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De moda está mentir. Cuando era crío, e iba a confesarme, el pecado que nunca competía con los más gordos era que mentía. Si solo era eso (a veces, mentíamos a los propios curas), estos nos despachaban con tres avemarías. Era un pecado venial, es ... decir, ligero o intrascendente, ante la evidencia de otros mucho más feos, como los que iban en contra de la castidad. Peores eran los de esos niños malos que hasta levantaban la mano a sus progenitores.
La mentira es consustancial con el individuo. Mentimos como la cosa más natural del mundo. Claro, que la mayoría de las veces son mentiras intrascendentes, mentirijillas: llegar tarde porque te has encontrado un amigo que hacía tiempo que no veías, decir que has leído una novela por quedar bien cuando no has pasado de las solapas, justificar no ir a determinada reunión porque tenías Covid, y resulta que lo pasaste hace meses... En la otra orilla, ¿se imaginan una vida en la que siempre se dijera la verdad? Un ejemplo: ves a una pareja amiga, así de contenta por haber tenido un bebé que llevan en un coqueto cochecito, pareja a la que hace tiempo que no ves; cuando te interrogan sobre qué te parece el niño contestas: pues es bastante feíco el pobre, no se parece a ninguno de vosotros. ¡Menuda plancha!
Traigo a colación este tema porque la moda de la mentira se extiende como la pólvora. Ayudan a eso, qué duda cabe, las redes sociales, que propagan infundios sin el menor rubor, infundios que principalmente tienden hacia la cosa política. Eso sí que es grave. Eso no es decir que llegas tarde o que no vas a una cena incómoda por no sé qué. Es otra cosa.
Repasando la actualidad que ha supuesto el traslado de los restos mortales del general Queipo de Llano, me he tropezado con una de las grandes mentiras que la historia reciente ha repetido. ¿Recuerdan ustedes lo del bombardeo de Guernica? Pues resulta que, según Franco, fueron los rojos los causantes de tamaña tragedia, pues utilizaron su habitual procedimiento de quemar casas e iglesias. Con dos narices. Los rojos cogieron los aviones alemanes y, hala, a matar vascos. Esto, ni en los más reaccionarios libros de historia se sostiene hoy día. Pero entonces apareció Queipo, animador de un programa de radio que transmitía noticias, fueran o no falsas, y, sobre todo, arengaba a las tropas y seguidores de los sublevados. El enterrado en la Macarena sevillana, cuya salida de esa iglesia tanto revuelo ha originado, repitió hasta el cansancio lo de Guernica. Nacido en la castellana Tordesillas, fue Jefe del Ejército del Sur, y, desde Sevilla, participó estrechamente en la sublevación militar que acabó con la II República. En lo que sí que fue original Queipo es en el uso de la radio como medio transmisor de noticias. España fue escenario en donde se ensayaron muchos de los procedimientos que serían normales en la II Guerra Mundial, como la radio. Y no solo en Sevilla; también en Madrid, Unión Radio fue dando puntual información sobre los distintos frentes de batalla, esta vez animando al bando republicano a conseguir la victoria.
Queipo era un auténtico comunicador, como muchos años después fue Donald Trump en la televisión. Queipo cogía el micrófono por la noche y mezclaba mentiras con alegatos. Alberti lo retrató en su pieza para el Teatro de Guerrillas 'Radio Sevilla'. En cualquier caso, ahí están los libros, que lo han colocado en su sitio... según fueran las tendencias de los escritores. Porque, repasando la 'Historia de España' de Ricardo de la Cierva, leemos que Franco fue 'impulsor de la predemocracia' en España. Y que la guerra fue una guerra en la que todos, en su intento de ganarla, hicieron las barbaridades propias del caso. Falta añadir quién o quiénes fueron los responsables de que se produjera, es decir, quién o quiénes se opusieron al orden establecido.
Estamos hablando de guerras, de mentiras de las guerras, en las que todo vale. Peores son las mentiras de la paz, mentiras que van minando precisamente esa paz. Mentiras no exclusivas de nuestro país, pero que arraigan aquí por lo muy noveleros que somos. Que Trump no fue derrotado en las urnas, como tampoco lo ha sido Bolsonaro, forma parte, más que de una mentira, del deseo de ganar a toda costa. Lo malo es que esos dictadorzuelos, y otros que están por venir, no son de mentira. Son de verdad.
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