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La gratitud es un sentimiento humano por el que se reconoce el bien recibido. Las personas agradecidas son más seguras, están más satisfechas con sus ... vidas, buscan y encuentran estrategias de afrontamiento de los problemas, se recuperan y aprenden de los fracasos y hasta duermen mejor. Entonces, ¿por qué existen personas desagradecidas?
La ingratitud, del vocablo 'ingratitude', derivado del latín tardío 'ingratitudinem' y recogido del francés en los siglos XIII y XIV, es el antónimo de agradecimiento. La Real Academia de la Lengua Española la define como el desagradecimiento, olvido o desprecio de los beneficios recibidos y, en el ser humano, se considera un defecto moral detestable y penoso, pero relativamente frecuente en personas insensibles e inseguras.
Según don Santiago Ramón y Cajal, existen tres tipos de ingratos: aquellos que olvidan el favor, aquellos que se lo cobran y aquellos que lo vengan. Las tres clases de ingratos son igualmente deplorables y con una condición común: son rencorosos. Los ingratos escriben el bien en el polvo y el mal sobre el mármol, que describiera Santo Tomás Moro, o el bien sobre el agua y el mal en la piedra, en palabras de Lope de Vega. Es decir, los ingratos tienen una memoria selectiva, son puntillosos y nunca olvidan cualquier agravio o lo que ellos valoran como menosprecio, pero ante cualquier ayuda, entienden que es un obligado merecimiento por su valía.
Muchas personas ingratas comparten otras cualidades negativas como arrogancia, cinismo, desconfianza, envidia, hipocresía, necedad o soberbia. Don Miguel de Cervantes, que sufrió en sus carnes la ingratitud, lo dejó plasmado en el 'Quijote' con diversas afirmaciones como que «el infierno está lleno de ingratos» o que «la ingratitud es hija de la soberbia». Y es que, quizá tuviera razón don Francisco de Quevedo, que con la fina ironía que le caracterizaba, afirmó que «el descastado que no agradece es que, en realidad, no merecía la ayuda recibida». O es que, como Gabriel García Márquez dijera a través del coronel, «la ingratitud humana no tiene límites», siendo una forma de deslealtad que solo afecta a nuestra especie. De hecho, los instintos de agradecimiento y de lealtad eterna no los compartimos con los canes. Los mejores amigos del ser humano son leales y agradecidos y, en palabras de Mark Twain, «si recoges a un perro hambriento, lo alimentas y le das afecto, él nunca te morderá. Esta es la diferencia más importante entre un perro y un hombre».
La realidad es que, a lo largo de la historia, la mayor parte de los mortales tiene experiencia de personas ingratas. La ingratitud es un pecado generalizado que muchas personas han sufrido injustamente, de modo que «poco bueno habrá hecho en su vida el que no sepa de ingratitudes», don Jacinto Benavente 'dixit'. No es una cuestión de etnias, de culturas, de nivel económico, de sexo biológico o de género, sin distinción, es una tara que campa por doquier. Sería interesante si únicamente se tratara de inseguridad, de 'mala' educación o de complejo de inferioridad, pero no, la ingratitud va más allá, y al analizar 'los tres perros' de Martín Lutero: la envidia, la ingratitud y la soberbia, se comprende que son prácticamente indisolubles y se refuerzan. Y produce congoja porque al desmenuzar estas tres peculiaridades no se puede sino sentir lástima de esos desabridos, quienes en su fuero interno deben ser individuos harto infelices.
Por el contrario, los serviciales son apacibles y, también, reincidentes. En el inicio de nuestra era, el gran historiador Tito Livio constató que, a pesar de los displicentes, las personas buenas no dejan de hacer el bien a los ingratos. No es que no escarmienten, es que, a pesar de las malas experiencias vividas, los bienhechores, sin ser cándidos ni ingenuos, siempre dan una oportunidad a los siguientes mortales con los que se topan en la vida. Porque ellos no ayudan esperando agradecimiento, sino que encuentran satisfacción en el propio hecho de ayudar a quien lo necesita. Es hacer el bien por el bien mismo. Eso compensa. Y, hace casi 2.500 años, Platón avaló que «la razón y el valor siempre se impondrán a la traición y a la ingratitud». Por tanto, con o sin la correspondiente gratitud subsiguiente, se sigue adelante, con espíritu optimista, siempre cultivando una mente positiva de ayuda al que se nos antoja necesitado. Y sin olvidar el deber más necesario de Cicerón, que era «el deber de dar las gracias». Muchas gracias.
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