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A lo largo de la historia, los arquetipos de la mitología olímpica han acuñado, moldeado y reproducido con sus metáforas las circunstancias contingentes del alma en la cultura occidental. Así nos habla de Ananké la diosa del azar, de esa realidad ineludible con la que ... convivimos a diario, caprichosa en sus designios como testigos inocentes, presos de fuerzas invisibles de una realidad inevitable que gobierna a su antojo el destino individual. En ese azaroso e imprevisible devenir vital, junto a ella, de la mano, camina Ellis, la diosa representativa de la esperanza como contrapeso en esa posibilidad cierta de poder alterar el curso de los acontecimientos y torcer un rumbo que en ocasiones parece de manera irremisible desfavorable. Una dualidad aplicable siempre al contexto de la presencia de una enfermedad que cambia sobremanera el curso de toda trayectoria vital, patente cuando se diagnostica un cáncer, con la incertidumbre, el desasosiego ante lo desconocido y el temor al dolor y el sufrimiento, como en cualquier situación sobre la que la conciencia colectiva conjetura no se atisban soluciones favorables. Como ha sucedido en la percepción colectiva sobre este padecimiento en las últimas décadas.
El impacto anímico, con su sola mención, sin más, desencadena sensaciones pesimistas, al sumarse a la negación inicial, estupor e incredulidad con el temor, vacilación y desconcierto ante lo fortuito del destino. Es parte de un arraigado acervo cultural al identificar esta enfermedad como la sublimación del mal por antonomasia, con sus peajes asociados de dolor, sufrimiento y desconsuelo. No obstante, en la actualidad resulta en muchas circunstancias por fortuna –si bien aún lejos de un optimismo equívoco que no es lo mismo que la esperanza, sin datos ciertos a los que aferrarse– equívoca esa percepción de infortunio sin considerar los matices, al agruparse bajo esta denominación decenas de procesos distintos en su evolución, pronóstico y capacidad de respuesta a los tratamientos por completo nada equiparables.
Cada día lentos, pero en sentido positivo, adelante, se hacen realidad nuevos avances como la reciente inclusión de tratamientos personalizados, la ingeniería genética o la inmunoterapia, a sumar a los cada vez más precisos tratamientos con cirugía, quimioterapia y radioterapia. Logros en los que se atisban ya soluciones impresionantes como las vacunas eficaces, lo que supondría una solución milagrosa para yugular la enfermedad cancerosa. El azar ciego y la esperanza unidas. Datos eficaces como en el esencial proceso de prevenir cualquier enfermedad ha sido la extensión en todas las áreas de salud del cribado del cáncer de colon en nuestra comunidad autónoma.
En esta enfermedad empero no lo son todas las soluciones sanitarias adecuadas, sensatas, sin crear falsas expectativas. Es imperativo generar confianza y alentar con amparo cuando sobrevienen negros presagios, labor que desempeñan con solvencia encomiable quienes la tratan y quienes de manera altruista favorecen a los enfermos como los voluntarios de la Asociación contra el Cáncer de Murcia, unidos en un fin compartido ciencia y una mano amiga, un hombro en el que apoyarse, fiando en la perspectiva de curación tras una ardua travesía, con paciencia y perseverantes para encarar la situación con un espíritu constructivo. Esa es la actitud de los integrantes de esas redes inmateriales, esforzados en mejorar las condiciones espirituales como materiales en coyunturas adversas cuando es fácil ser presas de la desmoralización. Como cada año, para conmemorar la jornada del 4 de febrero, Día Mundial del Cáncer, ese apoyo social se ha materializado en brazaletes de color verde. Color asociado indisoluble con la esperanza, virtud esencial entre los sentimientos humanos, en una iniciativa con amplia repercusión al haberse hecho eco multitud de entidades sociales como deportivas, como los lazos colocados en estatuas céntricas representativas, repartidas a lo largo de los pueblos de nuestra comunidad. Un mensaje transmitido por una imagen para condensar el caudal de emociones y sentimientos capaces de plasmar en un icono simple.
En esa mitología apuntada, al sino inevitable de la cruda realidad se opone el coraje para afrontar el problema con dignidad. En una función de apoyo y solidaridad, una fuerza de soporte crucial que, como contrapartida revierte en satisfacción personal en voluntarios y personas anónimas. Es una manera de felicidad trabajar por insuflar ánimos al espíritu de quienes padecen la perspectiva de la inseguridad de la enfermedad. Como otro ejemplo mitológico desprendido de esa fuente de enseñanza señalar que, entre los dioses olímpicos, la esperanza se representaba con el bello rostro de una mujer, mirando hacia el cielo, con el arco de la vida presente, sin romperse, sentada en el brocal de un pozo, mientras junto a ella, siempre estaba acompañada por otra deidad, el amor, enlazadas en otro rasgo de simbolismo esencial.
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