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Manuela la miraba con los ojos temerosos. Los mismos ojos que todos los días pasaban horas y horas mirando la tele sin ver nada. Sin oír nada. Sin sentir nada más que la soledad que reinaba entre las cuatro paredes que la separaban del mundo exterior y la humedad del pañal que le cambiaban de vez en cuando, no sabemos si cada vez que lo necesitaba o solo cuando había personal suficiente para asistir sus necesidades. Su coherencia y lucidez hasta el final no le ayudaron a ser más feliz. Una rutina que solo se interrumpía cuando Reme, una vecina suya del barrio de Las Ranas, que trabajaba como lavandera en la residencia, pasaba a echarle una 'mirá'. Manuela siempre le respondía con una mueca parecida a una media sonrisa.
A Reme la vida se le desbordaba por momentos. Se la llevaban los demonios cuando los políticos, en vez de piedras, se tiraban los muertos en las residencias. «Mira, Manuela, yo quiero recordar que antes de la pandemia también existían residencias y centros, lo digo por si acaso alguno se ha dado cuenta ahora. Sinceramente, hay mucha hipocresía sobre el tema. Ahora los mismos que no mejoraban los convenios con los centros sociosanitarios, no se preocupaban de la formación de sus cuadros directivos y mandos intermedios, ni siquiera sabían lo que era un EPI, o eso de la ratio residente/auxiliar de geriatría le sonaba a chino... todos esos ahora son los primeros que ponen el grito en el cielo porque la gente se muere a chorros». «Sí hija, necesitamos dominar nuestra alma y moderar un poco nuestras pasiones más que ser pacientes, porque sinceramente el panorama no invita al sosiego», le respondió con cierto estoicismo Manuela.
Las residencias se han convertido en un negocio que factura 4.500 millones de euros. Un negocio con tanta rentabilidad que en los últimos tiempos ha atraído a los fondos de capital riesgo.
¿Cuánto vale la dignidad de quienes han tenido una vida decente y han contribuido con su sudor a sacar adelante a sus familias y al país? Causa cierta perplejidad que nadie alce la voz para denunciar el lucro puro y duro en el que se han convertido la atención y cuidado a los ancianos.
Lo ocurrido era para muchos la crónica de una muerte anunciada: personas muy vulnerables físicamente, encerradas y hacinadas, cuidadas por profesionales con mucha voluntad, pero mal pagados (la inmensa mayoría: mujeres e inmigrantes, todo hay que decirlo) y sin medios. Hasta que un día se encuentran con un 'bichito' que ataca de forma despiadada sobre todo a personas mayores, con defensas bajas, propagándose por vía aérea y, cuánto más cerrados los espacios, mejor. Lo sorprendente es que no hayan muerto más ancianos en las residencias.
En España había 23.416 ancianos que hoy no están porque la pandemia se los ha llevado por delante, convirtiendo un negocio asegurado en un drama. Por encontrar algo positivo en todo esto, ahora los centros empiezan a tener protocolos y planes de contingencia, han atesorado EPI, se han restringido las vías de propagación, están probando con nuevas tecnologías como los purificadores, UV-C e, incluso ozonoterapias, mejorando la ventilación y sectorización de espacios. A resultas, evolucionan bien pero más por el tremendo esfuerzo de sus profesionales, la presión social, la dedicación de las familias, la resiliencia y fortaleza de los mayores (si pasaron una Guerra Civil y las hambrunas de la postguerra, por algo será)... más por ello que porque los dueños de los centros y las administraciones autonómicas les hayan ayudado.
Aquel día, Manuela le habló a Reme: «Me gustaría que el día que se que se está acercando te tocase a ti de servicio. No quisiera morirme sola». El día que Manuela se fue, Reme estaba de libranza.
Como dice un buen amigo, pareciera que estamos renunciando a la ancianidad como éxito colectivo de nuestro tiempo. Tenemos que abordar las líneas invisibles entre lo sanitario y lo sociosanitario, tenemos que reflexionar sobre la discriminación sanitaria por la edad y las consecuencias de ello en la Covid-19. Por cierto, aunque las competencias son autonómicas, el debate lo debería liderar el vicepresidente de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno de España, ¿hay alguien ahí? Seguro que anda liado con lo de la república plurinacional y eso.
No nos cansaremos de decirlo, por muy mal que suene: se ha dejado morir a muchos mayores en las residencias porque 'alguien' decidió que no merecía la pena atenderles en los hospitales. Y esta es una miseria moral que nunca debemos de olvidar. Por respeto a su memoria (que también es histórica).
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