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Lucharemos en las playas... contra la Covid-19

Más que ante una segunda ola, estamos ante un resurgimiento de la primera, que nunca se fue del todo

Martes, 11 de agosto 2020, 02:48

¿Una segunda ola? Las palabras son importantes. Modelan nuestras creencias y percepciones. Eminentes epidemiólogos británicos otorgaron el calificativo de estrategia de 'supresión' al confinamiento. Supresión sugiere aniquilación, esterilización de la capacidad infecciosa del coronavirus. No es 'contención', ni siquiera 'mitigación'… es 'supresión'. Pero el virus no ha sido esterilizado y el análisis de los miles de genomas de los diferentes linajes de lo que se conoció como coronavirus de Wuhan tampoco revela un debilitamiento de su potencial nocivo. Nunca ha habido evidencia concluyente de que la llegada del calor fuera a inhibir por completo al virus, ni tampoco de que fuera a tener un comportamiento estacional, como la gripe común. Más que ante una segunda ola, estamos ante un resurgimiento de la primera, que nunca se fue del todo, con cientos de brotes activos que abarcan la totalidad de las 17 comunidades autónomas. El riesgo de que rebrotase la pandemia en nuestro país, una vez relajadas las restricciones a la movilidad impuestas por el estado de alarma, siempre ha estado ahí, no en un difuso horizonte otoñal.

Distanciamiento social, responsabilidad individual y salud pública. El coronavirus necesita de un huésped para transmitirse, por eso el confinamiento fue tan efectivo. Si no hay contacto social no hay posibilidad de transmisión. Una vez devueltos a una 'nueva normalidad' se restaura el contacto, la exposición... el riesgo de nuevos brotes. La expresión, pese a causar un rechazo instintivo por conciliar opuestos aparentemente irreconciliables -¿cómo va a ser 'nueva' la normalidad?- está bien escogida: la 'nueva normalidad' es normalidad con transmisión y, por tanto, con rebrotes. Y los rebrotes se producen principalmente en el ámbito social (un 34%), fundamentalmente en los locales de ocio (casi la mitad de todos los casos vinculados a actividades sociales), seguido por aquellos producidos en las reuniones familiares y fiestas particulares (1/3 del total de casos derivados de la socialización). Por esta circunstancia creo que es desacertado reemplazar la expresión distanciamiento 'social' por distanciamiento 'físico'. Lo nuevo de la 'nueva normalidad' es precisamente que hemos de distanciarnos socialmente hablando. Y esto comporta una combinación de responsabilidad individual (la renuncia a celebrar una boda, a comer juntos los amigos, a hacer un botellón en un descampado) y de acción pública coherente. No hay ejército de rastreadores que pueda evitar la propagación del virus con los locales de ocio abiertos como si la pandemia fuese ya cosa del pasado. El problema que origina el contagio en los locales de ocio es que resulta extraordinariamente difícil reconstruir la cadena de contactos. Esa es la principal diferencia con respecto a otros ámbitos de exposición. Por eso, la coherencia pública pasa por trasladarle a la ciudadanía que los problemas no son los brotes, sino no llegar a identificarlos. Y para ello se requiere de una mayor capacidad de rastreo (el número mediano de contactos identificados por caso de Covid confirmado es de 3 en España, de 4 en la Región de Murcia, cuando el número medio de contactos por caso se ha llegado a estimar en 36; fuente: 'The Lancet', 6 de marzo de 2020), así como de la prohibición (como se ha hecho en Murcia) del ocio nocturno en el interior de los locales.

Comunicación pública eficaz. La omisión de la distancia social es un reflejo de instintos sumamente arraigados en la especie humana. Esos instintos nos mueven a, por ejemplo, estar naturalmente conmovidos por las víctimas 'identificables' (los pacientes críticos de Covid intubados en las UCI, por ejemplo) antes que por las víctimas 'anónimas' o 'estadísticas' (las que, por ejemplo, podrían evitarse de centrar nuestros esfuerzos en la prevención). Esta inclinación instintiva es la base de la llamada 'regla del rescate', según la cual estamos dispuestos, como sociedad, a destinar cuantos recursos sean necesarios para salvar a personas concretas, sin reparar en cuántas otras vidas desconocidas podrían salvarse con esos mismos recursos. Este sesgo, en el contexto actual, puede alimentar un exceso de confianza que nos haga creer que los hospitales de campaña, los respiradores y la abnegación de los profesionales sanitarios son la mejor apuesta para ganar la guerra prevacuna a la Covid-19. Sin embargo, los responsables políticos de la gestión sanitaria de la pandemia deberían transmitir con convicción y vehemencia que esta contienda no se ganará en el campo de batalla hospitalario, sino, parafraseando a Churchill, luchando en las playas, en las pistas de aterrizaje, en los campos y las calles… con mascarilla, hidrogel y distancia.

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