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De nuevo rueda el balón. En realidad apenas se había detenido estos meses, pródigos en competiciones, con el colofón de partidos de pretemporada. Torneos futbolísticos veraniegos con inusitado esplendor hasta no hace tanto, diseminados por toda la geografía: Carranza, Teresa Herrera, Naranja, De la galleta… ... Ahora el mercado traslada nuestros ilustres equipos a lejanos parajes y que siga la recaudación. O la debacle económica que de todo hay. Reenganchados pues a los partidos domésticos y europeos con una oferta casi diaria, descomunal.
En este espectáculo participan personajes singulares, los comentaristas, locutores con su jerga peculiar e inefables comentarios, con apostillas y observaciones miméticas, reiteradas de acuerdo a modas retóricas imperantes. Ya arraigado ese vociferar gol hasta la extenuación, con serio compromiso de laringe y cuerdas vocales, se imponen digresiones trufadas de disposiciones tácticas. Encimar, al contrario, ocupar espacios, pases filtrados, rombos y cuadrados, bloques alto, medio y bajo dispuestos sobre el césped con rigidez pretoriana por entrenadores poco proclives a la imaginación, cuando el alarde individual determina la plástica y belleza y, casi siempre, invariable, salvo contingencias inesperadas, el resultado del partido. Suelen ganar los buenos. Un juego, el fútbol, donde el azar, lo imprevisto, la espontaneidad es esencial en su objetivo de distraer, divertir, alegrar, deleitar.
La narración durante noventa minutos se aferra a figuras retóricas con profusión de sinécdoques, como el color de las camisetas, cualidad material sentida por los aficionados con emoción irrefrenable. Con ellas se identifican blancos, azulgranas, rojiblancos, arlequinados, blanquiazules y blanquinegros o pimentoneros, extensible a las selecciones nacionales 'Les bleus', 'azurri', la selección 'Orange' o 'La Roja'. Y 'La Rojita' para no desentonar. Lenguaje al alcance de iniciados en la materia. Extensible en contexto deportivo olímpico reciente, a curiosas metáforas sobre determinados equipos. De Las Guerreras, léase equipo de balonmano femenino, a La Familia por el baloncesto masculino. O loando las gestas de Los Hispanos. Nada que ver aguerridos personajes en la época romana, ni con los habitantes de Hispania. Con la correspondiente ración de anglicismo referida a la selección de hockey como los 'redsticks'. La cosa promete.
En una apreciada pausa ante tanta retransmisión deportiva nos deleitamos con la palabra escrita del gran Richard Ford con su última gran novela, 'Sé mía'. En ella reaparece Frank Bascombe, el protagonista de su primera obra, 'El periodista deportivo', y su posterior saga, 'El día de la independencia' y 'Acción de gracias'. Un prototipo del americano corriente del que se recrean episodios biográficos, felices y desgraciados, tras dos divorcios, cambios de trabajo y la muerte de un hijo. En su trayectoria a lo largo de los años ha transitado por las convulsiones cambiantes de la sociedad norteamericana, el 11 de septiembre, el auge del trumpismo... Sus descripciones se suceden en un escenario de inequívoca estampa, prototipo del paisaje norteamericano plagado de autopistas, moteles, gasolineras, centros comerciales… En una evolución trascendente con un brusco giro, al pasar de periodista deportivo a dedicarse a la venta inmobiliaria y ejercer diversos trabajos. Ahora, con 74 años, encara la recta de final de su vida, de nuevo sacudido por el infortunio al enfermar su hijo con una esclerosis lateral amiotrófica. En sus reflexiones, desde la atalaya de la madurez, repasa sus alegrías y tristezas, considerando con serenidad que entre el optimismo y la desgracia se desarrolla cualquier existencia. Para mitigar en lo posible el sufrimiento filial y evitar caer en la autocompasión emprende un largo viaje en la novela. Trata con su compañía evitarle el lógico desánimo, con su apoyo decidido y se aferra a conformarse con las pequeñas cotas de felicidad cotidiana. Impacto emocional y físico de una enfermedad neurológica que depara una parálisis progresiva de los músculos, marcada por complicaciones que jalonan su evolución, con la conciencia despierta. Con un enorme peaje de angustia, la dependencia con los cuidados de apoyo material como afectivo son esenciales. Como el que depara la descorazonadora pérdida de la capacidad de comunicarse mediante el habla, circunstancia que ha conocido un rayo esperanzador actual -casi de ciencia ficción- al hacer posible recuperar la voz un enfermo al que se ha implantado una neuroprótesis con sensores cerebrales.
Caben las variaciones emocionales, fútiles, en acontecimientos deportivos, fluctuante el estado de ánimo, por los caprichos del azar con euforia o decepción por los resultados. Pero en definitiva, un espectáculo, un juego, sin parangón con los embates de la vida con la ruptura biográfica al irrumpir una enfermedad. En una entrevista reciente, Ford se considera escéptico, de ningún modo cínico. Afirma que no es infeliz porque le preocupan las cosas que se pueden cambiar, quizás justamente porque entre la luz y la oscuridad es donde se sitúa la vida.
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