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Me gustaría aplaudir públicamente las declaraciones del presidente de la Asociación Murciana de Empresa Familiar, José María Tortosa, en la presentación del foro Avanza, en las que animaba a sus empresas a crecer por concentración. Es un asunto importante y me gustaría explicar por qué.
En primer lugar, porque, de la misma manera que enjuiciamos a nuestras universidades por no estar entre las grandes del mundo académico, a las empresas de la Región les falta también ese punto de excelencia para colocarse en el mapa de la economía global. Si repasamos el 'ranking' nacional por facturación, a cierre del año 2023, en el listado aparece una única empresa familiar murciana entre las cien primeras: el Grupo Fuertes, en el puesto 67. Y lo digo conscientemente porque la siguiente, Amfresh Holdco (97 en ese mismo 'ranking'), ya no es tal, en tanto que el grupo de los hermanos Muñoz se había dividido poco antes en dos holdings independientes: AM Fresh y AMC GLOBAL. Si seguimos la lista, las siguientes murcianas son Hefame, que no es una empresa familiar (la 98) y García Carrión (la 157), que hace tiempo se dirige desde Madrid. Aunque no nos guste, no estamos en la élite empresarial en consonancia con la riqueza y población de nuestro territorio.
Por qué una empresa debe ganar tamaño en su madurez es algo que se explica por sí solo: tener más dimensión nos permite invertir más y tener mejores economías de escala; ser, en suma, más competitivos y tener más poder de mercado y, por supuesto, mejor capacidad de negociación ante las cadenas de distribución y los mercados financieros. Las empresas de mayor tamaño crean más empleo y, en el caso de las que siguen siendo familiares, perduran más. Pero el crecer y tomar un tamaño significativo lleva tiempo. No se dejen llevar por los ejemplos de las nuevas tecnológicas, que en pocos años han creado superricos que empezaron en un garaje, aprovechando la ola de la cuarta revolución industrial. Si me apuran, consideren el caso de Inditex y Amancio Ortega como otra excepción, por haberle dado una vuelta de calcetín a un sector tan tradicional como el textil. Pero lo normal es que una vida no dé para crear un emporio. Sobre todo, cuando las empresas empiezan a pasar a las siguientes generaciones y faltan herederos capaces, a la altura del fundador.
Una solución, bien conocida y viable, es fusionar empresas de un mismo sector, que unidas suman más que separadas. Una fusión entre iguales es una manera rápida de aglutinar patrimonio y talento que ha funcionado históricamente bien. Hay múltiples ejemplos de acuerdos de este tipo en otras latitudes a lo largo del tiempo, pero pocos en la Región de Murcia. Es más: no existen o, al menos, no recuerdo ejemplos significativos. En cambio, lo que sí ha ocurrido en las últimas dos décadas ha sido un fenómeno creciente de fagocitación de las empresas de la Región no por parte de sus iguales, sino por fondos de inversión, atraídos por la rentabilidad y el buen hacer de sociedades de los más diversos sectores (logística y transportes, hortofruticultura de exportación, bienes de equipo... etc.). La lista de ejemplos es larga.
Vaya por delante que no tengo nada especialmente en contra de los fondos de inversión. De hecho, se agradece que estas plataformas sean transparentes en sus objetivos. Pero una empresa familiar es otro universo. Es una sociedad que, en la mayor parte de los casos, tiene proyectos a largo plazo y una profunda incardinación con el territorio, con su sociedad y su economía. Un fondo, en cambio, está pensando en revender y crear valor sobre un patrimonio o buscar una rentabilidad que, a veces, es incompatible con el corto plazo. No está dispuesto a los sacrificios que una familia puede hacer por su activo y su gente.
En la Región de Murcia hay sectores donde la fusión amistosa de empresas familiares crearía, sin duda, nuevos campeones nacionales, con alforjas para competir sin pudor, de tú a tú, con grandes corporaciones multinacionales. Pero para eso se necesita visión y mucha generosidad.
Antiguamente se estilaban las uniones empresariales a través de matrimonios de por medio, al estilo aristocrático. Sin descartarlo, creo que estamos en otro registro. Sinceramente creo que los encuentros sectoriales y las reuniones de Amefmur pueden ser un buen caldo de cultivo para estas fusiones. Es el momento de que dos empresarios se paren y miren más allá de las disputas con su competidor de siempre. Ese rival al que se admira por algo que te falta y al que puedes aportar mucho, para ser unidos más y mejores. Todos ganan, en tanto que se consigue una empresa más fuerte y competitiva, para ellos y sus descendientes. Incluso para una hipotética salida a bolsa, si se diera el caso.
Siempre ha sido un buen momento de plantear estos pactos, pero estoy de acuerdo con alguien tan cabal como José María Tortosa en que, hoy, lo es más.
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