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Una sociedad que no es capaz de reconocer y respetar sus pilares (instituciones) y de marcar unas reglas de juego claras (leyes y usos y costumbres) está abocada al puro hundimiento y, desgraciadamente, es una dinámica en la que estamos entrando en barrena, con una ... naturalidad y falta de reacción social que hiela la sangre. Empezaron algunos cargando contra la judicatura, a la que se ha tildado de machista, fascista e injusta; pocos han levantado la mano para denunciar la falta de medios de la justicia y la extrema politización a la que está expuesta su cúpula por los partidos políticos. Luego siguieron, los mismos, con la jefatura del Estado, a la que aún no se le ha perdonado que sea de las pocas voces que mantiene un discurso coherente por la unidad del país. Ahora les toca demonizar al empresario de éxito, es decir, el que ha sido eficiente y competitivo, ha crecido y ha generado riqueza y empleo, con expresiones genéricas de «capitalistas salvajes», «usureros» o «antipatriotas». Cuando uno escucha esos epítetos y constata que los empresarios señalados son personas como Ortega, Roig o Del Pino tarda en reaccionar ante el desatino; pues estamos ante tres ejemplos de trayectorias que han apostado por la RSC, la filantropía más comprometida y no les recuerdo casos señeros de corrupción. Sí de generar empleo, y mucho: Inditex, 165.000 empleos directos, 45.000 en España; Mercadona, 96.000 empleados, casi todos aquí; y Ferrovial, con 24.191 empleados en siete países. Pero no, en este debate, los empresarios son los malos, el enemigo a batir.
Algunos aún no han descubierto que la dialéctica de la lucha de clases murió con el comunismo, tras generar mucho dolor y generalizar la pobreza... y que esa dualidad de burgueses frente a proletarios o de empresarios frente a trabajadores ya no cabe en el discurso político. De hecho, para mí es evidente que la sociedad española es hoy lo suficientemente permeable como para permitir ascensores sociales, impensables antaño. Hace mucho que el hijo del obrero va a la universidad... y me parece absurdo no desear que gane y viva más y mejor que sus progenitores por su trabajo y méritos, como empresario o profesional liberal.
Toca, por tanto, que cada uno cumpla su rol: los empresarios generar riqueza y empleo; y los gobiernos serios generar el mejor entorno para el desarrollo económico y social, del que nos beneficiamos todos. Por supuesto, defendiendo el interés general. Y eso se logra imponiendo la competencia en los mercados (que es lo que asegura los mejores precios a los consumidores) y haciendo respetar la legislación; muy especialmente la mercantil, la laboral y la medioambiental, porque hay que asegurar tanto el libre mercado como la dignidad del trabajador y también el mejor entorno territorial y social, presente y futuro.
Por cierto, hay que fomentar desde los gobiernos a las empresas locales, pero también la inversión foránea. Pero algunos, siguiendo con su ceguera interesada, aún no se han enterado de que estamos en un mercado único, como el europeo, de mercancías (lo que nos permite comprar barato bienes y servicios) y también de capitales. Los que van y los que vienen. La pregunta es si el nuestro es el mejor entorno para hacer negocios y crear empleo.
Pero, en contra, lo que sale rentable políticamente es atacar al empresario por ganar mucho, aunque lleven años a pérdidas, o criticarles hasta cuando donan o se expanden. Pero claro, ellos son un cuerpo monolítico explotador e insolidario. Obvian que las empresas son analizadas y controladas a diario en los mercados y por un sinfín de organismos reguladores y fiscales. Ojalá todos los políticos siguieran ese escrutinio y duro proceso de selección en condiciones similares. Tengo mis serias dudas de que pasaran el trámite una parte considerable de la llamada clase política. A las malas empresas, las que no están a la altura, las expulsa el mercado. A los políticos de esa cualidad cuesta más.
Pero claro, en España caímos hace décadas en la demagogia de pagar mal a los políticos, lo que ha supuesto una barrera infranqueable a buena parte del talento del país. El problema no es la remuneración de los ejecutivos de empresa, es la indignidad de los sueldos de legisladores y ejecutivos de gobierno, lo que ha sido caldo de cultivo de corrupción y mediocridad en la política patria. Por fortuna, no generalizada.
Mientras tanto, los empresarios son una especie social en peligro de extinción, por falta de reconocimiento social y en medio de una crisis de vocaciones alarmante, particularmente en nuestra Región, que nadie quiere ver. No lo digo yo, lo dicen los estudios de la Catedra de Emprendedores de la Universidad de Murcia o los informes de competitividad del Colegio de Economistas. Y es algo que debería preocuparnos, y mucho.
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