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Por exigencias de patrocinio televisivo se ha impuesto la disputa de los partidos de fútbol de la división de honor en horarios insólitos, desterrada la costumbre de competir las tardes de domingo. De esas jornadas dominicales quedan entrañables imágenes sonoras –valga el oxímoron– sobre las ... incidencias del juego en las conexiones de radio por los distintos campos de fútbol. Del material radiofónico ha hecho fortuna, incorporada al acervo popular, una frase feliz. Aquella de cuando excitados locutores reclamaban la atención con lo de ¡peligro en Los Cármenes! (o si se prefiere en ¡Las Gaunas!, que también vale). Ahora es una simpática manera de advertir durante una conversación amigable acerca de una contingencia inminente, que puede revestir cierto carácter imprevisible, por desafortunado.
Salvando distancias, sería un modo de alertar sobre la costumbre de realizar ejercicios físicos intensos, cuando la temperatura del ambiente es elevada, como sucede en la citada incongruente programación horaria de los encuentros. Sería esta una recomendación extensible al desempeño de cualquier actividad física, por las posibles consecuencias negativas sobre el normal funcionamiento del cuerpo humano, expuesto sin necesidad a unas tensiones innecesarias. Cierto es que el estrés por calor, en los deportistas de élite, es infrecuente gracias a su aclimatación, pero el peligro al que exponen su organismo no es desdeñable por la gravedad que puede alcanzar. No digamos en el simple aficionado al deporte. Con todo, lo más destacable de esta cuestión es el ejemplo negativo que destilan competiciones tan populares de destacada influencia sobre hábitos y costumbres de un amplio sector de la población. Al menos, las instancias oficiales del deporte algo podrían aportar a la cuestión. Con semejantes exhibiciones presididas por el calor, palidecen recurrentes consejos de salud bienintencionados en lugares como el nuestro, con temperaturas altas durante buena parte del año. Mas si la humedad del aire está elevada, con el resultado de un pernicioso modelo educativo.
Pero no solo de solaz y deporte vivimos. El calor durante periodos prolongados diarios repercute del mismo modo en toda clase de trabajadores que desarrollan su actividad en estas condiciones, afecta a su rendimiento y disminuye su capacidad física como, por lógica, disminuye su capacidad de rendimiento. Como influye en tareas que requieren funciones cognitivas de mayor complejidad si se desempeñan en entornos calurosos. Ante este panorama, cada vez más acusado, con la finalidad de proteger a este importante colectivo de trabajadores se promulgaron la semana pasada medidas legales tendentes a reducir el riesgo. Con recomendaciones de sentido común.
La temperatura central del cuerpo está controlada por un termostato eficaz y sensible localizado en el cerebro, ajustado alrededor de los 37 grados centígrados. Cuando aumenta el calor corporal se activan mecanismos para eliminarlo, aumentando la circulación de la sangre por la piel y la sudoración. De este modo hay una evaporación eficaz, con pérdida de agua y sales minerales. Medidas que fracasan de no poder transferir este exceso térmico hacia el ambiente, claudica la sudoración, la piel se torna caliente y seca y aparecen complicaciones como calambres y agotamiento físico, que culminan en un fracaso orgánico, el golpe de calor. Grave situación que altera la conciencia, produce confusión mental y comportamiento alterado. En estas circunstancias es necesario protegerse escogiendo lugares frescos y de sombra, enfriar el cuerpo rociándolo con agua, con esponjas, o en una bañera de agua fría. Antes de llegar a tales extremos cabe implementar consejos genéricos, como evitar exposiciones prolongadas durante las horas de máximo calor –las centrales del día– con pausas frecuentes de hidratación y alternar periodos de descanso a la sombra. Como resguardarse con ropa larga ligera y transpirable, sombrillas, gafas de sol y sombrero, con una hidratación activa. Del mismo modo que cabe equipar con toldos protectores calles transitadas, facilitar áreas de descanso con sombra, fuentes de agua para beber y favorecer un arbolado que minimice los efectos de la isla de calor en el interior de las ciudades. Sombras nada más. Y nada menos. Tan apetecibles en entornos con sol inclemente, secos y áridos. Anhelantes de reposar en esa umbría tan deseable de los lugares amenos, pócima en la que refrescar el cuerpo y serenar el espíritu. Como señala Berceo en 'Los Milagros de Nuestra Señora', «las sombras de los árboles de templados sabores/refrescáronme todo, y perdí los sudores...».
La creciente volubilidad climática, con fenómenos meteorológicos extremos e inusuales, altera también el ánimo. Incluso con ecoansiedad, por imaginar desastrosas consecuencias sobre los sistemas biológicos, la sociedad y la economía. Pero la realidad está ahí afuera, en la simple percepción cotidiana. Ojalá pudiéramos vislumbrar frecuentes negros nubarrones, pero como heraldos de la salvífica lluvia y no como signos de angustia.
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