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Por razones que comparto con muchos murcianos, mi vida está unida al Mar Menor desde que nací y gocé de una de las maravillas más hermosas de la Naturaleza. No hablaré de que no es el mismo verano de mi infancia que el que viene ... siendo en los últimos años, sobre todo para quien ha conocido La Manga sin un solo edificio, cuando descubrí, en la playa del Estacio, frente a la isla Grosa, a la edad de siete años, el frasco de una botella de whisky en la que leí las primeras palabras en un idioma, el inglés, exótico entonces para un niño. Era 1960. Otras veces viajaba con el velero de mi padre, de vela latina, a la parte de La Manga cercana a la isla del Ciervo que entonces llamábamos La Embestida, donde cavando en la arena, obteníamos agua potable (mala pero bebible). Ningún edificio había, solo dunas entre el Mar de Homero y el Mar Menor, ese mar por el que todos los años navego en un barquito de vela (lo que se llamaba entonces un bote, no crean, pero sin motor, solo a vela). Pido disculpas al lector por estas evocaciones personales, que confieso únicamente para que entiendan mejor el dolor que viví en 2019 y he vuelto a sufrir este verano, cuando decidí incluso dejar de salir por el Mar Menor, incapaz sufrir el espectáculo de una sopa casi negruzca, con peces muertos flotando...

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