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Yo he venido aquí a hablar de mi libro», afirmaba contundente Francisco Umbral. Hoy les quiero hablar del nuestro. La obra nace con la esperanza de que la situación que han vivido nuestros mayores durante la pandemia no se vuelva a repetir. No podemos olvidar ... todo lo acontecido. Ellos nos han criado. Ahora nos toca a nosotros cuidarlos hasta el final de sus vidas, mejorando la atención sanitaria, los cuidados paliativos, en una concordia de cariño y compañía hasta su muerte.
Es imposible medir la fortaleza de un país por el porcentaje de PIB dedicado a Defensa o al pago de la deuda pública. La riqueza de España pasa primero por satisfacer las necesidades esenciales y vitales de los ciudadanos con una educación digna, una sanidad, pensiones, servicios sociales o movilidad...
En este sentido, o el Estado busca el bienestar de los ciudadanos o no habrá ciudadanos que le presten legitimidad al Estado. ¿Tienen algo que decir en este aspecto las entidades privadas? Naturalmente que sí. Pero la pregunta no debe recaer en si las entidades privadas deben colaborar con las administraciones públicas en la prestación de servicios, sino en el grado de esa colaboración y quién debe dirigir las políticas públicas de prestación de esos servicios. Las políticas públicas deben prestarse a ciudadanos, no a clientes. Siempre con independencia de que algunos de esos ciudadanos libremente decidan complementar la prestación pública con prestaciones privadas. La clave está en regular y no olvidar que el titular de estos servicios públicos es el Estado.
Las residencias deben seguir siendo lugares donde se vive, algo que nunca debería haber cambiado. Un sitio donde se permita envejecer y morir con dignidad. La solución nunca ha pasado por convertir las residencias de ancianos en hospitales geriátricos. La atención sociosanitaria no se presta solo teniendo médicos y enfermeros en las residencias, sino mediante convenios de colaboración reales entre las residencias públicas y privadas; y los hospitales públicos o privados. Más que crear nuevos servicios o recursos, aprovechemos las sinergias de colaboración público-privada entre entidades sociosanitarias diversas. Puesto que el envejecimiento de la población conlleva un cambio en la perspectiva residencial de los mayores.
Una cosa es que las residencias presten servicios sanitarios donde, sin sustituir al servicio público de salud, atiendan a los mayores en la etapa preventiva de la atención; y otra cuestión muy diferente es que en casi todos los casos esta atención sanitaria exceda la mera función preventiva. Precisamente porque desde el servicio público de salud no se ha atendido a los mayores que viven en las residencias.
Debemos recordar que los mayores que viven en las residencias son ciudadanos de pleno derecho y por su grado de extrema fragilidad deberían ser prioritarios en el sistema de salud. Actualmente, esto no ocurre. Mientras los responsables políticos del servicio público de salud no se tomen en serio la prestación de servicios a los mayores institucionalizados no podremos hablar de atención sociosanitaria.
No obstante, desde hace más de 10 años, los datos recogidos apuntan a que el perfil de mayores que acceden a las residencias es cada vez de más dependientes. Quizás para atenderles sí hace falta un cambio drástico en las residencias, pero ya no serán 'residencias', sino otro recurso para atender a ancianos enfermos. Está claro, una vez más, el futuro no será una mera extensión del presente.
En la mayoría de los casos, el futuro avanza hacia el regreso a casa y a la especialización. Los mayores –o sea, nosotros en muy pocos años– queremos servicios en nuestros entornos, no una reclusión diaria en los lugares más recónditos del mundo. Queremos seguir siendo miembros activos de la sociedad en el territorio, el barrio o la comunidad de vecinos que conocemos, y ello implica que –excepto en los casos más graves– una persona mayor no debería tener que decidir entre recluirse en una residencia (con servicios) o quedarse en su casa contando únicamente con la solidaridad familiar (seguramente, de los hijos).
Yo me hago cargo del cierre de la monográfica con un artículo titulado 'Los árboles se caen' que hace referencia a que, visto lo visto, lo que antes parecía extraordinario, ahora debe ser planificado.
Debemos prepararnos no solo para nuevas pandemias, sino para dos nuevos escenarios futuros: el primero sería la resistencia a antibióticos de las bacterias y el segundo, a las nuevas epidemias víricas ligadas a la globalización. Queríamos tener globalización para viajar, y le hemos comprado el billete en business a todos los virus presentes y futuros.
Por cierto, la nueva monografía que he editado con la Dra. Enriqueta Fernández y del Dr. Gabriel López se titula 'La epidemia de la COVID-19 en las residencias para personas mayores'. Gracias a Fundación Hefame por hacer posible este proyecto de investigación.
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