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Desde la Puerta del Sol a los micrófonos de las tertulias. De Vallecas al legítimo chalet. Del asalto a los cielos a la refriega. Pablo Iglesias surgió con vocación de meteoro y como tal irrumpió en la política. No sonrió cuando ante la sorpresa de ... muchos su formación se hizo con varios escaños en el Parlamento Europeo. Al contrario, dijo que no se conformaban. Querían más. Se habló de sorpaso, puso su efigie en las papeletas y retó a un PSOE tembloroso. El sueño morado. Y la realidad. Esa barrera contumaz de la realidad choca contra la esponjosa bruma de las ideas y los sueños.
Iglesias, que se presentaba ante el mundo como un ser puro, empezó a contaminarse de realidades. El cielo solo lo asalta un monigote como Superman. Los demás llevamos la kriptonita incorporada. Las debilidades, las tentaciones. Y sobre todo, por suerte, eso que definitivamente nos hace humanos: las contradicciones. Así que el santo laico que abominaba de la casta fue mostrando sus pecados. No su castidad, sino su 'casticidad'. Llegaron las depuraciones. Los discrepantes eran borrados de la foto. Mientras, él zigzagueaba. De la socialdemocracia al comunismo y del comunismo a la transversalidad y de la transversalidad a la quimera. Se autoproclamó el Felipe González del nuevo siglo por más que se pareciera a Guerra cuando dijo que quien se moviera no salía en la foto. Tal cual. Y la foto se fue quedando vacía. Un autorretrato. Una caricatura.
Ahora, desde la orilla radiofónica –desde los micrófonos de esos medios que tanto criticó, porque había que nacionalizar la información, atarla en corto, controlarla– se medio muerde la lengua para no desollar a Yolanda Díaz. La acusa de ser una especie de dictadora que impone nombres, él, que fue quien la designó y quien propició que aquel sueño morado acabara convertido en un puzle que su sucesora trata de hilvanar con hilo quebradizo. El enredo andaluz no ha hecho más que mostrar el despropósito en el que andan las mareas, las corrientes y sus afluentes. Para los mayores, el batiburrillo de siglas recuerda a aquellos partidos maoístas, troskistas, comunistas ortodoxos o disidentes que acudieron a las primeras elecciones de la Transición y fueron barridos por el viento de la realidad. A su modo eran asaltantes de un cielo también bastante encapotado, bastante turbio. El asaltante Iglesias, aquel meteorito, ha tenido el comportamiento de esos cuerpos celestes. Un fulgor en el cielo y el choque con la atmósfera que lo convierte en un desparrame de piedrecitas. Y ahí están todas esas siglas humeantes. Enrojecidas y a la espera del pegamento mágico de Yolanda Díaz.
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