La mala educación
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
En muchos casos, los padres no resultan una ayuda para el proceso educativo, sino más bien la gasolina que aviva el fuegoSecciones
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APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
En muchos casos, los padres no resultan una ayuda para el proceso educativo, sino más bien la gasolina que aviva el fuegoParte de guerra de la semana: «Un niño acude a su centro educativo con una pistola». Meses atrás, en otro instituto de Murcia, un docente ... es herido a navajazos, al más puro estilo cosaco. Sigamos. En Valencia, un profesor es agredido a causa de su orientación sexual. En Toledo, un padre agrede brutalmente a un educador social y a dos profesoras. Un poco más. En Andalucía hay institutos donde los docentes deberían llevar escolta. Las hemerotecas crecen, como las leyes educativas, y en Roma ya no es fácil distinguir al bárbaro del senador.
Todos han puesto de su parte. Un edificio no se derrumba solo. Necesita del esfuerzo comunitario. Por qué no decirlo claramente: unos de los mayores culpables del fracaso de la educación son los padres. Dirán que suena elitista y probablemente lo sea. Pero la educación empieza en casa. El discernimiento entre el bien y el mal, los límites, la cultura de enseñar la posibilidad del fracaso y el esfuerzo como modelo a seguir son cuestiones que se van madurando poco a poco desde la más tierna infancia. Hoy en día esos valores se han volatilizado. Muchos padres sustituyen la educación de sus hijos por realidades paralelas, por largas sesiones de psicólogos infantiles, por pantallas de móvil, y se creen que sus hijos son autónomos en una edad tan crucial como presta al error. Consideran que los institutos deberían enseñar modales, pautas de comportamiento y normas de convivencia antes que la tabla periódica, las personas del verbo o las ecuaciones. Y ahí enseña el diablo sus cuernos.
Muchos padres se sienten perdidos ante unos hijos que ya no pueden dominar. Han tiranizado sus vidas. Los niños se convierten en amos de sus casas, en seres malcriados incapaces de escuchar una negativa. Cuando la vida los pone en su sitio (una mala calificación o una reprimenda), no saben encajar el fracaso. En muchos casos, los padres no resultan una ayuda para el proceso educativo, sino más bien la gasolina que aviva el fuego. Dicen que todo está en la emotividad, que somos frágiles y que la lacra se combate con comprensión y con empatía. La realidad es que los centros educativos se han convertido en sumideros de malas formas, que los docentes han asumido prácticas vejatorias en su día a día y que lo de menos ya es el conocimiento que cada uno sea capaz de recoger.
Hay un caso paradigmático. Pensemos en un alumno de 16 años. Por norma general, tiene enormes dificultades de comprensión lectora. Las nuevas tendencias que se imponen en primaria premian «el diálogo» a la lectura. «Al niño hay que dejarlo expresarse, que fluya su pensamiento porque siempre hay tiempo para enseñarlo a leer». Pero la realidad es más ardua. La mayoría de alumnos consideran los libros un obstáculo, y no por la temática o el peso de sus páginas. He escuchado estos días la falacia de que desde los institutos se obliga a leer 'La Celestina' o 'El Quijote' en frío. En la mayoría de centros los libros circulan como el estraperlo en tiempos de guerra, escondidos y escasos. Y del papel ni hablamos. La pobreza social permite tener el último iPhone pero no un ejemplar de 'El camino'.
La puntilla, como siempre en estos casos, la facilita el Gobierno. Entre 'los hunos y los otros', llevamos más de 40 años de leyes educativas que empeoran la realidad, que embrutecen las aulas y hacen ignorantes al alumno. En esta última creación, la Lomloe, se aboga por sustituir las notas numéricas, por suprimir los exámenes de recuperación, por quitar el límite de suspensos para repetir o titular al final de la ESO. Asignaturas como la Filosofía desaparecen de la enseñanza obligatoria en pos de otras como Formación y Orientación Personal. Las materias adelgazan. A las Matemáticas les quitan los logaritmos y les añaden la afectividad. En Lengua hieren de muerte a la sintaxis y la literatura. Pero la peor parte se la lleva Historia, al suprimir su enseñanza cronológica por otra transversal. Los alumnos no tendrán por qué estudiar la Conquista de América (por fascista 'avant la lettre', supongo) pero sí «la desigualdad social de género 'in illo tempore'».
Se persigue el esfuerzo. Se acorrala el mérito y así abrazamos la mediocridad. La moda es enseñar valores en lugar de conocimiento. ¿Pero qué valores? Esa sustitución es el óleo sobre lienzo de nuestro fracaso como sociedad. Creernos que la sabiduría está ahí, a nuestra mano, que no hay que conquistarla en los libros. El problema está en pensar que Google es una solución, un sustituto, y no un herramienta en la que apoyarse. A todo ello sumamos una inspección educativa que no facilita el trabajo, que no ayuda o aconseja, sino que fiscaliza y busca el error, que trata a los alumnos como una cifra y a los profesores como un obstáculo para alcanzarla. La educación muere con la condescendencia del profesorado, cada vez menos preparado, menos ambicioso y menos reivindicativo. Con el veneno de los pedagogos y su empatía. Y si pregunta por los sindicatos, vuelva usted mañana, si mañana aún quedan romanos.
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