Mitologías de la ultraderecha
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Si el sistema de violencia heteropatriarcal desapareciese, Vox no duraría un minuto más en nuestro paisaje políticoLa casuística es abundante, pero quedémonos con el último ejemplo. Este pasado martes, la comisión de Igualdad del Congreso quiso comenzar la sesión con un ... minuto de silencio por la última oleada de asesinatos machistas. Justo antes de dar inicio al gesto, la diputada ultraderechista Lourdes Méndez tomó la palabra y aseguró que harían el minuto de silencio, pero «para todas las personas asesinadas, y para todos los homicidios que se hayan cometido esta última semana». Una vez más, Vox se negó a reconocer la violencia de género como un problema específico, prefiriendo el genérico 'violencia' como un cajón de sastre en el que disolver cualquier tipo de comportamiento hegemónico de carácter cultural. Y es que ese es el problema de raíz: la cultura. Como ya expuse hace un año y medio en esta misma sección, la ultraderecha ha sustituido el concepto de 'violencia específica' por el de 'posviolencia'. Quienes se sitúan en este último marco de pensamiento defienden que la violencia es un hecho natural que se produce entre individuos iguales, sin que medie entre ellos un prejuicio cultural. Su oposición a la especificidad de la violencia de género obedece, en este sentido, a reconocer que, detrás de las reiteradas agresiones de hombres a mujeres, se encuentra una estructura histórica de violencia llamada 'patriarcado'.
Pero ¿cuál es la razón última de que Vox pretenda deslegitimar insistentemente la realidad de la violencia de género? Muy fácil: la ultraderecha es una consecuencia directa del machismo. Si el sistema de violencia heteropatriarcal desapareciese, Vox no duraría un minuto más en nuestro paisaje político. El auge que este partido ha tenido durante los últimos años, en España, se explica por el sentimiento de pérdida que una parte de la sociedad ha generado ante el riesgo de desaparición de 'los valores de siempre'. Tales valores no son otros que los consagrados históricamente por la estructura patriarcal, y que Vox ha querido disimular mediante la prioridad dada al discurso nacionalista. Pero no nos engañemos: el nacionalismo es, sin excepción alguna, el resultado de una psicología militarista marcadamente masculina. No hay nacionalismo que no aspire a perpetuar el patriarcado. Cuando se apela al pasado glorioso de una nación que urge recuperar, lo que se quiere, en verdad, es proteger un sistema de convivencia jerárquico y desigual basado en los privilegios. Una nación se defiende, y la defensa requiere de un orden que clasifica a los individuos desde los más fuertes a los más débiles. No es de extrañar, a este respecto, que una de las proclamas más reconocibles de Vox sea 'ley y orden'. El orden es la norma; y la norma, un machismo inveterado que premia a sus héroes.
Uno de los aspectos más interesantes de la violencia patriarcal representada por Vox es el tipo de estrategia lingüística que emplea para justificarla. En su ya clásico libro, 'Mitologías', Roland Barthes dedicó unas pocas y brillantes páginas a desgranar los mitos de la derecha. Cuando, más de sesenta años después de publicación, las reflexiones en ellas vertidas vuelven a ser leídas, sorprende cómo lo que, a finales de los años 50, se podía calificar como mitos de la derecha, ahora, en 2021, podría funcionar perfectamente como 'mitologías de la ultraderecha'. Barthes, por ejemplo, subraya la impotencia del pequeñoburgués para imaginar lo otro. Incapaz de escapar a su propia imagen, el pequeñoburgués vacía a lo diverso de cualquier subjetividad o humanidad. En el mejor de los casos, lo reduce a algo exótico –ahí tenemos el drama de la inmigración y las toneladas de odio vertidas recientemente–.
Otro de los lugares comunes de lo que hemos rebautizado como 'mitologías de la ultraderecha' es la tautología. Es propio de Vox explicar una situación compleja mediante una simple repetición. Barthes mencionaba fórmulas como 'es así, porque es así' o, mejor todavía, 'porque sí, y punto'. Cuando esta tendencia a la tautología la aplicamos a la cuestión de la violencia de género, obtenemos una de las grandes frases franquicia de la ultraderecha: «La violencia es violencia, sin distinciones». De esta manera, lo que constituye un tipo de violencia muy específica, consecuencia de un complejo proceso de construcción cultural, es reducido a una obviedad que no merece más de dos palabras –y muchos menos ministerios, consejerías o 'chiringuitos' que la combatan–.
Pero no cabe duda que uno de los principales recursos verbales de la ultraderecha es lo que Barthes denomina 'el ninismo': no quiero decir 'ni' esto 'ni' aquello. Cuando es incómodo elegir, no se da la razón a ninguna de las partes implicadas. Cuántas veces, y ante la necesidad de posicionarse sobre las políticas de igualdad entre hombres y mujeres, no hemos oído aquello de que 'no soy ni machista ni feminista'. El 'ninista' es la especie más cínica del espectro social, la más peligrosa. Su supuesta 'centralidad' o 'moderación' es una forma obscena de negar una solución al problema y convertirse, por tanto, en cómplice del pensamiento más ultra y violento. Los 'ninistas' constituyen la espuma de la ultraderecha, su parte más amable e ingrávida. Se dicen partidarios del sentido común, pero son radicales reprimidos. Votarán a Vox, pero aún no lo saben.
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