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Hablar de redes sociales y su impacto generalizado en las relaciones personales, por reiterado y rutinario, resultaría cansino. Sin embargo, sin cesar, en sus contenidos despuntan nuevos derroteros sobre los que focalizar la atención. Tan poderoso altavoz es un instrumento inigualable, con su empleo apropiado, ... para difundir noticias como destilar conocimiento al alcance de una inmensa mayoría. Si bien ningún grupo de edad puede resistir su poderoso influjo su impacto es significativo sobre la adolescencia, dado su potencial para modelar y modular comportamientos generales. Es una etapa vital del desarrollo de la personalidad y el carácter en la que preconizar la norma kantiana, cuando la razón no debe ordenarse según las cosas, si no ellas de acuerdo con la razón. Resulta un flaco favor, formativo, la inflación de mensajes sin control en los que se pregonan ocurrencias de todo tipo, reprobables e incalificables. O, en tono menor cuando menos sorprendentes que dejan en mantillas una capacidad de asombro se supone de sobras colmatada.
Contribuye al pasmo la actual tendencia preconizada por algunos hacedores de influencias destacados en estas redes, para compartir una cuestión tan íntima y personal como el estado de ánimo. Ya sea de tintes optimistas, felicidad, alegría u orgullo, como connotaciones negativas, congoja, tristeza, preocupación o desánimo. Situaciones afectivas que, en condiciones individuales para hacer partícipes a quienes gozan de nuestra confianza ya se trate de familiares, amigos o compañeros, podría ser justificable. Razonable. Cuestión distinta es la difusión generalizada en concreto sobre aspectos adversos del sentir, con el propósito de suscitar compasión entre la audiencia, en una corriente conocida con el término inglés de 'sadfishing'. Es una perversa manipulación en la que se ha comprobado en ocasiones que subyacen sin pudor intenciones comerciales ocultas. En esta puesta en escena de aflicción ante un desconsuelo personal resalta el llanto.
El poder de conmover de las lágrimas es incuestionable, una emoción que reconoce a la persona como humana, sensible, capaz de enternecerse y expresar sentimientos de congoja ante una situación desventurada. Con exhibiciones impúdicas se banaliza aquello que de íntimo, personal y sensible atesora cada cual. En esta muestra pública de desconsuelo expresada con sollozos y gemidos irrefrenables es habitual derramar lágrimas en homenajes, reconocimientos, despedidas, jubilaciones... Un llanto que surge incontenible de las honduras del espíritu, incapaces para manifestar con palabras los sentimientos que nos embargan, una prueba dominada por el instinto e irrefrenable de controlar por medios racionales. Lágrimas frecuentes en personajes de pública notoriedad, infructuosos para poder reprimir a voluntad sollozos y gimoteos en su retirada de los escenarios en los que han logrado notoriedad.
En su aspecto de pura fisiología, la función de las lágrimas reside en humidificar la córnea para facilitar la visión. Compuestas por una rica variedad de sustancias y elementos químicos, en las que resulta interesantísimo conocer –con sorpresa, incluso admiración– la diferente composición bioquímica entre las lágrimas vertidas en situaciones emocionales, en este caso ricas en hormonas y proteínas, diferente de las basales que se desencadenan como consecuencia de sufrir un dolor físico, o incluso de las que se forman al entrar en contacto la mucosa ocular con sustancias irritantes. Como también enigmáticos y por el momento indescifrables son los mecanismos por los cuales este llanto cesa una vez iniciado. Otra incógnita en ese vasto universo por comprender por el que estructuras y compuestos materiales, agua y sustancias bioquímicas varias, moduladas por células hormonas y enzimas, expresan emociones humanas.
En este peculiar universo plañidero se establece una respuesta física material inducida como respuesta a una panoplia de emociones de carácter incluso contradictorio. Lloramos de pena como de alegría, ante buenas como malas noticias, en los encuentros y en las despedidas, en los nacimientos y en las muertes, en los triunfos y en los fracasos. Se apunta a una probable función depurativa –engarzada en la clásica teoría de los humores sostenida buena parte de la historia de la medicina– para mantener el equilibrio en el cuerpo, gracias a la eliminación de productos de deshecho como la orina, las heces, la saliva o el sudor. Como del mismo tenor con función catártica para ajustar los perfiles de un fluctuante mundo anímico.
Con el acto de llorar por intereses espurios mal vamos en esta deriva de las redes sociales. Una frivolidad para captar la atención sobre la pena para atender las súplicas ajenas. Como señala San Agustín en sus 'Confesiones', «sobre las cosas de la vida, cuanto más lloramos por ellas, menos merecen nuestras lágrimas, y cuanto menos lágrimas derramándose por ellas, más deberíamos penar por alcanzarlas». Llanto por dolor y tristeza como de alegría, muestran la intimidad, la humanidad de la persona.
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