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Todas las columnas de opinión van a la contra por necesidad. Incluso las que se escriben en positivo siempre se leen en detrimento de algo: ... una buena película es mejor que otra que hayan visto, una medida política viene a corregir la anterior, un buen partido de tenis de Alcaraz viene a solventar la mala racha de Nadal. Ya lo decía el emérito entrenador del Barça: «Siempre negativo, nunca positivo».
Pero hoy es Navidad. Está usted leyendo en su ordenador, en su móvil o en su tablet este artículo en un domingo en el que no puede ir al quiosco porque hasta los que venden periódicos tienen derecho a descansar dos días al año. Hoy lee esto, probablemente desde la cama o desde el sofá esperando a que el resto de su casa se despierte para abrir regalos con sus hijos o nietos, o quizás lo hace después de haber vivido todo el ritual buscando un segundo de calma en esta tempestad de felicidad. Y este día, por ser 25 de diciembre, es de lo único que vamos a hablar.
Porque hay veces que la vida no es fácil, otras en las que es difícil y otras en las que simplemente no pasa nada, que es la peor de las tres opciones. Pero ante todo el mal que ocurre en el universo hoy hay una amnistía general para la tristeza porque hay muchas cosas que merecen la pena.
La primera es usted, que quizás ha vivido el mejor o el peor año de su vida, pero que cada día hace lo posible por aprovechar su existencia. Por cada momento en el que ha actuado de forma altruista sacrificándose por los demás, aunque sea con banalidades como dejar a su pareja escoger una serie nueva para empezar, o cuando le ha cedido el asiento a alguien que lo necesitara, o incluso cuando ha sido amable por convicción y le ha alegrado el día a un desconocido simplemente por sonreír cuando el de enfrente se moría por dentro. Usted ha sido la razón de alguien este año, y por eso debería darse las gracias.
La segunda es su familia, incluidos todos aquellos a los que después de la cena de anoche no puede ni soportar. Esos que hacen comentarios hirientes casi por deporte, los indiscretos, los que llaman la atención porque no saben vivir sin ella, los que nunca vienen y se van corriendo, los que están siempre encima o aquellos con los que compartes sangre pero cada vez conoces menos. La familia, incluso la detestable, es lo único verdaderamente importante cuando ocurre algo importante. Y a ellos, que son el sustento incluso cuando no lo sabemos, debemos darle las gracias.
El tercero son sus amigos. Sobre todo los que lo son cuando no les merece, y especialmente aquellos que le recuerdan a uno quién es en realidad. A los que multiplican la felicidad y dividen la tristeza y a los que aparecen para hacer la vida un poco más fácil. Todos ellos valen oro.
Y por último, además de a usted, a su familia y a sus amigos, dele las gracias a la persona en la que lleva pensando todo este tiempo desde que ha leído que «hay cosas que merecen la pena». Porque a veces la alegría es un sentimiento polisémico, pero otras tiene nombres y apellidos y la Navidad es el momento idóneo para decirle a alguien que si merece la pena seguir en esta rueda que a veces se atasca y otras se para es gracias a que esa persona existe.
Y ustedes, que están leyendo esta columna en Navidad y que acostumbran a leernos a todos los que dedicamos parte de nuestro tiempo a plasmar nuestros pensamientos en LA VERDAD, solo puedo darles las gracias por invertir un poco de su tiempo con nosotros dejándonos entrar en su casa incluso un día como hoy con reflexiones tan sensiblonas como esta.
Hay 364 días al año para detestar, pero justo hoy lo único que toca es querer. A la familia, a los amigos, a LA persona, a usted mismo. Ya vendrán tiempos oscuros, pero por lo menos disfruten de la luz de hoy. La necesitan y, sobre todo, se la merecen. Feliz Navidad.
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