Margallo, en el balcón de Martínez Baños
LAS CUATRO ESQUINAS ·
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LAS CUATRO ESQUINAS ·
«Decir que la Naturaleza es obra de Dios es impropio de una persona que ha sido ministro», afirma el presidente del PSRM mezclando política y metafísicaAlfonso. Noche del pasado verano. Mazarrón y sus 'Mares de Papel'. Margallo, veterano ilustrado del pepé al que, como Fraga, le cabe el Estado y algo más, en la cabeza, habla para un amplio auditorio. Entre los centenares de oyentes está Alfonso Martínez Baños, ... totanero, diputado regional y presidente, cargo más honorífico que ejecutivo, del pesoe-psrm. Alfonso abandona muy decepcionado el Auditorio. Y acude a destacar en las redes sociales los tres postulados 'margallanos' que más le han molestado. Los dos primeros comprensibles: 'Pedro Sánchez es un dictador' y ' el PSOE se propone asaltar el TC'. Normal disidencia política. Pero el tercero, fíjate tú, ya entra en mayores profundidades: 'La Naturaleza en la que nos desarrollamos es obra de Dios'. «Decir cosas así es impropio de una persona que ha sido ministro», argumenta Baños rizando todavía más el rizo, mientras sus lectores se preguntan a qué viene mezclar política con metafísica.
Firmamento. Esa noche, cuando Alfonso llega a casa, no logra conciliar el sueño. Sale al balcón, se sienta en el balancín y se pone a mirar al firmamento. La noche estrellada contribuye a relajarlo. Aquí estoy yo, se dice Martínez contemplando el cielo despejado, un ser humano entre los 7.500 millones de seres humanos que constituyen la humanidad, una de las millones de especies que habitan la Tierra, el planeta que nos acoge y que, en vez de estarse quieto, se mueve sobre sí mismo. Y no solo eso, también se mueve con increíble precisión alrededor del Sol a una velocidad aproximada de unos 6.000 km/h para que te hagas una idea. Y esa rotación perfecta viene sucediéndose así, día a día, mes a mes, no menos de 4.500 millones de años. Resulta que el Sol, situado a la distancia exacta para que la Tierra pueda albergar vida evolucionada, también tiene a otros planetas con masas precisas para mantener gravedad. Y la mayor parte de esos planetas tienen a su vez satélites que orbitan a su alrededor con la misma precisión durante miles y miles de años.
–¿Coño, y todo eso se sostiene por sí mismo?, comienza a cuestionarse Baños.
Resulta, sigue el hombre inmerso en su contemplación, que el Sol, otro que no sabe estarse quieto, se mueve por la Vía Láctea , nuestra galaxia, y lo hace con su sistema planetario intacto a una velocidad que los astrofísicos calculan en unos 107.000 km/h. Y la cosa no se queda ahí. Pasa que el medio billón de estrellas que, como nuestro Sol, configuran la Vía Láctea también se mueven en elipses y círculos perfectos a similares velocidades y con idéntica precisión desde hace no menos de 7.000 millones de años. Y sin esos movimientos rítmicos, precisos y regulares nuestra corteza terrestre no sería como es. Todo parece calculado con esmero y escrupulosidad.
Mientras tanto, en la emisora de radio que tiene sintonizada de fondo, alguien afirma con voz susurrante que la ciencia calcula en más de 7.000 millones las galaxias existentes en el universo conocido, cada una con sus movimientos de exacta concisión, durante los cerca de 14.000 millones de años, que es la edad que se le atribuye a nuestro universo comprobable. Y la cosa acabaría ahí para Alfonso si hoy científicos de la talla de Mersini, Holman o Tegmark no te hablasen, como te hablan, de universos mas allá de nuestro universo, de multiversos, universos burbuja y dimensiones vibracionales. La Biblia en pasta, oye. La realidad de lo manifestado desborda cualquier imaginación
Moviola. Ante tal avalancha de datos y certezas, agobiado por tanta magnitud, tanta exactitud, orden, sostén y equilibrio a Alfonso, ya de madrugada y todavía insomne, no le queda otra alternativa que darle a la moviola. Así que desde el magno universo observable, en el que cada cosa parece estar su sitio, vuelve el todavía incrédulo Baños, pasico a pasico, dejando atrás galaxias, constelaciones, sistemas planetarios y demás especies hasta el balcón de su casa.
«La Naturaleza que nos rodea es obra de Dios».
Dados. Y a Alfonso después del viaje universal desde el balcón de su casa, ya no le parece esa afirmación tan exagerada ni impropia de un señor que ha sido ministro. Aunque solo fuera porque Pepe Bono, más creyente si cabe que Margallo, por ese rasero de Baños no hubiese pasado de ujier en el Congreso ni de cabo furrier en Defensa.
Albert Einstein aseguraba que Dios no juega a los dados y definía al Universo como una extraordinaria sinfonía en la que nada ni nadie desafina. En esa misma línea, Michio Kaku, uno de los físicos cuánticos más reputados de la actualidad y padre de la teoría de cuerdas, define a Dios como «maravilloso matemático» poseedor de una consciencia cósmica universal de la que todos y cada uno de nosotros formamos parte.
Así que Alfonso se fue a la cama pensando que quizá ciencia y fe caminan más cerca de lo que parece. Y que ser creyente no es de izquierdas ni de derechas. Es una opción personal. Hay que ver, oye, las cosas que consigue Margallo en una sola noche.
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