Malcriadas y borrachas
MAPAS SIN MUNDO ·
El machismo considera a la mujer, en cualquier situación, como una figura bajo sospecha que solo busca la ruina del género masculinoSecciones
Servicios
Destacamos
MAPAS SIN MUNDO ·
El machismo considera a la mujer, en cualquier situación, como una figura bajo sospecha que solo busca la ruina del género masculinoLa presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, afirmó, en uno de sus furibundos arrebatos antifeministas, que las mujeres no querían ser «malcriadas que aspiran a ... llegar solas y borrachas a sus casas». Sí, lo dijo. Lo escuché de sus propios labios. Y no era una doble de la lideresa madrileña, ni parecía ser víctima de uno de esos ladrones de cuerpos que mostraba Don Siegel en su clásico de 1956. La oposición irracional a todo lo que tenga que ver con el feminismo conduce a algunos representantes políticos a caer en un patetismo ante el que no sabes si reaccionar con conmiseración o con rabia. Por lo pronto, la defensora impenitente de los bares ha excluido a la mitad de la población de su disfrute: solo la sociedad masculina tiene la posibilidad de beber y pillarse una cogorza. Las mujeres, sin embargo, deben ser abstemias y practicar la contención. No les está permitido gozar de la vida ni mucho menos incurrir en ningún tipo de exceso. Y, en este sentido, lo que traslucen las disparatadas palabras de Díaz Ayuso son los roles y arquetipos más restrictivos que históricamente se han reservado a la mujer.
Efectivamente, durante la década de los 60, algunas de las más conspicuas activistas feministas lucharon duramente, y desde diferentes campos, para garantizar el derecho al placer de la mujer. La sexualidad femenina ha sido objeto destacado de representación a lo largo de la historia del arte. La cultura visual occidental es prolija en representaciones de desnudos femeninos, en los que el cuerpo de la mujer sirve para la delectación de la mirada patriarcal. Pero, en el momento en el que la mujer tomó conciencia de su condición de sujeto y quiso mostrar sus genitales, fue acusada de incurrir en un comportamiento obsceno y de enajenado. La historia nos indica que la sexualidad de la mujer solo puede ser gestionada por los hombres. Cualquier intento de aquella por disfrutar públicamente de su propio cuerpo es de inmediato penalizado bajo todo tipo de juicios morales.
La artista Carolee Schneemann llegó a aseverar: «Mi genital es mi alma». Su labor –como la de tantas otras mujeres– fue la de trabajar para que el sujeto femenino dejara de sentir culpa por sentir placer. Que una mujer disfrute de la vida –de su cuerpo, de su sexualidad, de beber en un bar– es un síntoma de salud, y no un pecado o una transgresión moral. Que, después de tantas décadas de activismo a favor de los derechos de la mujer, llegue una recalcitrante reaccionaria como Díaz Ayuso para ensuciar la imagen de cualquier mujer que desee emborracharse, me parece de una bajeza humana incalificable. Es más, no solo llama «malcriadas» a todas aquellas mujeres que deciden beber cuando y cuanto les da la gana, sino, igualmente, a las que tienen el atrevimiento de caminar solas por las calles sin que las intimiden o las violen.
Aunque parezca mentira, la ultraderecha y determinados sectores de la derecha nos han devuelto a un marco de debate propio de hace 50 o 60 años. No nos corresponde debatir ahora sobre cuestiones que deberían formar parte de una carta elemental de derechos. Hasta el más infatigable fascista debería tener claro que una mujer ha de poder llegar sola a su casa sin que una manada de depravados abuse sexualmente de ella. Aunque, quizás, pedimos demasiado. Porque, para los sectores más ultras de la sociedad, el rol que hay que reservar para la mujer contemporánea no es otro que el de pudorosa ama de casa que no salga a la calle sin su hombre. Además –ya se sabe–, todas las mujeres son descendientes de Lilith, quien robaba nocturnamente semen a los hombres para procrear y dar descendencia a las fuerzas del mal. El machismo considera a la mujer, en cualquier situación, como una figura bajo sospecha que solo busca la ruina del género masculino. Pensemos, por ejemplo, en la moción que esta semana presentó Vox en el Ayuntamiento de Murcia para exigir la dimensión de la concejala de Igualdad, Teresa Franco. El partido de ultraderecha considera que la edil está 'incapacitada' para ejercer en el consistorio tras la sentencia absolutoria para el capitán al que ella denunció por acoso laboral. Difícilmente puede haber en una estrategia política mayor condensación de estereotipos y de violencia machista. De un lado, el ejército –símbolo y garante, desde la óptica de la ultraderecha, del orden social y patriarcal–; de otro, la mujer –pecadora a priori, que solo busca la subversión del 'statu quo' mediante la búsqueda de la justicia y de la igualdad–.
Para Vox, el feminismo es un movimiento satánico en tanto en cuanto persigue igualar en derechos a hombres y mujeres y, por ende, eliminar la «sociedad del orden» impuesta por el patriarcado. Desde su visión paranoica, cualquier derecho obtenido por la mujer constituye un engaño al que ha sido sometido el hombre. Y eso es, exactamente, de lo que la ultraderecha acusa a Teresa Franco: de haber querido engañar –por su simple condición de mujer– a un desvalido hombre. Nadie en su sano juicio daría el más mínimo crédito a tales argumentos, pero la distopía en la que vivimos se caracteriza por un apoyo social importante a las políticas del odio y de la barbarie. Ser ultra y antidemocrático, denigrar a la mujer, complacerse en actitudes LGTBIfóbicas, está de moda. Discursos como los de Vox y Díaz Ayuso ponen en riesgo nuestro sistema de convivencia. Y, lejos de reaccionar, la sociedad languidece en su deriva hacia la destrucción.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Premios a las mejores campañas publicitarias de España
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.