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La vejez, esa etapa de la vida que a menudo es malentendida, a veces subestimada y casi siempre temida, merece que se la contemple con ... tintes elogiosos. Es una fase temporal de la existencia humana, que lleva consigo implícito la riqueza de la experiencia, la profundidad del conocimiento y la sabiduría acumulada a lo largo de los años.
En el amanecer de la vida, somos como aves vigorosas, ansiosos por extender nuestras alas y explorar el vasto cielo de posibilidades que se nos presenta. A medida que avanzamos en la travesía del tiempo, nuestras plumas adquieren la pátina de la experiencia, cada pluma cuenta la historia de un éxito o un fracaso, de una alegría o de una tristeza. Y así, llegamos a la etapa de la vejez, no como aves cansadas, sino como águilas majestuosas, que han surcado los cielos y han presenciado la totalidad de la vida.
En este viaje llamado vida, descubrimos que la vejez tiene algo de absoluto y algo de relativo. Es absoluta en el sentido de que es una realidad innegable, una fase que todos enfrentamos en algún momento. Sin embargo, es relativa porque no existe una línea clara y precisa que delimite el paso de la madurez a la vejez. Hace apenas unos siglos, alcanzar la vejez era un hecho real a los 40 años, mientras que hoy en día, muchos desafían las expectativas y celebran su vitalidad más allá de los 80.
La vejez, lejos de ser simplemente una cuestión de edad, es un estado de ánimo. Es un capítulo que se escribe en el libro de nuestra vida, no condicionado por el número de velas en el pastel, sino por la actitud con la que abordamos el paso del tiempo. Aquellos que se resisten al cambio, que dejan que la llama de la curiosidad se apague, pueden encontrarse envejeciendo antes de tiempo, independientemente de su edad cronológica. Por otro lado, los que encuentran alegría en la exploración continua, que mantienen proyectos personales enriquecedores, descubren que la vejez se convierte en un periodo de crecimiento y descubrimiento. Puede ser el aprendizaje de un idioma, la escritura de un libro, la práctica de un arte o la participación activa en la comunidad.
En la vejez, las arrugas son algo más que las huellas del acontecer de la vida; son poemas escritos por el tiempo, son testigos silenciosos de la risa compartida, de las lágrimas derramadas y de esos momentos importantes, que esculpen el alma. En la vejez, nos damos cuenta de que la verdadera belleza no se desvanece con el tiempo, sino que la encontramos en la riqueza de las experiencias vividas y las lecciones aprendidas.
La vejez nos brinda la perspectiva única de contemplar el camino recorrido, de apreciar la belleza de los momentos efímeros y de comprender la fragilidad de la existencia. En estos años, las preocupaciones triviales se desvanecen, dejando espacio para una apreciación más profunda de la vida en su conjunto. La vejez nos invita a sumergirnos en las aguas tranquilas de la reflexión, donde podemos examinar nuestras elecciones pretéritas, aprender de nuestros errores y celebrar nuestras victorias. Cuando llegamos a las playas de la vejez, nuestro pensamiento se divide entre la reflexión sobre lo ya vivido y la anticipación de lo que aún está por venir.
En el crepúsculo de la vida, descubrimos que la vejez es una luz que ilumina el camino para las generaciones venideras. Cada anciano es un custodio de historias, un portador de tradiciones y un maestro de lecciones aprendidas. La sabiduría acumulada a lo largo de los años se convierte en un regalo precioso, una guía para aquellos que recién comienzan su viaje. En la vejez, nos convertimos en guardianes de la llama del conocimiento, pasando la antorcha a las generaciones futuras, para que puedan navegar por las aguas de la vida con mayor sabiduría y discernimiento.
Además, la vejez nos ofrece la oportunidad de redescubrir la alegría en las pequeñas cosas. Los atardeceres son más hermosos, las conversaciones son más ricas y las relaciones son más auténticas. En la serenidad de la vejez, encontramos placer en la compañía de nuestros seres queridos, en el susurro del viento y en el simple acto de respirar. La vida adquiere una calidad, que solo puede ser apreciada plenamente, cuando hemos acumulado suficientes años para comprender su valor intrínseco.
En la vejez, también descubrimos la importancia de la gratitud. Agradecemos por cada día, por cada experiencia que nos ha moldeado. La gratitud es nuestra compañera de camino, que nos recuerda que, a pesar de los retos y desdichas, la vida sigue siendo un regalo precioso. Cada momento se vuelve más valioso, cada relación se vuelve más profunda, y cada día se convierte en una oportunidad para agradecer por la maravilla de la existencia. La vejez no debería ser temida ni menospreciada, sino abrazada con gratitud, ya que es un regalo que no todos llegan a recibir.
Es cierto que la vejez conlleva que, cada vez con más frecuencia, perdamos y veamos partir a amigos y otros seres queridos. Sin embargo, en medio de la pérdida, también encontramos la capacidad de adaptarnos y encontrar nuevas fuentes de alegría y de sentido. La vejez nos enseña que, aunque algunas cosas se desvanecen con el tiempo, otras nuevas pueden surgir, creando un panorama en constante cambio de experiencias y relaciones.
Valoramos la salud no solo como un regalo, sino como un activo que nos permite disfrutar plenamente de la vida. Aprendemos a escuchar a nuestro cuerpo y a apreciar la vitalidad que aún reside en nosotros. La vejez no es solo un capítulo de cierre, sino una oportunidad para disfrutar de los frutos de una vida bien vivida.
En el ocaso de la vida, también nos concienciamos de la importancia de dejar un legado significativo. No se trata simplemente de acumular riquezas materiales, sino de sembrar semillas de bondad, sabiduría y amor, que perdurarán mucho después de que hayamos partido.
La vejez nos recuerda que la vida es un flujo constante de cambio y crecimiento, y que la verdadera riqueza se encuentra en la capacidad de adaptarse y encontrar significado en cada etapa. Que la vejez sea, por tanto, un viaje de descubrimiento continuo, donde la llama de la pasión y la curiosidad nunca se apague, independientemente de la edad en el reloj del tiempo.
Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. Garcia de las Bayonas, José Izquierdo, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortíz, Francisco Pedrero, Antonio Sánchez y Tomás Zamora.
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