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Madre vicaria

EL DÉCIMO DENTISTA ·

Viernes, 17 de julio 2020, 02:17

Durante el siglo pasado, se planteó que una sociedad postmoderna desarraigada que abordara su construcción social debía romper el vínculo familiar y maternal. El psicólogo conductista B.F. Skinner propuso en 'Walden Dos' que la ingeniería social científica precisaba derrumbar las relaciones familiares para alcanzar su sociedad de laboratorio. A. Huxley desgranó en su distópico y desarraigado 'Mundo Feliz' la necesidad de erradicar las relaciones maternofiliales, consideradas fuente de insatisfacción, para construir un Estado de felicidad artificial. M. Atwood describió en 'El cuento de la criada' un totalitarismo distópico que, ante una crisis de fertilidad, otorgaría roles funcionales y burocratizaría la gestación maternal borrando su vínculo. Pero, así como el eco del Big Bang se sigue percibiendo en el universo, la experiencia atávica maternal resuena en lo humano y pervive en la entrega y acogida desde lo más profundo.

El dominio del fuego permitió a la humanidad conquistar un espacio frente a la intemperie. Pero fue el hábito de su cuidado donde lo humano compareció para transformarlo en tierra habitable, en hogar, y así propiciar relatos para guarecernos, interpretar el mundo y comprendernos. Ese hogar, tierra de entrega y acogida, recoge el mapa de coordenadas donde reconocernos y reencontrarnos para seguir caminando. Quizá por eso, en diversas civilizaciones, la tierra es madre y, además, en momentos oscuros nos acordemos de ellas. Nuestras madres nos dieron la luz y son garantes de ese espacio de acogida en medio de la oscuridad.

Pero la maternidad no se limita a la sangre. Desde que llegué a Murcia, tuve la suerte de ser acogido por una madre que con su luz y capacidad de entrega desinteresada ayudó a cicatrizar mis heridas del camino. Una madre suplente, una madre vicaria. Quienes la conocimos damos fe de su generosidad. Procuraba que sus propias heridas no ensombreciesen la luz para acoger a familiares, amigos, compañeros y a quien necesitara ser escuchado. Creó hogares por donde pasó. Su profesión sanitaria le llevó a trabajar en la UCI y después en el SAU del Centro de Especialidades de San Andrés. No podía evitarlo, siempre accesible extendía su maternal entrega. En la Comunidad cristiana Fontanar, fue madre para todos poniéndose siempre al servicio. Para su familia fue alegría y demostración de que tras las heridas siempre había una luz que te acoge, por la que luchar y mantener vivo ese hogar. Para todos, y en especial, para sus hijos fue mapa de coordenadas donde reconocerse y reencontrarse para seguir caminando. Hoy descansa en paz, en una madre tierra que la acogió demasiado pronto, pero tras una intensa vida dando fruto, incluso donando sus órganos. Para no perdernos en un futuro, frente a teorías postmodernas de ingeniería social, reivindico lo humano, reivindico más madres vicarias.

In memoriam Fuensanta Alcaraz González.

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