Maricón
MAPAS SIN MUNDO ·
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MAPAS SIN MUNDO ·
Una mentira, por hiriente y execrable que sea, no puede ocultar la magnitud de una realidad que crece por momentosLos hechos son sobradamente conocidos: un chico denuncia haber sido atacado por unos encapuchados en el portal de su casa en Malasaña. Tras cortarle el ... labio, le graban a cuchillo, en sus glúteos, la palabra 'maricón'. La brutalidad de la agresión levanta una oleada de repulsa y de indignación que trasciende la movilización de los colectivos LGTBI. Días después, y ante la repercusión adquirida por la noticia, la supuesta víctima se retracta y reconoce que se inventó los hechos para ocultar un episodio de infidelidad a su pareja. La intervención en su cuerpo había sido consentida. A partir de aquí, el decurso del relato es previsible: la pléyade de negacionistas que campan por las instituciones y las calles de España –aquellos que rechazan la existencia de la homofobia, de la violencia de género, del racismo– se agarran a este inesperado clavo ardiendo para legitimar sus sospechas de que la LGTBIfobia es un invento de la izquierda cavernaria, que solo busca inventar conflictos de odio para crispar el espacio social.
Evidentemente, la mentira urdida por este individuo para ocultar una relación consentida resulta imperdonable. Frivolizar con la creciente mancha de odio que se extiende actualmente por España, y que tanto dolor y heridas indelebles está causando, solo se puede explicar por la inmadurez y el desequilibrio de una persona que no ha terminado de comprender que la violencia no es una mentira ni una fábula, sino una realidad abrasadora que amenaza la vida de cientos de miles de personas. Los casos recientes de homofobia acontecidos en Valencia, Vitoria, Melilla y Amorebieta son tan reales como las agresiones ocasionadas a sus víctimas. Los delitos de odio han crecido un 10 % en lo que va de año. Y el Ministerio de Interior ha avisado del aumento de bandas que van a la caza de homosexuales. Una mentira, por hiriente y execrable que sea, no puede ocultar la magnitud de una realidad que crece por momentos. En realidad, siempre ha estado ahí, solo que normalizada en los comportamientos machirulos de toda la vida a los que nadie presta atención. 'Maricón' es la palabra con la que las nuevas hornadas del patriarcado señalan, en los patios de los centros educativos, a todos aquellos niños que no se ajustan al estereotipo del macho embrutecido; 'maricón' es el santo grial de muchas de las reuniones exclusivamente masculinas que, a salvo de lo que ellos llaman lo 'políticamente correcto', dan rienda suelta a su vocabulario reptiliano para sentirse más viriles, más españoles, más protectores de una sociedad aquejada por la enfermedad de la feminización. El odio está ahí, en cada conversación de bar, en las disertaciones de los progenitores en la puerta de los colegios, dentro y fuera de las aulas. Se trata de una violencia tan aceptada socialmente que ni siquiera se llega a tomar conciencia de ella con el fin de atajarla.
Con el suelo lleno de este material inflamable, la aparición de cualquier pirómano asegura el desencadenamiento de un incendio descontrolado. Y el pirómano en cuestión no es otro que Vox, la ultraderecha patria que viene a defender las esencias de nuestra historia. Vox arremete cruelmente contra los inmigrantes y quienes humanitariamente les prestan auxilio, pero rechaza ser un partido racista. Vox niega la existencia de una violencia estructural de carácter cultural contra la mujer pero rehusa ser considerado una formación machista. Vox denuncia el lobby gay, pretende impedir la celebración del Orgullo y brama contra el matrimonio homosexual, pero sus siglas no son homófobas. En nuestra tolerancia a lo intolerable, parece que todo lo que no sea proclamar '¡muerte al maricón!' no implica homofobia. Y lo peor de todo es que el Partido Popular, en una nefanda estrategia de auxilio a la ultraderecha amiga, sale a la palestra para lavar la imagen de los pobrecitos de Vox, a los que se trata injustamente por parte de la España socialista y podemita. ¿Alguien en ese partido es consciente del destrozo a sus siglas que causa esta connivencia con los discursos del odio? ¿Después de poner un paño caliente en la frente de Vox, se está legitimado para autodefinirse como un partido moderado?
Las estadísticas no engañan: los delitos de odio en España han crecido en paralelo a la explosión de Vox. La política de este partido es atacar al diferente y combatir todos aquellos progresos sociales que cuestionen la hegemonía del régimen heteropatriarcal. Cuando, a través de un lenguaje inflamado y agresivo, este repudio del diferente es lanzado al espacio público, el mal ya está hecho. Diferente es todo lo que no sea hombre, blanco y heterosexual. Y quienes escuchan de un dirigente político este tipo de discursos se sienten envalentonados para abandonar su odio silencioso, y sacarlo a relucir con el orgullo de que se está contribuyendo a una causa histórica de origen divino: depurar la patria. Vox nunca va a decir: «apalead al maricón». Pero sí que cuestionará, día tras día, todo aquel catálogo de derechos que garantiza a cualquier identidad sexual una vida en igualdad de condiciones. De manera que, a ojos de los 'ejecutores', el gay, la lesbiana, la persona trans disfrutan de unos derechos que no les corresponden y que son consecuencia de una sociedad enferma y decadente. Solución: agredirles por invadir un espacio que no es el suyo, por usurpar derechos que, por naturaleza, son propiedad y privilegio de los 'normales', de los aseados y limpios moralmente. Vox tolera a los maricones, pero dentro del armario. Si se les ve demasiado, se convierten en proselitistas que quieren lavarles el cerebro a otros jóvenes. Así de ridículas y así de peligrosas son las cosas.
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