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La muerte del cartagenero José Luis Mendoza hace un mes habrá sorprendido a muchos. Ha muerto joven, pues 73 años, hoy en día, es 'plena juventud'. Su funeral, con dos cardenales y no menos de veinte sacerdotes, fue brillante. El público que asistió mostraba el ... respeto que su figura merece a muchos murcianos. Su obra como promotor de una institución docente católica es realmente impresionante partiendo de la nada. Y su perspicacia al apoyar el deporte, una prueba de su habilidad como gestor.
La persona y su recuerdo pertenecen a su familia y a sus amigos, pero el personaje está, inevitablemente, a disposición del juicio público, siempre que no se traspase el umbral de la mentira o la infamia. Creo que no se hace justicia a la intensidad objetiva de su compleja figura –que es ya un en-sí sartreano– solamente quemando incienso ante su retrato o su estatua. Nadie que lleve a cabo algo así como crear la UCAM puede ser un personaje lineal. Muy al contrario, este hombre fue, indiscutiblemente, poliédrico. Mendoza fue en mi opinión, fundamentalmente, y a pesar de su retórica religiosa, un empresario que después de varios intentos de crear empresa académica al modo convencional, encontró, finalmente, en la Iglesia Católica el marco ideal para realizar lo que probablemente considerase su misión.
Su peculiar actitud para legalizar su universidad está en la hemeroteca y da cuenta de aquellos tiempos en los que la sociedad murciana aún se escandalizaba con el desafío que suponía admitir matrículas antes de recibir la autorización legal para impartir docencia. Pero porfió ayudado por la flojera administrativa y política para impedírselo. Un desafío de una envergadura formidable al poner, insensatamente, en riesgo el dinero y las expectativas de las familias de los matriculados. Tampoco el municipio fue capaz de parar la aplicación de lo que podríamos llamar su 'método' al construir instalaciones que violaban las reglas urbanísticas. Esta capacidad de extraer beneficio del desafío a los límites llegó a hacer cumbre con el conocido episodio de los licenciados en derecho italianos. Ejemplos supremos de 'los renglones torcidos...'.
En gran medida lo hizo arropado por la Iglesia. De hecho, en una ocasión llegó tarde a la presidencia de un acto en el que yo participaba y sus primeras palabras fueron: «Perdón, estaba hablando con el Vaticano». Un respaldo que tuvo su culmen, no en su funeral, sino, sobre todo, en su victoria ante el obispo de la diócesis de Cartagena, Reig Pla –el obispo de los «hombres nocturnos»–, que pretendió, nada menos, que disputarle la propiedad de la Universidad Católica. La inocencia del obispo, probablemente, le costó el traslado al no contar con la astucia de un empresario que supo, desde el principio, tener un método imbatible.
Tuve la oportunidad de conocerlo con motivo de un congreso en su universidad al que fui con el encargo del rector de la mía por razón de cortesía. En la comida posterior el consejero de Educación –entonces Medina Precioso– se empeñó en situarme en la mesa de presidencia con él y Mendoza. A la media hora, el consejero se fue a sus cosas y a partir de ese momento ya solamente escuché lo que Mendoza consideró oportuno decirme. Era un hombre que miraba directamente a los ojos sin darte respiro mientras te hablaba. Me relató sus dificultades con algunos prohombres de la Región a los que consideraba «diablos» –y no ironizaba–; hablaba completamente en serio y con una vehemencia abrumadora. Pocas veces se conoce a alguien tan imbuido, aparentemente, por una idea tan poderosa que le hace casi cruzar el umbral que separa la convicción del fanatismo –término que procede de 'fanum' (servidor del templo)– y ese fue mi 'privilegio'. Una impresión que se vio reforzada por su borrón más conocido: la idea de una conspiración mundial para introducirnos con la vacuna del coronavirus un chip bajo la piel con fines perversos. Absurdo que expresó en su institución académica sin respuesta conocida ante tamaño despropósito antiintelectual.
Su obra es irreversible, qué duda cabe, y, cuando las polémicas se olviden, habrá muchos que considerarán que eso será lo que permanezca. Aunque lo que a mí me gustaría saber es cuál es su obra, dado el método empleado. Una incomprensión, la mía, que es compatible con la convicción de que los profesionales que hayan salido de su universidad serán tan buenos como su esfuerzo y talento, propiciado por sus profesores, haga posible. Y me consta, porque los conozco, que los hay muy buenos.
Más allá de la persona, siempre respetable, la cuestión que importa es: ¿así se construyen las instituciones? ¿Es este el método que la sociedad murciana quiere para su propio progreso?
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