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En la sociedad actual la paciencia no suele ser uno de sus rasgos más característicos. Incómoda admitir retrasos, dilaciones, tanto como guardar colas o tolerar tardanzas pese a surgir por contingencias inesperadas sobrevenidas, entorpecedoras de la actividad organizada, dispuesta o programada. A la intranquilidad por ... la espera se suma nerviosismo, con descontento progresivo tendente a quejas, pendencias y altercados, en una cultura acostumbrada por razones de índole mercantil a exigencias y demandas, sin entrar en justificaciones. Prevalece y se reclama lo inmediato. Serían sin duda motivos, en este caso de atención inmediata, paradigma de lo que se requiere a los servicios de urgencias hospitalarios, áreas de urgencia habitualmente saturadas y desbordadas por una alta frecuentación, tensionadas de modo perenne entre la afluencia, por su propia naturaleza imprevisible e incontrolada, y su capacidad de respuesta forzoso es concreta y limitada. Un ambiente por soluciones inmediatas, indisoluble de su propia idiosincrasia, incorporado a su esencia desde el mismo instante de su implantación. Urgencias de actualidad por la reciente creación de una especialidad médica con rasgos distintivos propios. Ha sido esta una reivindicación largamente demandada por los profesionales a ella dedicados, para los que el diccionario se ve ante la tesitura de aceptar la denominación coloquial de urgenciólogos. Es uno de los pasos deseables en el empeño de remediar una utilización progresiva, creciente, exponencial y la dificultad estructural para satisfacerla con premisas de prontitud e inmediatez. Si bien no solo atañe al déficit de personal, precisados de un aumento del espacio que, de proseguir al ritmo actual, se tornaría infinito. Si bien su misión reside en solventar problemas de salud, en modo alguno responde tan solo a urgencias y emergencias médicas, al emplearla para sortear vericuetos administrativos a los que debe ajustarse el sistema sanitario para una deseable e imprescindible eficacia. Astucias con curiosos análisis sobre días, horas y acontecimientos públicos extrasanitarios condicionan su frecuentación, como entre otros su reducción los fines de semana con picos notables los lunes. O peculiaridades como el día de mercado o las retransmisiones televisivas de elevada audiencia.
No es posible bajo ningún punto de vista de gestión sanitaria ni económica ofertar, de manera simétrica, un aumento de medios y personal que se corresponda y crezca al mismo ritmo que lo hace la demanda. Esta nueva especialidad mitiga, pero no resuelve de inmediato las necesidades actuales, con el riesgo de arrostrar problemas añadidos. Al tratarse de una planificación a largo plazo, por los años necesarios de formación especializada, mermaría la disponibilidad futura de médicos de familia, en su mayoría los actuales especialistas de urgencias, al cortar la posibilidad actual de un flujo desde las urgencias a los centros de salud. Un quebranto sobre la medicina familiar cuando también se acaba de conocer el dato habitual de un considerable número de plazas desiertas en la convocatoria anual de médicos internos residentes.
Cabría insistir en una necesaria labor de pedagogía social, si bien influir y modelar comportamientos colectivos resulta complicado cuando no frustrante. La mera intención de introducir alguna medida correctora para regular la avalancha externa de demanda asistencial siempre ha despertado reticencias insalvables, con tímidas y descartadas propuestas que ningún sistema de gobierno ni de lejos se atrevería siquiera sugerir como solución. Como sucedió hace unos años con el 'informe Abril Martorell', un trabajo serio y riguroso sobre la sanidad pública, enfocado a la salvaguarda del futuro del sistema, en el que se sugería establecer algún mecanismo regulador por definir, discutir y consensuar. Pero aquí reluce en todo su esplendor lo del cascabel y el gato. Sometidos desde los más diversos altavoces y medios de información al estrecho concepto de los míos y los otros, la cerrazón de posturas sobre cualquier asunto que se trate ha impedido abordar este problema desde un diálogo civilizado, sereno sin crispaciones. Así que la bola de nieve rueda imparable... y ya se verá por dónde salimos.
Un empeño para solucionar esta esencial labor sanitaria en ambas direcciones, desde la opinión pública como desde la administración sanitaria, al unísono, indisolubles en este apartado. Sin considerar que esta actividad es algo guay para todos. Más bien remite al sentido etimológico medieval de este término coloquial, en un cambio radical cuando gozaba de un sustantivo propio como guaya. Según el Diccionario de Autoridades, 'hacer la guaya' es una queja constante e interesada con la que se quería lograr algo, como implorar y ponderar excesivamente y con demasía las miserias y trabajos que se padecen, como hacen los tunantes, que, fingiendo enfermedades y necesidad extrema, quitan la limosna a los necesitados. Por la administración sin desvestir santos para vestir a otros con nuevos ropajes.
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