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In memoriam

EL DÉCIMO DENTISTA ·

Abandonamos los eslabones que nos conectan con nuestra esencia

Viernes, 12 de junio 2020, 02:38

En la 'Eneida', Virgilio describe cómo Eneas huye de la destrucción de Troya salvando a su tullido padre Anquises. «Padre querido, súbete a mis hombros, que yo te llevaré sobre mi espalda y no me pesará esta carga; pase lo que pase, uno y común será el peligro, para ambos una será la salvación». Esta escena, que tan bellamente esculpió Bernini en 1618, no trata de la generosidad de Eneas sino de algo más profundo y sagrado en el mundo antiguo: la Piedad, la veneración a quienes nos precedieron, a nuestras raíces. Eneas no concibe un nuevo destino sin su raíz, sin la tradición de sus ancestros. No es un hombre desarraigado y, por eso, su padre anciano no es una carga. Y no duda ante la poca vida que le resta a su anciano padre. Tiempo después, Anquises moriría en el puerto de Drépano, Sicilia, donde su hijo honraría su memoria. Si lo hubiera abandonado en Troya, habría olvidado su extirpe borrando su propia memoria de la tierra. En cambio, cuando más adelante se le aparece el fantasma de su padre, recibe la fuerza para culminar su destino, alcanzar la península Itálica y ser el precursor de la fundación de Roma.

El postmodernismo y los totalitarismos del siglo XX lucharon con todo ímpetu por el desarraigo, por derrocar los relatos del mundo clásico e imponer aquellos que convertían a los hombres en islas inconexas, sin verdades ni convicciones, sin tradición y sin Ítacas donde volver ni Romas que fundar. Arendt apuntaba en su obra cumbre que «la meta de la educación totalitaria nunca ha sido imbuir convicciones, sino destruir cualquier capacidad de formarse convicción alguna». Este desarraigo sutilmente macerado en nuestros estratos del pensamiento nos conduce a relatar modelos sociales estatalizados donde el escepticismo nos aísla entre nosotros y, como en 'Walden dos' del ingeniero social Skinner, la familia es un objetivo a batir. Nuestros ancestros pasan a ser pesadas mochilas desechables ante el tótem de la productividad. Nuestros ancianos, cargas. Abandonamos los eslabones que nos conectan con nuestra esencia para culminar propósitos que trascienden a nuestra cotidianeidad.

Por eso, al inicio de esta pandemia, no era extraño que se extendiera como anestésico antialarma que el coronavirus ¡solo afectaba a ancianos! ¿Pecata minuta? Una aberración para el mundo antiguo. En esta nueva 'Eneida' impía de Anquises abandonados a merced del virus, de protocolos con ponderaciones perversas, de dejaciones, vejaciones y soledades, lloramos individualmente nuestra pérdida, aunque políticamente seguimos apuntalando relatos que, como la pérfida Juno, nos condenan a naufragar sin memoria ni rumbo. ¿Recordaremos alguna vez al fin que éramos nosotros quienes más necesitábamos de ellos, nuestros olvidados ancianos? De esta saldremos, pero no más fuertes sino menos humanos. Menos libres.

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