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Se oye, se escucha, que no existe desigualdad ni de sexo ni de género, entendiendo sexo como sexo biológico y género como su construcción social. Y se argumenta que, efectivamente, tenemos iguales derechos ante la ley. Pero es que de los derechos a los hechos hay un trecho.

Las mujeres hemos logrado 'entrar en el club'. Decenios de años de compromiso y de batalla de miles de mujeres (y de algunos varones) han logrado que, hoy en día, sin trabas, las mujeres estudiemos carreras universitarias. En España, solo han pasado 114 años desde que, oficialmente, las mujeres se pudieron matricular en Medicina. Aunque en pocos años la evolución social y cultural ha sido colosal, la transformación no ha acabado, no es suficiente.

Las mujeres hemos entrado masivamente al club de la educación superior, pero no hemos conseguido la igualdad plena. Aquellas que destacan siguen batiéndose con la regla de proporcionalidad inversa, con el efecto tijera o con los techos de cristal, que los suelos pegajosos convierten en techos de cemento, reforzados por el síndrome de la impostora, de sentirse inferior, estampillado desde los 6 años. La mayoría de las mujeres se enfrentan con barreras de laberintos transparentes y observan como la mayoría de los varones lo tienen más fácil. Cuando a cada escalón profesional las mujeres deben sumar las cargas familiares, los escalones de los hombres son más livianos, casi escaleras mecánicas. Y es que las mujeres deben combinar cuatro trabajos: el productivo, el reproductivo, el de cuidado y el comunitario. Además, deben ser 'comprensivas' cuando constatan el efecto de Jennifer y John: que si el nombre que pone en elcurrículum es masculino (John), se puntúa mejor y consigue el trabajo o el ascenso (y no es trivial, está demostrado y publicado). Asimismo, cuando una mujer hace un boquete en el techo de cristal y conquista la entrada al 'superclub más exclusivo', se enfrenta a acantilados de cristal, sin comprender por qué le caen 'chuzos de punta' en todas direcciones. Y en su soledad se pregunta el porqué de esas dificultades añadidas (que no padecen muchos varones con su misma categoría).

Y es por todo esto que el día internacional de las mujeres debe continuar celebrándose. Porque, según demostró Diane Elson, de la Universidad de Essex, aunque las formas antiguas de desigualdad de género están desapareciendo, están surgiendo otras formas sutiles de desigualdad.

Solo una educación temprana en valores, humanista e igualitaria, conseguirá que las niñas y los niños se consideren igualmente capaces para desarrollar sus potencialidades, de forma cooperativa y sin creerse impostores. Para que esta utopía se haga realidad, sigamos trabajando en pro de la justicia social, que pasa por la igualdad de oportunidades para todas las personas.

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