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En octubre de 1984 llegué a Nápoles como lector de español en el Istituto Tecnico commerciale Serra. Hacía solo unos meses que el presidente Corrado Ferlaino había comprado a Diego Armando Maradona, pasando este de la riqueza del Barcelona a la pobreza del Nápoles. Ochenta mil personas fueron a su presentación como jugador, pagando una entrada simbólica de cien liras. Todo eran expectativas para una ciudad que nunca había ganado el scudetto, con el estigma del sur que solo puede aspirar a mandar mano de obra barata al norte.
En una de sus plazas vi una pancarta estrecha y alargada que colgaba de una punta a otra, con el texto 'Maradona, eres la estrella que ilumina el Golfo de Nápoles'. Yo no podía olvidar los versos de Miguel de Cervantes «Nápoles la ilustre / que yo pisé sus rúas más de un año; de Italia gloria, y aun del mundo lustre, pues de cuantas ciudades él encierra, / ninguna puede haber que así le ilustre». Y Maradona había venido para devolverle parte de su lustre.
En 1987 el Napoli ganó su primera Liga y la tercera Copa de Italia. Durante aquellos años se codeó con los mejores equipos del norte. En 1988 y 1989 quedó segundo y ese último año el Napoli ganó la Copa de la UEFA. En 1990 ganó su segunda Liga y la Supercopa italiana. Al año siguiente, Maradona dejaba la ciudad para permanecer siempre en ella. Pues cuando paseas por sus calles, con él todavía vivo, encuentras camisetas impresas con los lemas: 'Quien ama, no olvida' con un gran 10 y el rostro de Diego, además de otras con '¡Antes muerto que de la Juventus!'. En la calles de los belenes, que serían la envidia de murcianos y belenistas por la gran cantidad de accesorios para el belén y por permanecer abiertas todo el año, en la zona de Via dei Tribunali, encontramos, aun hoy, su figura junto a la del Papa, san José, el niño Jesús.
En Nápoles es costumbre poner a los santos una aureola de neón, y poner altares por las calles, como el que vemos nosotros de la Virgen de los Peligros. Todavía recuerdo aquella pequeña pizzería tradicional, con dos grandes cuadros enmarcados en una de sus paredes, con su correspondiente halo de neón azul. En un lado la Virgen María, al otro, Maradona. Ambos con idénticas medidas y proporciones. Ambos arropados por igual devoción.
En septiembre de 1986, una joven napolitana, Cristina Sinagra, tuvo un hijo. Afirmaba que el padre era Maradona, pero este no lo reconoció como hijo legítimo hasta años más tarde obligado por la justicia italiana. Una multitud gritó enfurecida, pero no iba a casa del jugador para exigirle que cumpliera con sus obligaciones paternas, sino a la de la muchacha para decirle que dejara en paz al santo, y que lo de la criatura era un asunto privado suyo. Nada podía perturbar la vida del jugador más amado de todos los tiempos.
En aquel periodo comenzó a correrse el rumor de que el Nápoles no podía ganar el scudetto. La Camorra, la mala vida napolitana, había aceptado muchas apuestas clandestinas a favor de que el Nápoles vencía la Liga. Se contaba que los hinchas rompían sus apuestas con tal de ver ganar al equipo de sus entrañas. Entre la espada y la pared, la camorra habría tenido que decidir entre hacer los pagos o enemistarse con el pueblo de Nápoles. La leyenda se extendió a otros años. Era como si el Real Murcia de aquellos años en Primera División, hubiera aspirado a ganar la Liga y las apuestas clandestinas quisieran impedirlo.
Cada vez que voy a Nápoles, en la zona del centro, en via dei Tribunali, la zona típica que el turista busca, alejada de la zona señorial de Chiaia donde el napolitano toma el sol y recorre el paseo marítimo, me acerco a la capilla de Maradona. Es un pequeño bar, hay una pared con el Sacro cabello de Diego Armando Maradona, con la creación de Miguel Ángel, donde el rostro de Adán ha sido sustituido por el de Diego y una frase que dice: «La Creación del fútbol. Y Dios creó el fútbol, después llamó a Diego y le dijo 'Enséñalo'». Además de la portada del periódico argentino 'Olé' con el titular «Dios, dale otra mano» y la Virgen de Buenos Aires con el texto escrito a bolígrafo «Madonna de Buenos Aires, protégelo». También una copa con «Lágrimas de los napolitanos, año 1991». Abajo un cartel muestra en italiano, alemán, inglés y español, la mentalidad mitad burlona y mitad desafiante del napolitano: «¿Sacaste la foto? Bueno ahora tienes que tomarte un café? Atención. Si sacas la foto y no te tomas un café, tu máquina de fotos se te puede caer de la mano...¡entendiste!».
Socarronería de un pueblo que hizo a Maradona héroe en su pedestal, y a Diego, ángel caído, centro de su cariño y de su respeto, pues con sus goles devolvió una dignidad oculta en algún rincón de su compleja historia.
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