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Como no podía faltar en este mal hado año del Señor, nueva polémica ha llegado. Ni los agostos respetan la supuesta tranquilidad vacacional. Ya casi nos hemos olvidado de debates sobre la imposible renovación del Poder Judicial, críticas a la bajada del IVA, culpas por ... las subidas de los recibos de la luz, reproches por aumentar los impuestos a los pobrecitos bancos y pobrecitas eléctricas... propuestas gubernamentales, todas, destinadas a ser atacadas sin miramientos por la oposición. No sé si eso será igual cuando cambie el signo político del Ejecutivo. Espero que no. El caso es llevar la contraria.
De ahí que, si desde La Moncloa han propuesto rebajar el gasto de energía, medida recomendada por Bruselas con el fin de hacer frente a la previsible reducción de gas procedente del norte de Europa, la oposición hace oídos sordos y recrudece sus críticas. La guerra de Ucrania, que parece tener menor actualidad, aunque ahí sigue, pronostica un invierno friolento. Por eso han aconsejado a los países civilizados que reduzcan el consumo de energía. Estoy seguro de que, si gobernasen los otros, hubieran tomado semejantes medidas. Pero no. Hay que criticar a la improvisación, a que no se haya contado con las comunidades autónomas, y decir que la ciudadanía va a tener miedo a pasear por las calles cuando se apaguen los escaparates... Yo que pensaba salir hoy a las diez de la noche para ver las ofertas de los grandes almacenes... Pero como me han metido miedo, me quedaré en casa. Por cierto, que volveré a esos grandes almacenes si en efecto suben la temperatura, porque me moría de frío cuando iba. ¡Ni frío ni calor, aunque sea por real decreto!
Esto de la política es la monda. Ni siquiera cuando se dictan normas que parecen de lo más razonables se oye algo así como: está bien, vale, lo apoyamos, maticemos esto o aquello, pero adelante, es algo que conviene a la ciudadanía... Nanay. Por narices hay que llevar la contraria, porque los votos prevalecen a la sensatez. Y repito que mucho me temo que sería parecido si fueran los otros quienes gobernaran. ¡Y todo este nuevo circo por una aconsejable rebaja del consumo eléctrico!
Al leer y oír todas estas críticas y contracríticas me acordaba de Manila. Dos cosas me sorprendieron cuando el avión iniciaba el descenso para el aterrizaje. Una, la cantidad de islas pequeñas que aparecieron de pronto: siete mil constituyen las Filipinas. La segunda fue que, cuando la azafata decía que estábamos llegando, yo no veía ni Manila ni nada. Ya en el taxi camino al hotel, reparé en la enorme oscuridad que mostraban calles y plazas. No había visto en mi vida cosa igual. Al salir luego a estirar las piernas, me di cuenta de que había farolas, sí, pero sin luz; que lo que podía verse era gracias a los escaparates y anuncios de tiendas. Los filipinos viven a media luz. Y no les pasa nada. No sufren mayor índice de criminalidad por andar casi a oscuras.
Tampoco es eso lo que dice el real decreto de marras, que ni el líder de la oposición terminó de leer. ¿Para qué? Si iba a decir que no. Hablamos, en todo caso, de estar a media luz. A media luz cantaba Gardel hace casi cien años, eso sí, con la pervertida intención de indicar que de esa manera se liga mejor. Carlitos 'el Morocho' decía en su famoso tango que había un pisito en la calle Corrientes, en donde tenía cóctel y amor. Y todo a media luz. Si la oposición hubiera captado este matiz erótico-burlesco quizás le hubiera hecho gracia, y habría celebrado con mejor humor la necesidad de vivir a media luz, a media temperatura, a media intensidad energética. Es esta una reflexión que no merece que nadie se enfade.
Gardel cantaba de media luz, de besos, de suave terciopelo, de crepúsculo interior, pero hablaba de dos. Algunos años después, nuestro gran Miguel Mihura estrenó una comedia que llamó 'A media luz los tres'. La cosa se complica. Aquí, el administrativo Alfredo, solterón empedernido como el autor, intenta conquistar a una mujer: Mariví, Elena o Lulú. No lo consigue. Lo contrario que su amigo Sebastián, que, desde su posición de opositor, sí que logra lo que el protagonista no alcanza. Claro que Mihura pedía que sean tres; dos decía Gardel; Sánchez decreta que seamos todos los que estemos a media luz. ¿No es una medida más democrática?
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