La memoria y el parto de los montes
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El aprendizaje de los mecanismos de la retentiva y su utilización como recurso en la vida cotidiana, en la enseñanza, las artes y las ciencias son necesariosEl presentador de La Sexta Rodrigo Blázquez despide cada noche su informativo 'La sexta clave' diciendo «saludos de un tal Blázquez». Una frase tan aparentemente ... simple esconde, sin embargo, un juego de palabras que no se comprende si se desconoce una anécdota sobre Xavier Arzalluz, antiguo jesuita y por entonces, 1995, presidente del PNV. Preguntado por un periodista sobre quién había sido nombrado obispo de San Sebastián, el político respondió con una frase rebosante de zafiedad y desprecio: «Un tal Blázquez».
Para un PNV enfangado aquellos días en un nacionalismo pueblerino, reforzado por su histórico enfrentamiento contra la Dictadura, que le proporcionó cierto pedigrí progresista, lo aconsejable era seguir el mandato 'sabiniano' de interrumpir toda relación con el resto del Estado (incluso los equipos de fútbol se formaban con una incontaminada cantera vasca). Igualmente, para aquel tradicionalismo político resultaba conveniente tener obispos de apellido con pedigrí vasco: Setién, Uriarte o Aguirre. Pero el Vaticano les envió a Ricardo Blázquez, obispo de Palencia. Y Arzalluz tuvo que aceptar a regañadientes, porque en estos asuntos mandaba el Papa, quien, además, había sido su superior jerárquico y continuaba siéndolo, pues el sacramento del sacerdocio lo es a perpetuidad.
Suceso que demuestra la necesidad de la memoria para comprender no solo anécdotas como la anterior sino, por qué no, hechos relevantes de la Historia. Y es que resulta de todo punto lamentable cierta propensión actual a menospreciar la memoria por obsoleta (todo está en 'San Google' creen equivocadamente los ignorantes). De donde se deduce su innecesario cultivo, dada la facilidad para acceder a todo tipo de información. Sin embargo, soy de quienes piensan que el aprendizaje de los mecanismos de la retentiva y su utilización como recurso en la vida cotidiana, en la enseñanza, las artes y las ciencias son absolutamente necesarios. Y no me refiero al aprendizaje mecánico o la memorización ritual de la lista de los Reyes Godos, que se arguyen como argumento reiterativo y soez para el descrédito de la memoria.
La memoria nos permite guardar conocimientos que, relacionados, ayudan a crecer personalmente, a entender el mundo y elaborar sobre ellos nuevos saberes. Salvo ejemplos de casual serendipia, el progreso es un edificio en el que unas piezas encajan en otras, se superponen, se desechan o se ajustan, generando invenciones valiosas e inéditas.
Si paseando por la murciana Trapería observamos que un despacho legal se anuncia como Atticus –donde no tengo acciones ni allí trabaja familiar alguno–, lo que en principio parece remitir a un nombre de origen latino, cabe sospechar que en realidad es un homenaje al extraordinario abogado Atticus Finch, protagonista de 'Matar a un ruiseñor', novela de Harper Lee, premio Pulitzer en 1961, de la que Rober Mulligan rodó una inolvidable película protagonizada por Gregory Peck.
Sobre cierta reunión del presidente del Gobierno con los de las comunidades autónomas, un contertulio radiofónico no adscrito comentó que la convocatoria «había parido un ratón». Frase que carece de sentido si se desconoce la vieja fábula latina recogida por el Arcipreste de Hita en el 'Libro de Buen Amor', donde cuenta que, preñados los montes y en espera de un ser inmenso como ellos, parieron un insignificante y ridículo ratón. La lección implícita es que, en ocasiones, grandes esperanzas se resuelven en resultados grotescos. Tal ocurre, verbigracia, con las pomposas cumbres mundiales sobre el cambio climático.
En un excelente diálogo de Antonio Arco en este diario con el profesor Francisco Jarauta, el entrevistado comenta: «En este momento, el patio político es absolutamente de Monipodio. Asistimos a un bochorno permanente donde todo vale». El profesor, con exquisito tacto verbal, está remontándose a 'Rinconete y Cortadillo', una 'novela ejemplar' de Cervantes. El 'patio de Monipodio' era una reunión tutelada por Monipodio, jefe de la germanía sevillana, de variados tipos de delincuentes y seres marginales: mendigos, embaucadores, falsos mutilados, estudiantes sopones, que debían pagarle un 'impuesto' por ejercer tales 'oficios'. De donde deducimos un diagnóstico tremendamente pesimista del profesor sobre el, con harta frecuencia, turbio mundo de la política.
No se deduzca de lo anterior la obligación de saber quién fue Arzalluz ni de leer al Arcipreste o a Cervantes –aunque sería recomendable hacerlo–, pero sí la absoluta conveniencia de no relajar los mecanismos de la memoria, hoy bastante depauperados. Si el conocimiento de hechos trascendentes, incluso de simples anécdotas, si la educación y la posesión de la cultura permiten darle un sentido a la Historia, imaginemos la devastación mental que origina la ignorancia sobre hechos determinantes para la Humanidad. Cuatro ejemplos que, sin entrar en ámbitos de mayor enjundia, mostrarían la necesidad de conservar, en la humilde e infravalorada memoria, hechos, situaciones, recuerdos que posteriormente nos permitirán, en lo personal cuanto en lo social, construir el edificio del saber y el progreso.
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