Vidor, con Danny Kaye en el papel protagonista. Se trataba de un musical, en el que la primera media hora contaba cómo el tal Andersen vivía en un pueblo de patos y vacas, y que lo que quería era irse de allí para triunfar con sus cuentos. La escena de la llegada en barco a la capital, cantando ¡Wonderful, wonderfuel, Copenhague! es tan espectacular que casi se acaba entonces la película, que no ha hecho sino comenzar. El resto resulta bastante rollete. Pero no es de cine de lo quería hablar, sino de Andersen y Murcia.
Como empecé diciendo, Andersen vino aquí. Se alojó en una posada que estaría en la Plaza de los Apóstoles. Escribe que, desde su habitación, oía el órgano y cantos gregorianos de la Catedral. A saber. Describe calles, pero sobre todo gentes, «gitanos y payos», porque árabes, que es lo que quería ver, ni uno. Lo que llama la atención de esas páginas es la sensación de cierto surrealismo que recibe de una ciudad que por entonces no tendría ni 90.000 almas. Seguramente cosas raras le parecerían notar, porque llegó a confundir un entierro con una procesión. Todo esto en los últimos días de 1862, aunque, si hubiera vivido hoy, asistiría a una verdadera procesión en otoño, como la que vi hace un par de semanas, tan rumbosa como las de Semana Santa. Murcia sigue siendo tan surrealista o más de la que vio Andersen hace dos siglos.
Son varios los rasgos que me mueven a definirla así, pues si el escritor danés fuera hoy a ver el Centro de Visitantes de la muralla, sito en la plaza de Santa Eulalia, se quedaría tan turulato como cuando vio el entierro que creía procesión. Seguro que el interior tiene interés, pero para unas cuantas piedras, que las puedes ver tomando una copa en cierto bar de hotel un poco más allá, armas un mastodonte de madera que nada tiene que ver ni con murallas ni con historias.
Claro que si Andersen quisiera tomarse una copa en cualquiera de los miles de terrazas que pueblan la actual Murcia se quedaría boquiabierto. No por la calidad de cuanto sirven, que no se discute, sino por el imparable avance de mesas y sillas, que hace imposible atravesarlas. En Cetina, sin ir más lejos, hay un rincón que no intentes pasar con cochecito de crío o silla de ruedas porque es imposible.
Como si llevaras a Andersen a ver lo que él quería ver, restos de una ciudad árabe, y lo encaminas hasta San Esteban. Le daría vergüenza ajena ver montones de tierras y tiras de telas envejecidas por el tiempo intentando tapar una joya arqueológica por la que matarían muchas ciudades del universo mundo.
Y, como joya del surrealismo, llevaría a Andersen al puente Calatrava frente al Hospital Reina Sofía. ¡Chúpate esa mandarina! Imagino que los amables lectores habrán intentado cruzar alguna vez en su vida dicho puente. Tienes que esperar el semáforo para ir al otro lado de una de las tres travesías, porque el lógico y normal camino, el que te llevaría a la otra orilla por tu derecha ¡no existe! Has de cruzar para volver a cruzarlo al final, ya que el paso de peatones para ir al Infante don Juan Manuel lo exige. No discuto el genio del arquitecto, premiado y homenajeado en todo el mundo, pero con este puente estoy seguro de que gastó una broma a los murcianos. Cada noche, con su gin-tónic en la mano, se echará unas risas a costa nuestra.
¡Ay, si Andersen levantara la cabeza y volviera para acá!
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.