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El lunes de esta semana desayuné con las noticias de la victoria de Meloni en Italia, luego salí con el perro a acompañar a mi ... hijo adolescente al instituto. Una mañana muy bonita tras una noche de tormenta. «Bueno, papa (pronúnciese /pá-pa/, la sílaba tónica es la primera), yo ya cruzo solo, ¿vale?». A ver. Tiene quince años. No le gusta ser visto entrando al centro con su padre. Me quedé plantado ahí con el perro, mirando a mi churumbel avanzar a paso de lunes en dirección a su aula. Miré a mi alrededor un momento: la sala de apuestas seguía ahí, justo delante del instituto. Con la rutina, ya casi nunca la veo, y cuando sí, no me enfado apenas. Tomé en dirección al río, como todos los días. Si queréis saber qué conexión veo entre la nueva primera ministra italiana y la sala de apuestas de enfrente del IES El Carmen de Murcia, acompañadme un rato. Total, el perro tiene que mear.
Lo de la epidemia de salas de juego es un tema ya viejo, ¿verdad? De vez en cuando, desde la izquierda, se lanzaba una campaña de protesta, o de concienciación sobre la ludopatía juvenil, o algo. Se proponían leyes para al menos alejarlas de los centros educativos. A veces desde el Gobierno regional salían a decir alguna cosa, un brindis de esos que te 'escandilas', compromiso insobornable en defensa de la juventud etcétera etcétera. Te ilusionabas. Por fin están de acuerdo unos y otros, te decías. La sala de juego seguía ahí. A diez metros de la puerta del centro. Pasan los meses. Otra campaña. Otra propuesta. Otra rueda de prensa. El asunto vuelve momentáneamente al debate público. La sala de juego cierra. Flipas. Celebras. Ah, no. Que es que están de reformas. Reabre. Con más luces todavía. Vuelven a pasar los meses. Otra campaña que ya ni sigues. Otra propuesta que te la pela. Otra rueda de 'renzzz'. Se ha repetido hasta la saciedad que la nuestra es la comunidad autónoma más afectada por la plaga de las casas de apuestas, que solo en la pedanía de El Palmar hay más establecimientos que en toda la provincia de 'Barcelozzz'. Podemos decir todo lo que queramos, que la sociedad murciana solo lee que nada va a cambiar, que los intereses de las empresas del juego están por encima de la defensa de la chavalada. Ludoqué restricciquién protecticuándo.
Es verdad que esa desafección entre ciudadanía e instituciones democráticas, ese sentimiento de que ya el pescado está vendido votes sardinas o votes boquerones no son ni mucho menos exclusivos de la Región, pero reconozcamos que hay donde se lo curran más y donde se lo curran menos, y en Murcia ir pa ná es tontería. Cuando visito otros lugares de la Península le hago fotos a todo: monumentos, paisajes, playas, cascos históricos y centros de enseñanza sin casas de apuestas alrededor. Qué bonito. Y qué antiguo. Me encantan los 'skylines' de las ciudades españolas que no incluyen el esqueleto de un rascacielos de veinte pisos que la familia Koplowitz nos ha dejado de recuerdo de los años del pelotazo. Ahora, si este fuese un artículo normal, el autor (también normal) aprovecharía para colar una chapa intensa sobre déficit democrático en la Región de Murcia, neofeudalismo, rechazo del Estado autonómico, falta de agencia o identidad difusa/fronteriza. En mi caso me debato entre decir por aquí lo que siento cuando veo las escorrentías de tormenta entrar en el Mar Menor o hacerle caso a mi abogado.
La paradoja con esto de la política democrática reside en que, cuanto peores son tus políticos, menos esperanza te queda de que lleguen mejores, o al menos pasables, y logren poner en marcha soluciones colectivas que mejoren la vida de cada cual. Desde que tengo uso de razón no he visto otra cosa, en mi Región, que sonados fracasos políticos, desde el intento de cierre del astillero en Cartagena'92 (que nadie se pierda 'El año del descubrimiento', por favor) hasta el trazado ferroviario, desde la financiación autonómica hasta el tocomocho del soterramiento, desde el fallido 'Miami' sureuropeo de Valcárcel –autopistas y aeropuerto de pago incluidos– hasta el desastre del Mar Menor. Descartada –por aburrimiento– la posibilidad de votar soluciones reales, gana la opción de votar resentimiento, ultranacionalismo y vuelta al pasado. O, al menos, que me bajen los impuestos y ya me apaño yo. Entre esas dos formas de la impotencia se mueven –con bastante éxito– las derechas contemporáneas europeas y ese es el hilo que conecta la sala de apuestas inamovible de la calle Cartagena y la victoria de Meloni el otro día. El perro ya hizo pipí, muchas gracias.
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