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La historia no es un ente pasivo. Es de todos y no es de nadie en particular. Desde luego, da pie a interpretaciones, sesgos y opiniones que pueden diferir un mundo. Sin embargo, hay un abismo entre el uso que hagamos de ella en base ... al conocimiento crítico, profundo y maduro y el uso torticero, manipulado y facilón que se puede hacer basado en la demagogia más interesada.
Buena prueba de esto último ha sido el triste espectáculo en estas últimas campañas electorales que ha dado una parte de las redes sociales, los titulares de la prensa más fanática y las dichosas banderas de los jefes de comunicación de algunos partidos. La noche electoral, en particular, nos dejó algunas perlas del tipo de «no pasarán»; tan desconsiderado como aquello de «que te vote Txapote». Con respecto a la primera, me parece un desatino sin par el comparar a los sufridos (o, si lo prefieren, heroicos) defensores de la capital ante un ejército que se había levantado contra la legalidad vigente con fuerzas democráticas que, nos gusten o no, concurren a unas elecciones libres y plenas de garantías. Fuerzas tan democráticas, nos duela o no, como las abertzales, a las que Ernest Lluch increpaba, blandiendo el micrófono como un auténtico espolón de valores: «¡Qué alegría. Llegar a esta plaza y ver que los que ahora gritan antes mataban!... no saben que ha llegado la libertad, la democracia a este país... gritad, porque mientras gritáis, no matáis». Él, como otros muchos, murieron luchando por la libertad y la democracia; sus herederos, con toda legitimidad, no han parado de rogar que su lucha no se convierta en un eslogan arrojadizo.
Lo peor es que ese lenguaje lo practican, con inaudita facilidad, jóvenes votantes y políticos que nacieron décadas después de la muerte de Franco y que ni tan siquiera vivieron o han intentado comprender las leyes de la reforma política o los añorados Pactos de la Moncloa. Me pregunto cuántos libros de historia se han preocupado de leer para reforzar palabras tan gruesas. Pero el guerracivilismo sale rentable en campaña, dejando poco espacio para el debate sosegado de ideas. Hoy sería revolucionario un político que argumentara sin aspavientos o que, simplemente, se olvidara de criticar sistemáticamente al rival y contara su proyecto de país para las próximas generaciones. Con sus peajes y sus hipotecas, pero con un hipotético final deseado.
Mientras tanto, la huella de la Transición Democrática se va borrando a marchas forzadas. Ya apenas se cita a Suárez, Carrillo, González o a los padres de la Constitución. Poco ayuda la situación del rey emérito, que ha dilapidado estúpidamente su inmenso legado y ha eclipsado a su hijo, al que apenas se valora una coherencia y transparencia que qué más quisieran para sí los partidos políticos actuales.
Quién sabe. Es posible que nos toque pronto una reinterpretación de los males de la patria en otro proceso constituyente, en el que, una vez más, los españoles tengamos que reescribir otro capítulo de nuestra historia. En el pasado lo hemos hecho siempre a sangre y fuego; hoy, sinceramente, no creo que sea el caso. Pero el ambiente no está, desde luego, para alcanzar consensos para varias generaciones. Algunos hablan de ir hacia un federalismo. Yo, desde luego, apostaría por más Europa y menos ombliguismo; no nos queda otra vía para sacar la cabeza en un mundo tan globalizado.
Les parecerá algo ingenuo, pero sueño con el regalo de un puñado de líderes políticos que dominaran la historia, como lo hicieron Azaña, Madariaga o Marañón. Que sepan de dónde venimos y hacia dónde debemos caminar como país. Que asuman la complejidad de esta España invertebrada, cainita y cruel con sus hijos. Pero que también ha estado en el epicentro de Occidente desde que existe, que ha expandido una lengua por medio mundo y posee un patrimonio cultural sin par, fruto de una historia común extensa, que han envidiado eminentes hispanistas. Unos amigos cultos de España y los españoles que jamás han entendido nuestros complejos. Para ellos somos un país superlativo, con una gran historia. No pararemos de aprender de ella.
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